domingo, 15 de abril de 2018

Historias de Roubaix

El pasado domingo se celebró una de las carreras ciclistas más bonitas del año. El monumento de los monumentos, la Paris-Roubaix. Como todos los años sus doscientos cincuenta y muchos kilómetros depararon multitud de momentos épicos para recordar. He aquí algunos de ellos.


El que llegó primero. Por fin ganó Pitera Sagan en el velódromo de Roubaix. Tras unas cuantas ediciones de mala suerte y sinsabores el bravo ciclista eslovaco parece que dio con la tecla adecuada. Sin mostrarse en exceso durante las primeras tres cuartas partes de la carrera decidió ponerse farruco a falta de algo más de cincuenta kilómetros de meta. Tras un buen rato de fuerte ritmo en cabeza de lo que quedaba de pelotón a cargo de la excelsa maquinaría Quick Step y de un ataque a modo de prueba de Gregorio, Pitera se puso farruco. No fue un ataque ni duro ni flojo, enchegó la moto y marchó para adelante con ritmo sostenido. Detrás gente pillada al contrapié se miraba desconcertada sin saber qué hacer. Para cuando quisieron ponerse a trabajar Pitera ya sacaba una ventaja considerable que supo administrar de manera sabia. Pitera jamás duda, el resto de mortales sí. Más allá de sus enormes huevos, la fuerte determinación de este héroe paticorto y con cara de trilero es su mejor arma.



El que llegó segundo. A menudo se dice que el segundo es el primero de los perdedores pero no siempre es así. Todo depende del cómo. En el caso de Silvan Dillier ser segundo en esta Roubaix es un éxito memorable. Plantarle cara a Sagan hasta la última curva del velódromo es una prueba de casta muy notable. No se enganchó como una lapa a su estela durante kilómetros para racanear un podio, no. Luchó la fuga inicial antes de empezar los tramos de adoquines, se trabajó junto a sus compañeros una renta de minutos holgada y para cuando todos ellos excepto Wallays fueron cayendo en combate tuvo los redaños suficientes para aguantar al Sagan desencadenado que les alcanzó, relevarle en muchos tramos, sufrir sus acometidas en tantos otros y disputarle la carrera al sprint. Fue un tanto patético escuchar como a falta de veinte kilómetros los comentaristas deportivos daban por segura su derrota a manos (o mejor dicho, a piernas) de Sagan. Sin tener en cuenta un pinchazo en mal momento o no digamos una caída que hubiera podido tener Pitera, a un mozo que ha hecho bailar su bicicleta durante 29 tramos de pavé en cabeza de la prueba ciclista más complicada hay que respetarlo. A sus pies monsieur Dillier.



El que llegó tercero. Nikki Terpstra debe de ser un tipo complicado. En 2014 en esta misma blog se cantaron loas y alabanzas a su victoria en solitario. Aparte de su ataque desbocado gustó y mucho su recogida del pedrolo que lo acreditaba como vencedor ataviado con gorreta "como un ciclista antiguo". A lo largo de estos años ha seguido ganando carreras de prestigio y labrándose esa fama de tipo raro. Y el domingo volvió a las andadas. A lo mejor era el más fuerte pero no supo jugar sus cartas. Dudó. Y Pitera, como se ha dicho, no. Cuando no había solución se dedicó a tirar del carro de los favoritos en pos de lo imposible y cuando vio que no habría manera de alcanzar la cabeza saltó de su grupo para adjudicarse el tercer cajón del podio en solitario. Al llegar a meta, con la cara llena de barro, sudor y mierda se acercó a la zona donde Pitera había aparcado su bicicleta. Para Nikki, un tipo con cara de luterano trabajador y aplicado, esforzado, diligente y un poquito psicópata había concluido la edición 2018 de Roubaix a la par que daba comienzo la edición 2019. Su cabeza ya bullía con las mil y una tretas que podía, y debía, pergeñar para alzarse con la victoria al año que viene. Cogió los tubulares de la bici de Pitera y aplicando una leve presión con sus dedos intentó adivinar los bares de las ruedas con las que el salvaje del trilero Sagan le había levantado la carrera. Su cabecita comenzó a procesar.



El que no pudo llegar. El ciclismo es uno de los deportes más duros. No sólo porque se exprima el organismo hasta límites insospechados durante mucho tiempo sino porque además entraña ciertos riesgos. Por desgracia uno de estos riesgos se ha hecho palpable y patente en los últimos años en demasiadas ocasiones. Tanto en marchas cicloturistas como en pruebas profesionales. Cuando no es por caída, es por atropello y cuando no por un fallo cardiaco pero el caso es que se ha hecho relativamente habitual ver o escuchar como un ciclista muere mientras intenta disfrutar de su pasión. Esta vez le tocó al bueno de Michael Goolaerts del humilde aunque corajudo equipo Willems Verandas. En el segundo tramo adoquinado cayó fulminado por un infarto. En esos tensos momentos en los que el pelotón se desgaja en mil pedazos con caídas múltiples por doquier ya pareció que su caída no era una más puesto que sacaba muy mala pinta tendido en el suelo. Fue reanimado y trasladado al hospital donde a la noche no pudo superar la crisis y falleció. Morir casi siempre es una desgracia pero con 23 años lo es aún más si cabe. Al día siguiente los informativos deportivos se llenaron de una interminable sucesión de imágenes del pobre chaval tendido en el suelo luchando por vivir en una clara muestra de mala ética periodística y de la catadura moral por parte de los editores de esos espacios. Hubo que rebuscar en twitter para encontrar a gente que recordara al pobre Goolaerts subido a una bici y disfrutando una semana antes en el Tour de Flandes en pleno Kapelmuur. Si existe un cielo ojalá sea algo así para el bueno de Goolaerts. Una subida infinita de pavé pedaleando alegre llevado en volandas por los gritos de la gente que lo flanquea. Descanse en paz.



Los hermanos que acabaron. En el ciclismo han sido y son famosas las sagas de hermanos  e hijos que han coincidido o se han sucedido en el pelotón profesional. Así a bote pronto surgen los Simon, los Planckaert, los Indurain, creo que los Lejarreta, los Gorospe, los Scleck... ahora más recientemente y con diferentes resultados pues los Nibali, los Sagan, los Herrada, los Izagirre, los Quintana... los Zabel, los Minali, los Roche... hay unos suecos, los Peterson (uno de ellos,Gösta, ganó un Giro y todo), que eran cuatro y en los años sesenta-setenta ganaron medallas mundiales y olímpicas en contrarreloj por equipos. El equipo sueco era la familia Peterson al completo, algo así como Bélgica cuando compite en atletismo en 4x400 y tres de los cuatro relevistas se apellida Borlee. Pues ahora en Francia está la familia Turgis. Anthony, Jimmy y Tanguy son profesionales. Son jovenetes, del '94, '91 y ¡¡¡'98!!! respectivamente. Tanguy tiene 19 añetes pues el zagal es de mayo. El común de los mortales con 19 años un domingo por la mañana está o clavando codos o durmiendo la mona. No hay muchas más opciones al respecto. Tanguy estaba corriendo la Roubaix. No la prueba junior, no. La gorda, la de los salvajes. No sólo tuvo las pelotas suficientes para colocarse en la línea de salida sita en Compiegnes sino que además terminó la prueba. Convirtiéndose en el más joven en lograr tal proeza desde el año 1939. Además lo hizo acompañado de su hermano Jimmy. Militan en diferentes equipos pero es de imaginar que llegado el momento los intereses comerciales se difuminaron para dar paso al mero interés fraternal. El hermano mayor llegando con el pequeño sin nadie más, en tierra de nadie, en las posiciones 42º y 43º a más de 12 minutos de Sagan. Tiene que ser una chulada acabar Roubaix con 19 años. Acabar Roubaix con 19 años acompañado de tu hermano tiene que ser ya la repanocha.




El que quiso terminar a toda costa. Evaldas Siskevicius es un modesto ciclista lituano del aún más modesto equipo Delko. Tropical Amissa Bongo, circuito continental francés, carreras en China y alguna aparición en Dauphine o París-Niza. Es parte del bagaje de este típico ejemplo de ciclista de segunda división que se deja los riñones en carreras no muy conocidas para ganarse el sueldo. Porque detrás de las grandes estrellas hay un amplio pelotón de anónimos esforzados cuya labor es bregar y ayudar a sus jefes de filas y no siempre en carreras de relumbrón. Siskevicius había hecho su faena el pasado domingo y circulaba en última posición con el coche escoba pegado al culo cerrando la carrera. En el tramo adoquinado del Carrefour del arbre tuvo problemas con su rueda trasera. Necesitaba cambiarla. A esas alturas de la película con el grueso de los aficionados huyendo en desbandada a sus casas después de haber visto a las estrellas el bueno de Siskevicius ni tan siquiera tenía un coche de asistencia. Su coche de equipo era parte del convoy de cola ya que tras averiarse iba cargado en una de las grúas que cerraban la carrera. Siskevicius lo tuvo claro. ¿Retirarse? No, jamás. Hizo parar al convoy de cierre, se subió al coche que estaba sobre la grúa, sacó una rueda, la cambió él mismo y continuó. Desde el coche escoba le fueron indicando que había ganado Sagan y que iba a llegar fuera de control. A Siskevicius le dio igual. Siguió. Y para cuando llegó a las puertas del velódromo de Roubaix alguien se apiadó de él abriendo las puertas que ya habían sido cerradas para que pudiera dar su vuelta de honor y cruzar la línea de meta. Si se busca la clasificación Evaldas Siskevicius aparece con un DNF. Did not finish. No terminó. O en el mejor de los casos un Fuera de control. Pero su gesto es de los que hacen grande a este deporte y a los locos que lo practican. Enorme Siskevicius, enorme Roubaix.


1 comentario:

  1. ¡Qué grande Siskevicius!
    Y el periodista que estuvo ahí para contarlo también tiene lo suyo

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