miércoles, 4 de mayo de 2016

Monegros 2016, la madre que parió al viento


La madre que parió al viento. Desde las 11 de la mañana en que se puso un pie fuera del confortable habitáculo del coche hasta las 7 de la tarde momento en el que se volvió a colocar el trasero en el añorado asiento del auto, ocho horas con el viento taladrando la cabeza a lo largo y ancho de parte de los Monegros. Ese tipo de cosas que en el trabajo serían motivo de queja ante la dirección de la empresa por maltrato laboral y daño psicológico. Una buena ración dispensada en todas direcciones acompañada de partículas de arena y polvo percutiendo en el cuerpo sin compasión. A veces a favor, muchas veces ladeado, a veces aunque suficientes en contra. Sin viento a lo mejor hubiera sido divertido pero los diez últimos kilómetros de la marcha fueron lo más aborrecible del Universo haciendo equilibrios con la bici la cual quería irse a la margen derecha del camino con insistencia y empecinamiento.



Dicen que en los dieciseis años que lleva celebrándose tan magno evento sólo ha tenido lugar semejante vendaval en dos ocasiones. La primera vez y esta última. Que en la primera ocasión la mitad de los cuatrocientos participantes se retiraron y que en esta última pues no fue tan elevada la escabechina pero, se intuye, que el amor de ochomil bicicleteros por el dios Eolo quedará marcado en sus corazones por lo menos hasta el mes de agosto cuando bajo una chicharrina de cuarenta grados a la sombra a las ocho de la tarde se le vuelva a invocar para que traiga alguna tormenta. Pero que de momento se puede ir tan ricamente a freír espárragos.

Tras descender del coche y recibir la primera bofetada en forma de frío viento, acudimos Jesús y yo a recoger los dorsales y recibir la oferta para participar en un sorteo de un pase VIP para la Vuelta, eso que hacen en agosto-septiembre terminando las etapas donde van a apacentar las cabras al lado de las antenas de repetición. Nos negamos. Refrescante cerveza previa al tormento degustada en el bar restaurante Carlos, donde nos dan recuerdos para David R., quien ya está pedaleando en la marcha larga, y conversamos con el camarero, un tipo tan simpático como somarda, y con su señor padre repasando los tiempos antiguos del CC Barbastro.

David rodando en solitario en la marcha de 118 km
Larga espera bajo el arco de salida protegidos por la pared de una casa del maldito viento. Me he prometido no utilizar adjetivos calificativos insultantes hacia el mencionado fenómeno meteorológico. No sé si lo lograré. En el arco de salida se observan peculiares personajes del mundo tuercepedal que tranquilizan y atemperan las dudas acerca de nuestra capacidad para completar los 82 km de la marcha. Si ellos pueden mal se tiene que dar para que nosotros no podamos. Salida en tromba cruzando Sariñena rumbo a lo desconocido intentando seguir la estela de dos angelicos caídos del cielo que pedalean con ritmo grácil y sincopado para gozo y deleite de los sentidos. Qué cadencia y qué gozo.

Se abordan unos caminos entre campos y granjas. El aire a veces da de cara, a veces de culo pero no molesta demasiado, no así ciertos charcos hasta que se da con el truco para no errar en el dilema de bordearlo por la izquierda o la derecha. Por el centro, to tieso. La primera vez incluye cierta incertidumbre por el qué pasara pero es sensacional y da buena prueba del excelente estado de esos caminos monegrinos. Ejecutar semejante ocurrencia en alguno de los siempre acondicionados y dispuestos caminos de nuestro querido Somontano puede derivar en horror tanto para la bici como para el bicicletero cayendo por alguna sima hasta el inframundo. Pero aquí es divertidisimo.

Km 20. Con el aire ladeado aunque ligeramente favorable unos aspersores saludan al paso de los bicicleteros. A pesar del sol que brilla en el despejado cielo, el aire frío nos hiela el alma con semejante remojón. Paisajes variopintos y desde luego diferentes a los que se acostumbran a ver aquí. Llanuras sin fin coronadas por zaborros de arenisca con curiosas formas, polvo y los enormes charcos comentados salpicando los anchos e impecables caminos. Un par de repechos donde nos adelanta el Capitán América y algún tandem y cigüeñas jugando con el viento viendo un montón de humanos haciendo el mono.

Mi colega el Capitán América, en esta blog se exagera pero no se miente
En el km 34, avituallamiento de Sigena. Bicis tiradas por doquier y gran marabunta alrededor del líquido y la comida. Correcto, con unos pastelitos de manzana excelentes y pichadetes de pitufo. Acto seguido el coloso de la jornada. El alto de Piedrafita majestuoso en mitad de la nada con sus curvas y sus buenas pendientes. Se pedalea sin dificultad, una gozada. Con Jesús comenzamos a pasar a multitud de gente en todas y cada una de las rampas. Algo inaudito, increíble. Cual jefes de filas a los que se les ha escapado el grupo de los gallos a pie de puerto por culpa de una avería, adelantamos riadas de gente. Los mismos que nos han adelantado en los kilómetros anteriores cuando el aire pegaba de culo y todo era jolgorio y alegría.

Cuando voy asustado pensando en lo que nos ha podido echar en la cerveza el camarero del bar Carlos veo delante al enorme bicicletero oscense con el que dos semanas antes coincidimos en la subida a Costean. Cerrando el pelotón en aquella ocasión. ¿Qué está ocurriendo ahora? ¿La gente pedalea como bestias en el llano y la subida se le atraganta? Qué caso más extraño. Con unas curvas de herradura espléndidas llegamos a la cima para crestear durante unos kilómetros en los que el viento se empieza a poner pesado.

Jesús comandando el pelotón
Pequeño descenso y subebaja en mitad de la nada con extensiones de tierras y campos a nuestra izquierda hasta donde llega la vista. Al frente una riada de gente, el horizonte recortado por una fila interminable de bicicleteros chepeando contra el inclemente cierzo. Gente que se vuelve a clavar en las pequeñas subidas, visitas al sembrado para adelantar  al estilo Sagan y alguno que pierde el equilibrio motivado por la baja velocidad de pedaleo y la alta velocidad de las ráfagas de viento. Pero con Jesús seguimos avanzando posiciones cual jabalines, dentro de nuestras enormes limitaciones, pero dando el do de pecho. Impresionante, oigan. El camarero nos ha visto pinta de asmáticos y ha echado una chorradeta de ventolin a la cerveza, no cabe ya duda alguna.

Haciendo comer polvo a los de atrás, increíble
Descendemos por otro camino espectacular de lo bien conservado que está con sus buenas curvas de herradura y fuerte desnivel donde yace un bicicletero que se ha ido al suelo al parecer por culpa del viento. Se ha pegado un buen golpetazo y una vez llega la Guardia Civil mucho más no se puede hacer así es que seguimos hasta el avituallamiento del km 65. Más de lo mismo, correctos en lo esencial aunque demasiado caóticos para mi gusto. Pero es que vamos un tropel de gente las cosas como son.

Jesús saludando a la cámara
Un tropel de gente pero nadie para a ayudar a un gacho que pide por favor una cámara de 29" al borde del camino. Ante la pregunta de que si llevo una cámara de sobra hay que ser muy miserable para no parar llevando tres en la mochila. Así es que le doy una de las mías, el tío da las gracias como si le hubiera salvado la vida, quiere pagar la cámara, le digo que no hace falta, insiste, me echa unas monedas en la mochila, vuelve a dar las gracias. Todo fuera así de fácil le decimos con Jesús. ¿Tan complicado es parar a ayudar a alguien durante dos minutos? Además, en Sabi el año pasado ya le dimos una cámara al amigo Marcelo Patricio pensando que era el nuevo Nairo Quintana y que cuando ganara el Tour se acordaría de los dos hermanos que le ayudaron, no sin comedias, a inflar la rueda en la salida de la QH. Me parece que Marcelo Patricio no cumplirá las expectativas, el agradecido bicicletero de la Monegros era un tuercepedal como nosotros pero habrá un día en que prestaremos una cámara al futuro nuevo capo del pelotón internacional. ¡Seguro!

A estas alturas de la película llevamos un poco de dolor de riñones, dolor en los gemelos, en la cadera, de cabeza, labios resecos, ojos llorosos, culera puerca de salpicaduras y patas llenas de barro. Y queda la broma final. Tras rebasar por enésima vez al tío que lleva una fat bike, al Capitán América, el que va equipado de arriba a abajo del Tinkoff, al tandem y a la misma gente que nos pasa en las bajadas y a la que cogemos en los repechos queda el remate, la puntilla. La traca final. Como que a la gente del Madrid se le ponga Van Breukelen de portero, Duckadam a la del Barça, el Espanyol lance penaltis en Leverkusen o el Atleti llegue al minuto 93. Para la gente que no le guste el fútbol, baste imaginar acudir a votar otra vez el 26-J.

Diez kilómetros de apretar dientes y en los que de milagro la pobre bici que ninguna culpa tenía a punto estuvo de terminar en un campo lanzada de pura desesperación. Desquiciante, a la tercera ventolera que casi me lleva contra la margen me puse a jurar en arameo y a golpear el manillar en un gesto tan absurdo como inútil. Horrible. Para llorar de la impotencia. Todo el mundo va chepeando del mismo modo, es aborrecible si no fuera porque todos nos hemos metido en ese berenjenal por gusto propio y por desgracia hay cosas mucho peores en esta vida. Por suerte los dos kilómetros finales transcurren parcialmente protegidos y al final cruzamos con Jesús mano a mano la línea de meta. 5 horas o algo así dando pedales.

Nos zampamos a la carrera la fideuá y la hamburguesa y regresamos deprisa y corriendo a la tranquilidad del coche torturados por tanto viento. Si hasta dentro de otros quince años no toca semejante ventolera el día de la carrera, la compro para el año que viene y las venideras ediciones hasta que el cuerpo aguante. Si el caprichoso Eolo vuelve a hacer de las suyas al año que viene y estoy presente, con toda la paz me iré a la terraceta del bar Carlos a comer y charrar con el camarero. Porque sin viento tiene que ser tiene que ser divertido pedalear por esos caminos pero con viento... la madre que parió al viento.


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