He aquí la crónica de la Monegros 2018 hecha por los tuercepedales. Porque el mundo debe conocer estos pormenores. Lo duro que resulta ser tuercepedal. Mes de diciembre. Sin mucho conocimiento y sin pensar demasiado las cosas un grueso de tuercepedales bastante importante nos apuntamos a la marcha larga de la Monegros. Algunos, haciendo gala del aludido poco conocimiento, completan las inscripciones propias o las de sus amigos poniendo en sus dorsales nombres dudosamente representativos y/o directamente poco dignos.
Llega abril y tras un invierno y
principio de primavera pleno de lluvias y alguna que otra calamidad toca
repasar las bicis de montaña para ponerse en la línea de salida de la Monegros.
De los tres años, con este, en los que he salido lo mismo era el menos indicado
para afrontar semejante kilometrada pero el escaso juicio que dicta los
designios de un tuercepedal de pro me llevan a tirar adelante por dos razones.
Una, donde no lleguen las piernetas tendrá que llegar la voluntad. Y dos, donde
no lleguen las dos cosas antes mencionadas lo hará un Patrol de la Cruz Roja.
Que los Monegros son un desierto pero tampoco hay que exagerar y esto no es
como irse a pedalear al Kalahari con un odre de agua y con el siguiente ser
vivo a día y medio de camino. No hay que dramatizar, no nos pongamos nerviosos.
En caso de quedarnos tirados por avería mecánica o física (la mental ya viene
de serie) no creo que sea necesario tener que recolectar raíces para nuestra
supervivencia.
El objetivo, además de completar
la marcha de manera más o menos digna, no se mide en tiempo sino en número de
tartaletas de manzana que enjaretar al buche. El anterior récord establecido
consistía en una deglución de ocho de estas ambrosías en dos avituallamientos
dispuestos a tal efecto. Teniendo en cuenta que en esta ocasión íbamos a
disponer de cuatro paradas para disfrutar de estos manjares el récord parecía
factible aunque siempre había que tener en cuenta los imponderables que afectan
a estos eventos y que suelen traducirse en vomitones, cagaleras y toda suerte
de malestares estomacales que devienen en un rendimiento inferior al
pronosticado.
Total que tras la recogida de
dorsales toca vestirse de ciclista y ahí ya acontecen los primeros horrores. En
los dorsales personalizados surgen los despropósitos cometidos en diciembre.
Que si un Pablé por aquí, que si un Van Lakommen por allá. Al pobre Lemus petit
se le empezó a torcer la jornada al ver que iba a tener que circular con el
apelativo que el bueno de Juanlu y sus huevos toreros habían tenido a bien cascarle
al completar la inscripción pero es que lo mío… me lo hice yo… ¡Van Lakommen!
¿Pero de qué iba en diciembre para poner semejante faltada? Ni que fuera un
flandrien de los que hacen el calendario de piedras, que soy un tuercepedal que
ha venido aquí a no hacerse mal y a comer tartaletas de manzana como un cerdo,
hombre.
Así es que tras saludar a mr
Trendy, al sr Ornitorrinco, sr Bestué, Pepito, mi hermano Jesús, compañeros
varios de instituto nos vamos al cajón de salida. Jesús en un alarde que le dan
después de haber almorzado bien se mete en un cajón intermedio, que vayamos con
ellos, hombre no que tenemos dorsal para el cajón de los cojos, que es igual,
hombre no sé yo, que sí, mira que hemos pagao nosecuantos ñapos al menos salir
en la clasificación y no hacer un siskevicius. Al final, Jesús y sus compañeros
marchan al cajón de los pudientes y Juanlu, Pablo (me niego a denominarle
Pablé, él lo agradecerá), el señor Lueza, el señor Cantín y un servidor
marchamos al cajón de los desarrapados. Previo despliegue espectacular de
Juanlu con los malabares acostumbrados de siempre y que hacen las delicias del
público asistente. Que si la rueda que pierde y no se puede hinchar, el número
de las tenacillas y el imprescindible giro mortal del bidón que no lleva agua.
Espectacular.
Salida lenta y trabada con
parones y algún tapón tras las caídas de costumbre que libramos sin dificultad.
Algún incidente con uno de esos bikers que piensan que aquello es el Tour de
Francia y que saliendo a toda mecha y empujando a los demás igual lo gana.
Manolo recibe un topetazo de uno de estos iluminados y lo despide con cariñosos
saludos. Hasta que al fin los caminos se ensanchan, el pelotón se estira y Javi
Miguelón Indurain puede poner las bielas a funcionar para implantar un ritmete
bueno con el que ir avanzando alguna posición. Manolo con la bici de ruedas
gordas también va allanando el camino hasta que cuando nos las veíamos felices
llegamos a un tapón bíblico. Aquello parece Zaragoza cuando llueve, Barcelona
el 1 de agosto o Monzón cuando había semáforos. El atasco es memorable. La
causa no es ni la fin del mundo ni que doscientos bikers hayan caído fulminados
por torzones de tripas tras ingerir pantagruélicas cantidades de tartaletas de
manzana puesto que el primer avituallamiento aún no ha llegado. No, la causa es
un charco. Aún me acuerdo del primer año que hicimos la Monegros con Jesús. Los
treinta primeros kilómetros eran charquilandia. Tras la lógica aprensión que
supone cruzar una de esas charqueras en las que uno no sabe si puede verse
sumido en un hoyo que lo lleve hasta Nueva Zelanda, todo temor se disipaba al
ver cruzar por medio a algún incauto con poco conocimiento y ver que no pasaba
nada. Pues nosotros íbamos detrás. Y no pasó nada. Pues este año fue misión
imposible porque el tapón era infranqueable. Entre los que no querían mojarse
los petetes, los que se iban por la margen a ritmo caribeño, los que se hacían
selfis, los que se quedaban mirando el charco… Un charco. Que no es más que una
extensión de agua puerca de como palmo, palmo y medio de profundidad que a lo
sumo tiene renacuajos nadando en su interior. Pues gente mirando el charco.
Treinta minutos para cruzar dos charqueras cuando el siguiente gozo de esta
marcha después de ponerse como un cerdo comiendo tartaletas es mancharse como
un gorrino cruzando los charcos.
Unos repechos después en los que
también se forman tapones y podemos contemplar como algún biker hace la croqueta
en una zanja al violar la máxima de que cuando ruedas más despacio que lo que puedes
caminar eso ya no es ir en bici sino que es hacer equilibrios, llegamos al
primer avituallamiento bien colmado de gente.
El quinteto que formamos se despliega con suma eficacia ignorando que
por tercera vez se forma un tapón en la mesa donde se disponen las viandas y una
de las señoras que atiende el puesto se ve obligada a recordar a la gente que
no se apelotone al principio pues pueden disponer de toda la longitud del lugar
tan largo es ya que hay comida para todos. En ese momento el grueso de bikers
mira hacia la otra punta de la mesa y contempla un espectáculo que ya nunca
podrán borrar de sus retinas, cinco tuercepedales devorando tartaletas de
manzana como si no fuera a haber mañana. Tras apurar la ingesta del orín de
pitufo más conocido por su marca comercial, powerade, pregunto a Javi cuántas
tartaletas lleva y sentencia que cuatro. Este hombre es un titán pedaleando y
mallando, no perdona. Manolo también lleva lo suyo y Juanlu y Pablo
sencillamente no hablan y trasegan que da gusto. Pues voy a por la cuarta tartaleta,
me digo, pero al ir a por ella acontece uno de esos fenómenos de la naturaleza
similares a cascar un huevo y que aparezcan dos yemas. La tartaleta se aferra
de manera firme a una congénere y yo no puedo jugar a ser dios y separar lo que
la naturaleza quiso que estuviera unido así es que haciendo uso de todas mis
fuerzas devoro ambas tartaletas para que marchen de este mundo igual que
amanecieron en aquella bendita cajeta de repostería Dulcesol.
Apártense que tenemos hambre |
Comienzan las primeras
estribaciones del alto de Piedrafita y al sol le da por salir. Como cinco
cerdos bien cebaos avanzamos al matadero con sudores plenos de toda la glucosa sobrante
que el organismo intenta sacarse de encima tras esa agresión injustificada a
nuestros estómagos. Me siento pesado, dice Pablo. Nos ha jodido mayo con las
flores. Javi Miguelón impone un ritmo,
Manolo y yo le seguimos para rebasarle después. Juanlu y Pablo penan por
detrás. Serán las tartaletas. Javi Miguelón nos coge un rato más tarde y juntos
llegamos a la cima. Yo voy con ligeros amagos de calambre en las piernas. Pero
como las tripas van bien y hemos venido a zampar decido seguir para la marcha
larga sin pensar demasiado en las consecuencias. Tras unirnos otra vez los
cinco tiramos cara abajo dirección Peñalba.
Ya entonces cuando la bajada se
hace más tendida vemos que Juanlu y Pablo empiezan a quedarse otra vez atrás.
Como no hay mal que por bien no venga, al aflojar un poco el ritmo las
piernetas se van relajando y tras pasar el kilómetro 60 el canguelo se va
haciendo a un lado. Llegamos a Peñalba. Avituallamiento en el pueblo y lleno de
animación, se agradece un poco de vida en
esos momentos. Javi está con que ese pueblo es Valfarta y yo con que es
Peñalba. Juanlu viene a desentrañar el misterio. Que Peñalba igual no es porque
trabajó allí y no le suena para nada todo aquello. Mira que había un cartel a
la entrada de cooperativa de Peñalba o algo así. Pues no sé. Y al mirar al otro
lado del avituallamiento, a la otra orilla de lo que parece ser un canal ve que
sí, que trabajó justo allí en ese edificio. Memorable.
Un uomo è al comando, la sua maglia è biancoceleste, il suo nome è Manolo |
Haciendo acopio de coraje nos
enfrentamos a la mesada dispuesta aunque esta vez el desempeño efectuado es
algo más suave y se salda con un total de tres tartaletas de manzana y un
botellín de orín azul. El titán Miguelón se enjareta ocho o diez piazos de
naranja a ritmo de adelantar a Chiapucci en la crono de Luxemburgo.Pim pam, pim
pam. Pablo, Juanlu y Manolo haciendo
subir las acciones de la casa Dulcesol a la que no tendremos inconveniente en
cederle un espacio publicitario en el ribete de alguna manga el día que la
Agrupación Gastrónomica Tuercepedales saque maillot de equipo. Bien cebadicos
salimos dispuestos para acometer el rampote posterior al avituallamiento.
Comienzan los kilómetros del
desasosiego. Una interminable sucesión de rectas y falsos llanos que han de
llevar hasta Castejón de Monegros. Milagrosamente las piernetas responden pero
Pablo va asfixiado. Qué le vamos a hacer, le habrán sentado mal las tartaletas
o estará incubando algo, ya llegaremos. Lo que es raro con la pretemporada en
altura que se había clavado el muy zorro ahí en Andalucía pedaleando y entrenando
la muñeca y el movimiento de codo, pero en fin… Cada vez se van retrasando más
el caso es que llegado un punto Manolo y yo terminamos pedaleando en solitario
y contando las granjas de tocinos que vamos viendo a la vera del camino. Pero
llega un punto en que no se ve venir al resto de la grupeta y decidimos parar
por si Pablo ha tenido que retirarse. Debe de ser como el kilómetro 80. Llama
Manolo a esta gente y le dicen que Pablo ha sufrido una avería pero que tiremos
hasta el siguiente avituallamiento y esperemos allí. La resolución de las
desgracias del pobre Pablo a la vuelta de la publicidad. Emoción, intriga y
dolor de barriga.
Tercer avituallamiento y allí en
medio de un sembrao están repatingados Jesús y su colega Antonio que han optado
por la retirada. Antonio con torzón de tripas y Jesús solidarizándose con él se
queda para esperar a los otros compañeros y que vengan a buscarlos con el
coche. Les contamos las penurias de Pablo y ya hasta le hacemos un hueco en ese
viaje de vuelta por si va tan fastidiado que no pueda continuar. Y entonces
llegan Juanlu, Javi y Pablo.
Temiendo lo peor nos acercamos al
damnificado por averías y dolencias varias, cómo te encuentras, puedes seguir.
Y a continuación nos explica la algarada del día y que entra a formar parte del
top3 del universo tuercepedal. Yo creo que supera la vez que Juanlu rajó la
cubierta a los trescientos metros de comenzar la Puertos (y no llevaba ni
velocímetro, ni agua, ni dineros para pagar la reparación) y compite de manera
firme con Jesús cuando se hizo la marcha de Labata con la suspensión bloqueada.
Resulta que siguiendo la tónica de la jornada el pobre mozo iba asfixiado y
subido de pulsaciones que no podía más. Y aquello que no tiraba. El caso es que
en una de las bajadas, Javi y Juanlu se le empiezan a ir. Pablo, escamado ante
tan alarmante situación en la que simplemente tirándose a peso mierda debería
ser capaz de seguir al resto, decide parar y comprobar si le pasa algo a las
ruedas. Al girar una de las ruedas en vacío esta gira dos segundos y se para. Pastilla
de freno rozando el disco. Imprecaciones varias. Reparación de la avería y a
volar lo que no estaba en los escritos. Rato después y ya de camino a casa en
el coche nos reímos a base de bien por el hecho de que Pablo tardó tanto tiempo
en atribuir su lentitud a la bici en lugar de a su estado físico. “Esto me ha
pasado por dudar de mi estado físico”. El pobre hombre, que había estado
entrenando en Andalucía (tanto el pedaleo como el zampe) no era normal que
tuviera un rendimiento tan malo. Pero él lo estuvo creyendo durante 80 largos
kilómetros porque es un tuercepedal sin remedio. A todos nos hubiera pasado lo
mismo. A cualquier otro biker más preocupado por reventar el KOM del strava que
por reventarse las tripas zampando ese mediocre ritmo le hubiera hecho
sospechar que su bicicleta estaba averiada no dudando en ningún momento de su
infalibilidad como ciclista. Qué le vamos a hacer, nosotros no somos así.
Tras contar la anécdota toca
ajusticiar el avituallamiento y es en este punto donde se rebasa la mágica
cifra de diez tartaletas de manzana al mismo tiempo que saludamos a Gustavo
quien se encuentra reparando bicicletas a todo tren. Con fuerzas renovadas nos
encaminamos a completar los últimos 30 kilómetros con Pablo tirando como un
poseso. Pero se ha pegado tal pechada hasta ese momento que el efecto dura poco
y volvemos a la marcheta habitual. Hay que acabar como sea. Así y todo en el
tramo de bajada donde se juntan de nuevo las dos marchas se va la grupeta dada
mi ineptitud para pedalear en cualquier tipo de porcentaje negativo. Y encima
se me cargan las lumbares.
Llego al cuarto y último
avituallamiento con la vana esperanza de entrar y no encontrar a mis cuatro
compañeros, pensando que al estar tan cerca del anterior y tan cerca de meta se
lo habrán saltado. Los cojones. Ahí están mallando a base de bien. Si les sacan
un par de cocos fritos y una botella vino ahí no queda ni el plato. Cuando me
veo resignado a intentar llegar a ingerir tantas tartaletas como copas de
Europa tiene el Madrid descubro aliviado que aquí hay bocadillos de chorizo.
Tras comer y beber la correspondiente de orín pitufo continuamos con la última
tramada hacia meta.
Comienzan las fotos a lo loco, los vídeos con gritos y
alaridos en plan desustanciao y Juanlu preparando el dispositivo de entrada a
meta que consiste en ir los cinco en paralelo confiando en que nuestra torpeza
no sea impedimento para meternos la gran hostia. Al final y tras un intento en
el que rozamos el afilador hacemos algo parecido a cinco tíos entrando en
paralelo eso sí montando mucha escandalera. Lo hemos conseguido. 117 km y casi
8 horas desde que empezamos a movernos hemos llegado tras ingerir una cantidad
ridícula de tartaletas y líquidos, con una de las bicis trabada hasta el
kilómetro 80. Pero nos lo hemos pasado en grande y nos hemos reído un montón.
Unas fotos levantando la bici de ruedas gordas de Manolo, una caña caña que
sabe a gloria y la fiedeuá con hamburguesa que sabe hasta buena para marchar
cagando leches al coche a cargar los cataticos y llegar cuanto antes a casa
para darnos una ducha y marchar a dormir. Qué día más largo y qué cansado es
esto del zampar.
En el km 115 a punto de llegara a meta. Menuda odisea |
gRANDES LOS TUERCEPEDALES !!! jajajaja
ResponderEliminarGenghis Khan y sus huestes asolando las estepas.
ResponderEliminarSometiendo a pillaje los avituallamientos de los villorios que tienen la mala fortuna de estar en el camino.
-Conan, ¿que es lo mejor de la vida?
-Matar enemigos. Aplastarlos mientras oyes el crujir de sus huesos y el lamento de sus mujeres.
-Mu bien