domingo, 24 de noviembre de 2013

Torneo de Baloncesto Ciudad de Barbastro


Allá por el año 1987 se celebraba la primera edición del prestigioso y añorado "Torneo de Baloncesto Ciudad de Barbastro", enclavado en plenas Fiestas de septiembre.

Recuerdo como la semana anterior subí con mi padre al polideportivo a adquirir los abonos correspondientes. Con mis siete añetes no era ni mediánamente consciente de a dónde quería llevarme mi padre después del Coso Blanco y que pudiese ser más interesante que el pasacalles o las ferietas. Sabía que era algo relacionado con el baloncesto, pero hasta entonces, ese concepto se reducía para mí a un señor muy larguirucho que jugaba en el Madrid que años más tarde salió en el "Mira quien baila" y un señor negro que jugaba en el Barcelona, el cual me hacía mucha gracia porque se llamaba Chicho, y que cuando coincidían en un partido por la tele y se veía en mi casa, mis hermanos gritaban como locos.

Intentaron hacerme comprender que iba a jugar el equipo de Huesca, el Magia. Esos sí que me sonaban porque salían muchas veces en el periódico que mi padre compraba a diario e incluso había un póster en casa. Pero a los otros dos equipos del torneo no los había oído jamás. Sus nombres sonaban raro, el Zalgiris Kaunas, y la no sé qué de plástico de Split. No me cabía en la cabeza cómo podíamos a ver a esos zagales de plástico en lugar de a las ferietas.

El caso es que llegó el día del primer partido y nada más llegar a los aledaños del pabellón Ángel Órus comprendí la magnitud del evento ya que había un montón de gente haciendo cola para entrar. La visión del interior no era menos espectacular, con gradas supletorias habilitadas para la ocasión. No cabía un alfiler. Aquello debía de ser importante. Pero lo que más me impactó fue ver a aquellos jugadores calentando y estirando en la pista. Moles de más de 2 metros que me parecían auténticos gigantes que se movían como bailarinas de ballet por la pista, con una agilidad y una rapidez que no casaba con su tamaño y envergadura. Realmente parecían de plástico, ¡no podían ser reales!

En un lado de la pista, de verde, estaba el Magia Huesca, el mítico Peñas. En el otro lado, de amarillo, los yugoslavos por aquel entonces, de la Jugoplastika de Split. Y alguien en la grada señaló al más jovenacho, y uno de los más larguiruchos, de los amarillos - ese, ¡ese es el bueno de ellos!.

Toni Kukoc, más largo que un día sin pan

¿Cómo va a ser ese? - pensé yo - si es un crío... Y para que a un zagal de 7 años le parezca que una persona es joven, tiene que sacar una cara de crío... Se trataba de Toni Kukoc, leyenda viva del Baloncesto europeo. No es que fuera el mejor de su equipo con sus 19 años, es que un par de años más tarde iba a ser el mejor de casi toda Europa. Como escuderos de lujo figuraban Dino Radja y Velimir Perasovic.

Del partido en si, no recuerdo gran cosa. La increíble rapidez con que ejecutaban las jugadas aquellos jugadores, los tiros libres que lanzaba Granger Hall y que iban coreados mientras botaba el balón de ¡Uuuunooo, doooooos, treeeeees, oooooooooo (el ooooo tan largo como Hall se mantuviese con la mirada fija en el aro esperando a lanzar el balón y este volase hasta el aro) ooooooooleeeeeeeeeee (si fallaba el lanzamiento, el grito derivaba en oooooohuuuuuuyyyyy)

Granger Hall, ataviado con la mítica equipación del Peñas

El Peñas como era de esperar perdió a pesar de la brega de su pareja de americanos, Jackson y Hall, y al día siguiente se enfrentó al Zalgiris de Kaunas, que por aquel entonces era un equipo soviético. Contaba con un plantel maravilloso liderado por Sabonis, quien lesionado no pudo venir (años más tarde me quité la espina viéndolo en el pabellón del Parque de Huesca) y con media selección de la URSS como lugartenientes. Kurtinaitis, Marchulonis, Homicius... Los que un año después se proclamarían campeones olímpicos en Seul '88.

De izquierda a derecha: Marchulonis, Kurtinaitis, Sabonis y Homicius en Seul '88

Por aquel entonces tampoco los había oído mencionar y tan sólo me resultaban curiosos porque casi todos llevaban bigote. Quizá no jugasen tan vertiginosamente como la Jugoplastika, pero había un rubio con cara de pirado (y con bigote) que enganchaba el balón en línea de 3 puntos y era una puñetera ametralladora. Rimas Kurtinaitis, el primer europeo que disputó un concurso de triples de la NBA.

Don Rimas Kurtinaitis

Cuenta la leyenda, que durante uno de los entrenamientos matinales en el pabellón Ángel Orús, los chicos de la Jugoplastika dirgidos por el señor Bozidar Maljkovic se enzarzaron en un concurso de triples con uno de los zagales que se encontraba por la pista haciendo las funciones de aguador, utillero, pasando la mopa... Los integrantes del concurso fueron el propio Maljkovic, Perasovic que para estas cuestiones no era manco, y el zagal. El segundo clasificado en el concurso está meridiánamente claro que fue para el señor Maljkovic. Sin embargo, cuenta la leyenda, que el zagaler en cuestión quedó primero y Velimir Perasovic, tercero y último.

El tercer y último día de torneo, mi padre y yo subimos al pabellón a esperar a los jugadores a la salida del entrenamiento para que nos firmaran unos autógrafos en una libreta que aún conservo y que había estrenado con la firma del ilustre vallista montisonense, Javier Moracho. Recuerdo la salida de aquellos gigantes por la puerta del pabellón y quedarme paralizado de la impresión. De mi padre empujándome para que me acercara y de al final, tener que ir él a pararlos porque yo estaba petrificado. De que todos los que paró llevaban barba y bigotes (tampoco era muy difícil) y si a eso le unimos que eran más largos que un día sin pan, me tuvieron que arrancar la libreta de las manos porque estaba cagado.

Y allí firmó Chivilis, Brazys... y la ametralladora del Báltico, don Rimas Kurtinaitis. Con aquellos ojos saltones que gastaba, el bravo alero lituano estampó su firma en cirílico en la libreta.

Y debió de ser entonces, al llegar al hotel, cuando don Rimas protagonizó otra de las anécdotas del Torneo. En el hotel donde se hospedaba el Zalgiris resulta que trabajaba de conserje un amigo de mi hermana. En una de las idas y venidas de Kurtinaitis, este se fijó en que el conserje estaba escuchando una cinta de cassette de música country. Este tipo de música, que debía estar más prohibido en Kaunas que escuchar radio Vaticano, debía de resultarle especialmente agradable a Kurtinaitis ya que romanció lo que no está en los escritos para que el conserje se la regalara. No olvidemos que en 1987, siendo de Kaunas, por mucha Perestroika y mucho Gorbachov que hubiera, estos zagales al venir a Occidente debían de ver cosas que allí no debía haber ni en sueños.

Ejemplo ilustrativo de lo que no se podía ver en Kaunas entonces y ahora sí

Al final, llegaron a un acuerdo. El conserje le dijo a Kurtinaitis, un poco por sacárselo de encima, que si en el partido de esa noche contra la Jugoplastika en el que ambos se jugaban el Torneo, era capaz de encestar 10 lanzamientos triples, la cinta era suya. Y Rimas aceptó el trato.

Tengo recuerdo muy vagos del desarrollo del partido. Vuelvo a repetir que tenía 7 años. Me acuerdo, aunque son más sensaciones, quizá recuerdos incorporados años después, del juego de los yugoslavos. De Kukoc que parecía que fuera a romperse en cada jugada, y de un más maduro Radja. De Marchulonis penetrando la zona y metiendo bandejas y de Kurtinaitis metiendo e intentando muchos triples ante el delirio del público. Cuando digo intentando muchos triples es que debió tirar hasta las zapatillas. Porque al final, contribuyendo de manera decisiva a la victoria del Zalgiris por 108-102 (si no está equivocada la reseña de la foto de arriba), don Rimas Kurtinaitis clavó 8 triples que se dicen pronto.

8 triplazos. Se quedó a dos sólo de completar la decena que había pactado con el conserje. Evidentemente, después de semejante lección de pitera, el conserje le regaló la cinta de cassette de música country.

Y es gracias a Rimas Kurtinaitis, y a otros factores, que yo le cogí aprecio a los equipos y deportistas en general que venían de aquellas tierras y es así que siempre me han caído simpáticos. Por los yugoslavos en cambio sentí admiración hasta que el dominio que impusieron en todas las competiciones, y que tenían una vena un tanto marrullera y que los arbitrajes les beneficiaban, hizo que les cogiese manía porque lo ganaban todo.

Eso no quita para que hace unos años en un viaje a Croacia con los amigos, el día que estábamos por Split fuésemos a la oficina de turismo a preguntar por el antiguo pabellón de la Jugoplastika. La conversación con la muchacha de la oficina fue surrealista. Desarrollada en inglés, ella nos indicó con cara de pocos amigos que la Jugoplastika de Split era un antiguo equipo de la ya extinta Yugoslavia. Nosotros le respondimos que sí, que ya los sabíamos. Ella erre que erre con que el actual equipo de la ciudad era el KK Split, que la Jugoplastika era cosa del pasado (pasado que no les hace mucha gracia rememorar) e indicándonos dónde estaba el pabellón nuevo. Y nosotros diciéndole que queríamos saber dónde estaba el pabellón viejo. Al final la pobre moza, preguntándose de que infierno se habían escapado aquella banda de perturbados, marcó con desgana la ubicación del pabellón de aquel vestigio de la antigua Yugoslavia en un mapa y marchamos para allí. 




Puerta del pabellón viejo de la Jugoplastika, el friki que se refleja en la foto soy yo

El torneo, por suerte, se disputó durante unos cuantos años más y se produjeron otras muchas anécdotas al mismo tiempo que por la pista del Ángel Orús iba desfilando lo más destacado del baloncesto continental. Otro día seguiré contando más historias de este gran torneo que deparó jornadas espectaculares y que muchos añoramos.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Eskerrik asko, Behobia-San Sebastián 2013


Hace justo una semana en los momentos en que comienzo esta entrada estaba coronando el puerto de Gaintxurizketa en la Behobia-San Sebastián (B/SS).
A pesar de que en ese punto ya iba madurito y me quedaba más de una hora de recorrido en el que hubo tramos que se me hicieron muy duros, ahora mismo volvería. Hasta ahora, ha sido la mejor carrera en la que participado y de la que guardo un mejor recuerdo. 

Desde hace mucho tiempo había escuchado historias de esta mítica carrera y todo aquel que la había corrido resaltaba lo especial que resultaba participar. Bueno, siempre está el típico runner que considera que esta carrera no es buena para hacer marca y por eso le tiene tirria. Es un recorrido duro y exigente en el que más que las dos fuertes subidas que uno se encuentra en el km 7 y en el km 16, lo que te deja tocado son los toboganes que jalonan casi todos los kilómetros a lo largo de un total de 20. Por eso, no es una cita para ir a hacer marca sino para ir a disfrutar. Como dice mi hermano Agus, si vas a Behobia pensando sólo en la marca es que quizá no comprendes muy bien el sentido de la vida.

El viernes al salir del trabajo y sin tiempo ni para echar un bocado, subí al coche de Agus y familia rumbo a Guipúzcoa. Éramos los últimos en partir de la particular expedición que habíamos montado ya meses atrás y nos quedaban por delante más de cuatro horas de viaje hasta llegar a la casa rural donde esperaban Carlos, su cuñado Javi, mi hermano Jesús y sus respectivas familias. Después de cenar la ocasión invitaba a la sobremesa pero yo tras haberme levantado a las 6 de la mañana tan sólo soñaba con ir a dormir. A pesar de contar con una cama de matrimonio para mí solo me costó coger el sueño y es que a veces ocurre que cuesta dormir del propio cansancio. Y los nervios también empezaban a hacer de las suyas.

El sábado por la mañana por fin pudimos ver los alrededores de la casa, ya que el viernes al llegar siendo noche cerrada, no se sabía si estábamos en el monte o en medio de un polígono industrial. Lo cierto es que es agradable descorrer las cortinas y llevarse semejante sorpresa. Por un lado, montañetas verdes en las que rebaños de ovejas y algunas vacas estaban pastando y por el otro, la costa a la que se llegaba por una serpenteante carretera por la que tan pronto circulaban ciclistas, franceses haciendo carreras con Citröen 2 caballos o bueyes entrenando para las competiciones de arrastre de piedras. Los críos estaban encantados, los mayores, también.

Mi amigo Jose & family, que estaban alojados en otra casa rural muy cercana a la nuestra, pasaron a buscarnos y de allí nos fuimos todos al velódromo de Anoeta a recoger el dorsal de la carrera. Buena feria del corredor la que tienen allí montada, sin embargo quizá sea un recinto algo pequeño para la cantidad de inscritos y de gente que debíamos acudir allí. Las molestas colas (una para el dorsal, otra para la camiseta, otra para dejar la bolsa en consigna y otra para comprar el billete de tren) se hacen más llevaderas gracias a la amabilidad de las voluntarias y voluntarios. Además se va viendo a conocidos del pueblo que también vienen a correr, a Chema Martínez haciéndose fotos con la gente, las chicas de Adidas #mygirls e Isabel Macías... la espera se hace amena.

De Anoeta nos fuimos a una sidería en Astigarraga a reponer líquidos ya que una buena hidratación es importante antes de una carrera. Los salones comedores anexos a la bodega como tal, son impresionantes. Mesas con bancos corridos, unos cubiertos, una servilleta, bien de pan y a zampar. Los críos la gozaban yendo a los toneles a llenar los vasos para los mayores, algunos venían con unos tanganazos que no había dios que se los bebiera, y por la mesa iba desfilando el mítico menú de chorizo a la sidra, tortilla de bacalao, bacalao con pimientos, chuletón, queso con membrillo, nueces y tejas.

Ir a San Sebastián y no meterse entre pecho y espalda un menú de este tipo o unos pinchos lo considero un crimen y coincido plenamente con la sentencia que soltó mi amigo Dani en cierta ocasión y que, viniendo al hilo, relato a continuación.

Bajábamos de Bayona con los amigos de ver un partido de rugby y salir de fiesta (o viceversa) e hicimos parada en San Sebastián el domingo a mediodía. Para templar los cuerpos nos metimos en un bar a echar un pincho de tortilla y un caldo y mientras la gente soltaba diversas propuestas que iban desde hacer un recorrido de pinchos por el casco viejo a calzarse un chuletón por barba hasta hacer lo de los pinchos y también calzarse el chuletón, una propuesta valiente aunque no exenta de riesgo, mi amigo Vitoré va y suelta una frase que pesa sobre su expediente como una losa para lo que le resta de vida.

- Pues yo conozco un sitio por aquí cerca, es un Kebab y está muy bien

A lo que Dani respondió, muy acertádamente y como portavoz del sentir general de los presentes que no daban crédito al sacrilegio que acababan de escuchar:

- Tú no has comido caliente en tu puta vida

Pues eso. Subir a esas maravillosas tierras y no disfrutar de su gastronomía, para mí, es un delito.

Tras la comilona, fuimos a estirar las patetas por San Sebastián, con tan mala suerte que cuando estábamos montando a la criallería en los caballitos de la Playa de la Concha comenzó a diluviar. Así es que hubo retirada general cada uno para su casa y después de una frugal cena marchamos pronto a dormir pues estábamos cansados y ya se notaba el runrún previo al gran día.

El domingo a las 9 ya estábamos en la estación de tren de Orio donde habíamos quedado con Rafa para marchar todos juntos hacia Irún. Mi amigo Héctor llamó diciendo que él ya había llegado a Behobia pero tampoco concretamos un lugar donde quedar, luego con las prisas no volvimos a hablar y no nos vimos en toda la carrera ya que salió como un misil. Tras un accidentado acceso al andén, en el que hubo salto de obstáculos (siempre es bueno calentar bien antes de una carrera) y un viaje hasta la estación de Amara y desde allí a Irún, nos soltaron como a corderetes en la última estación. El vagón atestado de corredores se queda vacío y nosotros, que salimos los últimos, nos clavamos los ponchos para protegernos del viento y vamos caminando los 3 km que hay hasta la salida.

Al llegar a la carretera que circula paralela al Bidasoa íbamos en sentido contrario a la carrera, cuyos primeros participantes ya habían ido saliendo, y aprovechamos para saludar y animar a los Barbastros que íbamos viendo. Llegamos por fin a la salida, nerviosos, cansados después de un intenso fin de semana y maldormidos, seguramente no en las mejores condiciones para afrontar 20 km, pero con ilusión por hacerlos. El tiempo no acompañaba, hacía bastante viento y amenazaba lluvia.

Nos pusimos detrás de todo. Y cuando digo detrás quiero decir al final de todos y al fin, después de escuchar canciones míticas y los gritos de ánimo del speaker que nos iban envalentonando salimos a las 11:21h en la última de las remesas (había 19 salidas diferentes de unas mil personas cada una espaciadas en intervalos de unos 3 minutos; primero salen los más rápidos, después los más lentos).

El primer kilómetro que transcurre paralelo al Bidasoa no tiene nada de especial e incluso se hace pestoso por la aglomeración de gente, los chubasqueros volando por los aires o rodando por los suelos y medianas y aceras de la carretera que van apareciendo aquí y allá. Sin embargo vas viendo cosas que no se acostumbran a ver en otras citas. Un grupo de américanos de Pasadena, un abuelo francés con una riñonera plagada de botellines como si fuera Astérix, un gacho vestido de payaso circulando en bicicleta...

Con Jose nos vamos despegando de Agus, Rafa, Carlos y Jesús (Javi se ha puesto por delante y ha salido zumbando desde la misma salida) y ya entramos en Irún un poco por delante y cogemos un grupo que va a un poquito más de 6'/km y en el que llama la atención la elevada proporción de chicas. Y otra cosa nos va llamando la atención, la exagerada cantidad de público presente, entregada a la causa, animando como si no hubiera un mañana, llamándote por tu nombre que leen en el dorsal.



Osondo, txipi txapa, neska, txapeldun, palabras algunas que no entendemos se van mezclando con los más reconocibles aupa, venga, ánimo, muy bien, campeones... que vamos recibiendo metro sí y metro también. Los avituallamientos están repletos de zagales y zagaletas que te acercan los vasos de agua, te llaman por tu nombre, te hacen la ola si ves que te paras para que sigas corriendo. El suelo está recubierto de una pasta de papel, producto de los innumerables vasos de papel tirados y mojados sobre los que han pasado ya veinte mil personas corriendo. Las piernas se van quedando impregnadas de esta pasta como si de barro se tratara al pisar un charco.

Las madres acercan a los críos a tu paso para que les choques la maneta. Bueno, primero son los críos, luego sus hermanos mayores, luego las madres y luego hasta los abuelos. Ahí todo el mundo pone la mano para chocarla, y te preguntas si estás en una carrera popular corriendo a un ritmo pestoso de 6 y pico el kilómetro o estás subiendo el Tourmalet jugándote el Tour de Francia.

Llegamos a la primera dificultad seria de la carrera. El alto de Gaintxurizketa. La parte más dura cuenta con unos 60 metros de desnivel en poco más de 1 km. Lo cojo con ganas ya que normalmente me desenvuelvo mejor en las subidas que llaneando. Las patetas no van del todo bien y subiendo se me templan por lo general bastante. Cogemos a Chuti, la novia del primo de Jose pero nos hace gestos de que sigamos. Vemos a unos gachos de Graus que van ataviados con un tutú. Nos animamos mutuamente y seguimos adelante. Uno de los coches de la organización está cruzado a mitad de subida con unos altavoces a todo trapo atronando con la Creedence Clearwater Revival. Sensacional.


Coronamos y lo que para mucha gente supone un alivio, para mí supone el comienzo de mi particular calvario. La bajada no es continua y está salpicada de pequeños toboganes, tramos de sube y baja que me destrozan las piernas. Me veo obligado a parar y caminar varias veces. Por si fuera poco cae alguna pequeña tromba de agua, lo justo para mojarse los pies y que se vaya gestando la rozadura para una maravillosa ampolla. Al final, entre Jose, al que por más que le digo que marche sigue al lado animando, el pirata de Gaintxurizketa quien nos anima ondeando su ikurriña junto a la bandera pirata todo ello con música heavy saliendo de los altavoces y la visión de Lezo allá abajo consigo trotar muy suavemente.

Lezo es otro de los lugares que guardo para el recuerdo. Señoras con platos de mandarinas, niños animando y otro avituallamiento memorable. Paralelamente con Jose estamos extrañados porque a pesar de que en la camiseta del club sí que sale mencionado varias veces Barbastro, no aparece por ningún lado la provincia donde se encuentra nuestro pueblo, y la gente no hace más que gritar enfervorecidos lo que nosotros entendemos como Huesca. Al final nos enteramos de que no gritan Huesca, sino Neska, que en euskera significa chica, muchacha, zagala. Claro, como ya he dicho la proporción de chicas en esta carrera es muy grande, y nosotros vamos rodeados de ellas y la gente las anima sin parar.

Nos adentramos en el puerto de Pasajes, sin duda la parte menos atractiva de la carrera. 3 km largos llanos en los que escasea el público presente y en el que entre maquinaria y montones de chatarra te vas aproximando a la parte más bonita de la carrera. Eso sí, otro coche atronando con música y gritos de ánimo está bien dispuesto en mitad de tan aburrido tramo. Tengo que parar otro par de veces, no es el mejor día para mis piernas y mirando hacia atrás veo a lo lejos a mi hermano Jesús. Le digo a Jose que tire que me quedo con el furgón de cola. Él, cabezón, insiste en acompañarme y así es como llegamos a Miracruz.

Miracruz es una subida de unos 40 m de desnivel y 1 km de longitud, que comienza en el km 16. Eso sobre el perfil, porque una vez te plantas allí, la cuestecita se las trae y hay tramos que recuerdan a la subida del campo de fútbol de Barbastro. Pero la gente, nuevamente, es increíble. Los gritos ya son constantes. Te paras a caminar y aun animan más, reemprendes la marcha y te jalean. Me recuerda a los campos de fútbol ingleses en los que se celebra una jugada de pundonor de un defensa aguantando el marcaje a un delantero o cuando consiguen un córner o un saque de banda con peligro. Señores que no cumplen ya los cincuenta plantados en mitad de la calzada con el puño cerrado diciéndote que te quedan 500 metros para coronar, ¡aupa!. Señoras que brincan de la acera para empujarte hacia arriba, junto a la cría de cuatro o cinco añetes que lleva cogida de la mano.

Mal que bien coronamos, con el pie izquierdo como un botijo y el derecho criando una ampolla, y en un momento dado, a falta de 2 km para meta, se pasan todos los males. Entre la suave bajada, el saberse cerca de terminar, la gente cantando lo que te queda a meta... se entra en un estado en el que el cuerpo ya no sufre y con Jose vamos hasta pasando a gente. Al enfilar la recta del último kilómetro, cogemos de nuevo a Chuti, la cual nos había rebasado en los toboganes de Lezo, y ya nos quedamos los tres juntos para entrar a la vez en meta.

Y vamos otra vez muy lentos, como si quisiéramos alargar esa recta que es genial. Varios CAB que ya han llegado hace ratos y están mezclados entre el público sueltan un grito de ánimo. Yo me vengo arriba y levanto los brazos como si estuviese llegando vencedor en la maratón olímpica. Lo impresionante es que el resto de gente grita igual o más y no nos conoce de nada. Al final llegamos a meta y muy poco después llegan Jesús, Carlos, Agus y Rafa, quien lo ha pasado mal desde muy pronto pero consigue terminar la carrera como un txapeldun.

La marca es lo de menos. 2h 12' 49". Siempre es lo de menos y en este caso particular todavía más. Cuando al primer clasificado le preguntaron qué sentía por haberse proclamado ganador de la Behobia, contestó que él no era el ganador, simplemente había llegado el primero. Ganadores eran el resto de veintipico mil corredores que estaban llegando por detrás. Desgraciadamente, una pobre chica no pudo ver cumplido su sueño de cruzar la línea de meta. Seguramente las palabras de Pedro Nimo expresen el sentir general así que adjunto el enlace a las mismas, ya que todo lo que pueda decir yo está de más.

En cualquier caso es el tipo de cosas que te hacen pensar que un día estás aquí y al otro no se sabe muy bien qué puede pasar. Todos tenemos boletos para esa puta lotería. Por eso mismo hay que disfrutar al máximo mientras se pueda, así es que por esa y por más razones, por poco que pueda repetiré en la B/SS, porque es de esas experiencias que no se pagan con dinero. Eskerrik asko, Behobia.



Pasen y lean

Sean ustedes bienvenidos, incautos lectores, que han ido a parar a esta especie de blog. Ya hacía una buena temporada que me tentaba la idea de comenzar un blog, ahora precisamente que muchas de las bitácoras de mi entorno van echando el cierre o su número de publicaciones se ha visto seriamente mermada. Parece que la gente va optando por otras vías a la hora de explicar sus vivencias, pero a mí esto de los blogs siempre me ha hecho gracia, de hecho durante bastante tiempo ya mantuve uno, al que quizás haga referencia algún día. Así que al final he decidido comenzar este engendro.

Que el título no les lleve a engaño ya que pone "carreretas" y no "carreteras". En mi pueblo es así como denominamos de forma cariñosa a las carreras y competiciones de atletismo del fin de semana o a las trotadas y entrenos entre semana. Vamos, lo que, de un tiempo a esta parte, se ha puesto de moda denominar como "running". Yo corro porque me gusta y me hace sentir bien. Sin ningún tipo de pretensiones, a veces hago ver que corro y muchas veces camino deprisa.

El salir a correr, aparte de los beneficios físicos que conlleva, ayuda muchas veces a llevar la semana mucho mejor ya que seguramente es uno de los mejores remedios desestresantes que existen. Además, los fines de semana, quedar con los amigos a echar unas carreretas supone la excusa perfecta para al terminar celebrar un almuerzo o lifara. 

Y una "lifara" es para quien no lo sepa (y cito textualmente la entrada de la Gran Enciclopedia Aragonesa): merienda excepcional por la abundancia y por realizarse con motivo de alguna celebración [...]. Su concepto se inserta en la importancia concedida a la comida, como elemento festivo [...] y su desarrollo encaja en la rotura de la monotonía de los actos cotidianos, sin llegar al gran acontecimiento que exige la comida extraordinaria del mediodía.

En el caso que nos ocupa, nuestras lifaras no son excepcionales aunque sí abundantes, pueden ser almuerzos, comidas, meriendas o cenas y no necesitan grandes motivos para celebrarse. Siempre supone un elemento festivo, eso sí, el juntarse en una buena mesa y pegar una buena charrada que rompa con la monotonía del resto de la semana.

Así pues de todo esto, además de deporte en general, excursiones, mis aventuretas en bicicleta, lecturas varias y lo que se me vaya ocurriendo, se irá hablando o charrando en este blog. Pasen y lean.

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