lunes, 30 de abril de 2018

La Monegros 2018, qué duro es ser tuercepedal


He aquí la crónica de la Monegros 2018 hecha por los tuercepedales. Porque el mundo debe conocer estos pormenores. Lo duro que resulta ser tuercepedal. Mes de diciembre. Sin mucho conocimiento y sin pensar demasiado las cosas un grueso de tuercepedales bastante importante nos apuntamos a la marcha larga de la Monegros. Algunos, haciendo gala del aludido poco conocimiento, completan las inscripciones propias o las de sus amigos poniendo en sus dorsales nombres dudosamente representativos y/o directamente poco dignos.

Llega abril y tras un invierno y principio de primavera pleno de lluvias y alguna que otra calamidad toca repasar las bicis de montaña para ponerse en la línea de salida de la Monegros. De los tres años, con este, en los que he salido lo mismo era el menos indicado para afrontar semejante kilometrada pero el escaso juicio que dicta los designios de un tuercepedal de pro me llevan a tirar adelante por dos razones. Una, donde no lleguen las piernetas tendrá que llegar la voluntad. Y dos, donde no lleguen las dos cosas antes mencionadas lo hará un Patrol de la Cruz Roja. Que los Monegros son un desierto pero tampoco hay que exagerar y esto no es como irse a pedalear al Kalahari con un odre de agua y con el siguiente ser vivo a día y medio de camino. No hay que dramatizar, no nos pongamos nerviosos. En caso de quedarnos tirados por avería mecánica o física (la mental ya viene de serie) no creo que sea necesario tener que recolectar raíces para nuestra supervivencia.

El objetivo, además de completar la marcha de manera más o menos digna, no se mide en tiempo sino en número de tartaletas de manzana que enjaretar al buche. El anterior récord establecido consistía en una deglución de ocho de estas ambrosías en dos avituallamientos dispuestos a tal efecto. Teniendo en cuenta que en esta ocasión íbamos a disponer de cuatro paradas para disfrutar de estos manjares el récord parecía factible aunque siempre había que tener en cuenta los imponderables que afectan a estos eventos y que suelen traducirse en vomitones, cagaleras y toda suerte de malestares estomacales que devienen en un rendimiento inferior al pronosticado.

Total que tras la recogida de dorsales toca vestirse de ciclista y ahí ya acontecen los primeros horrores. En los dorsales personalizados surgen los despropósitos cometidos en diciembre. Que si un Pablé por aquí, que si un Van Lakommen por allá. Al pobre Lemus petit se le empezó a torcer la jornada al ver que iba a tener que circular con el apelativo que el bueno de Juanlu y sus huevos toreros habían tenido a bien cascarle al completar la inscripción pero es que lo mío… me lo hice yo… ¡Van Lakommen! ¿Pero de qué iba en diciembre para poner semejante faltada? Ni que fuera un flandrien de los que hacen el calendario de piedras, que soy un tuercepedal que ha venido aquí a no hacerse mal y a comer tartaletas de manzana como un cerdo, hombre.

Así es que tras saludar a mr Trendy, al sr Ornitorrinco, sr Bestué, Pepito, mi hermano Jesús, compañeros varios de instituto nos vamos al cajón de salida. Jesús en un alarde que le dan después de haber almorzado bien se mete en un cajón intermedio, que vayamos con ellos, hombre no que tenemos dorsal para el cajón de los cojos, que es igual, hombre no sé yo, que sí, mira que hemos pagao nosecuantos ñapos al menos salir en la clasificación y no hacer un siskevicius. Al final, Jesús y sus compañeros marchan al cajón de los pudientes y Juanlu, Pablo (me niego a denominarle Pablé, él lo agradecerá), el señor Lueza, el señor Cantín y un servidor marchamos al cajón de los desarrapados. Previo despliegue espectacular de Juanlu con los malabares acostumbrados de siempre y que hacen las delicias del público asistente. Que si la rueda que pierde y no se puede hinchar, el número de las tenacillas y el imprescindible giro mortal del bidón que no lleva agua. Espectacular.

Salida lenta y trabada con parones y algún tapón tras las caídas de costumbre que libramos sin dificultad. Algún incidente con uno de esos bikers que piensan que aquello es el Tour de Francia y que saliendo a toda mecha y empujando a los demás igual lo gana. Manolo recibe un topetazo de uno de estos iluminados y lo despide con cariñosos saludos. Hasta que al fin los caminos se ensanchan, el pelotón se estira y Javi Miguelón Indurain puede poner las bielas a funcionar para implantar un ritmete bueno con el que ir avanzando alguna posición. Manolo con la bici de ruedas gordas también va allanando el camino hasta que cuando nos las veíamos felices llegamos a un tapón bíblico. Aquello parece Zaragoza cuando llueve, Barcelona el 1 de agosto o Monzón cuando había semáforos. El atasco es memorable. La causa no es ni la fin del mundo ni que doscientos bikers hayan caído fulminados por torzones de tripas tras ingerir pantagruélicas cantidades de tartaletas de manzana puesto que el primer avituallamiento aún no ha llegado. No, la causa es un charco. Aún me acuerdo del primer año que hicimos la Monegros con Jesús. Los treinta primeros kilómetros eran charquilandia. Tras la lógica aprensión que supone cruzar una de esas charqueras en las que uno no sabe si puede verse sumido en un hoyo que lo lleve hasta Nueva Zelanda, todo temor se disipaba al ver cruzar por medio a algún incauto con poco conocimiento y ver que no pasaba nada. Pues nosotros íbamos detrás. Y no pasó nada. Pues este año fue misión imposible porque el tapón era infranqueable. Entre los que no querían mojarse los petetes, los que se iban por la margen a ritmo caribeño, los que se hacían selfis, los que se quedaban mirando el charco… Un charco. Que no es más que una extensión de agua puerca de como palmo, palmo y medio de profundidad que a lo sumo tiene renacuajos nadando en su interior. Pues gente mirando el charco. Treinta minutos para cruzar dos charqueras cuando el siguiente gozo de esta marcha después de ponerse como un cerdo comiendo tartaletas es mancharse como un gorrino cruzando los charcos.


Apártense que tenemos hambre
Unos repechos después en los que también se forman tapones y podemos contemplar como algún biker hace la croqueta en una zanja al violar la máxima de que cuando ruedas más despacio que lo que puedes caminar eso ya no es ir en bici sino que es hacer equilibrios, llegamos al primer avituallamiento bien colmado de gente.  El quinteto que formamos se despliega con suma eficacia ignorando que por tercera vez se forma un tapón en la mesa donde se disponen las viandas y una de las señoras que atiende el puesto se ve obligada a recordar a la gente que no se apelotone al principio pues pueden disponer de toda la longitud del lugar tan largo es ya que hay comida para todos. En ese momento el grueso de bikers mira hacia la otra punta de la mesa y contempla un espectáculo que ya nunca podrán borrar de sus retinas, cinco tuercepedales devorando tartaletas de manzana como si no fuera a haber mañana. Tras apurar la ingesta del orín de pitufo más conocido por su marca comercial, powerade, pregunto a Javi cuántas tartaletas lleva y sentencia que cuatro. Este hombre es un titán pedaleando y mallando, no perdona. Manolo también lleva lo suyo y Juanlu y Pablo sencillamente no hablan y trasegan que da gusto. Pues voy a por la cuarta tartaleta, me digo, pero al ir a por ella acontece uno de esos fenómenos de la naturaleza similares a cascar un huevo y que aparezcan dos yemas. La tartaleta se aferra de manera firme a una congénere y yo no puedo jugar a ser dios y separar lo que la naturaleza quiso que estuviera unido así es que haciendo uso de todas mis fuerzas devoro ambas tartaletas para que marchen de este mundo igual que amanecieron en aquella bendita cajeta de repostería Dulcesol.

Comienzan las primeras estribaciones del alto de Piedrafita y al sol le da por salir. Como cinco cerdos bien cebaos avanzamos al matadero con sudores plenos de toda la glucosa sobrante que el organismo intenta sacarse de encima tras esa agresión injustificada a nuestros estómagos. Me siento pesado, dice Pablo. Nos ha jodido mayo con las flores.  Javi Miguelón impone un ritmo, Manolo y yo le seguimos para rebasarle después. Juanlu y Pablo penan por detrás. Serán las tartaletas. Javi Miguelón nos coge un rato más tarde y juntos llegamos a la cima. Yo voy con ligeros amagos de calambre en las piernas. Pero como las tripas van bien y hemos venido a zampar decido seguir para la marcha larga sin pensar demasiado en las consecuencias. Tras unirnos otra vez los cinco tiramos cara abajo dirección Peñalba.


Un uomo è al comando, la sua maglia è biancoceleste, il suo nome è Manolo
Ya entonces cuando la bajada se hace más tendida vemos que Juanlu y Pablo empiezan a quedarse otra vez atrás. Como no hay mal que por bien no venga, al aflojar un poco el ritmo las piernetas se van relajando y tras pasar el kilómetro 60 el canguelo se va haciendo a un lado. Llegamos a Peñalba. Avituallamiento en el pueblo y lleno de animación, se agradece un poco de vida en  esos momentos. Javi está con que ese pueblo es Valfarta y yo con que es Peñalba. Juanlu viene a desentrañar el misterio. Que Peñalba igual no es porque trabajó allí y no le suena para nada todo aquello. Mira que había un cartel a la entrada de cooperativa de Peñalba o algo así. Pues no sé. Y al mirar al otro lado del avituallamiento, a la otra orilla de lo que parece ser un canal ve que sí, que trabajó justo allí en ese edificio. Memorable.

Haciendo acopio de coraje nos enfrentamos a la mesada dispuesta aunque esta vez el desempeño efectuado es algo más suave y se salda con un total de tres tartaletas de manzana y un botellín de orín azul. El titán Miguelón se enjareta ocho o diez piazos de naranja a ritmo de adelantar a Chiapucci en la crono de Luxemburgo.Pim pam, pim pam.  Pablo, Juanlu y Manolo haciendo subir las acciones de la casa Dulcesol a la que no tendremos inconveniente en cederle un espacio publicitario en el ribete de alguna manga el día que la Agrupación Gastrónomica Tuercepedales saque maillot de equipo. Bien cebadicos salimos dispuestos para acometer el rampote posterior al avituallamiento.
Comienzan los kilómetros del desasosiego. Una interminable sucesión de rectas y falsos llanos que han de llevar hasta Castejón de Monegros. Milagrosamente las piernetas responden pero Pablo va asfixiado. Qué le vamos a hacer, le habrán sentado mal las tartaletas o estará incubando algo, ya llegaremos. Lo que es raro con la pretemporada en altura que se había clavado el muy zorro ahí en Andalucía pedaleando y entrenando la muñeca y el movimiento de codo, pero en fin… Cada vez se van retrasando más el caso es que llegado un punto Manolo y yo terminamos pedaleando en solitario y contando las granjas de tocinos que vamos viendo a la vera del camino. Pero llega un punto en que no se ve venir al resto de la grupeta y decidimos parar por si Pablo ha tenido que retirarse. Debe de ser como el kilómetro 80. Llama Manolo a esta gente y le dicen que Pablo ha sufrido una avería pero que tiremos hasta el siguiente avituallamiento y esperemos allí. La resolución de las desgracias del pobre Pablo a la vuelta de la publicidad. Emoción, intriga y dolor de barriga.



Tercer avituallamiento y allí en medio de un sembrao están repatingados Jesús y su colega Antonio que han optado por la retirada. Antonio con torzón de tripas y Jesús solidarizándose con él se queda para esperar a los otros compañeros y que vengan a buscarlos con el coche. Les contamos las penurias de Pablo y ya hasta le hacemos un hueco en ese viaje de vuelta por si va tan fastidiado que no pueda continuar. Y entonces llegan Juanlu, Javi y Pablo.

Temiendo lo peor nos acercamos al damnificado por averías y dolencias varias, cómo te encuentras, puedes seguir. Y a continuación nos explica la algarada del día y que entra a formar parte del top3 del universo tuercepedal. Yo creo que supera la vez que Juanlu rajó la cubierta a los trescientos metros de comenzar la Puertos (y no llevaba ni velocímetro, ni agua, ni dineros para pagar la reparación) y compite de manera firme con Jesús cuando se hizo la marcha de Labata con la suspensión bloqueada. Resulta que siguiendo la tónica de la jornada el pobre mozo iba asfixiado y subido de pulsaciones que no podía más. Y aquello que no tiraba. El caso es que en una de las bajadas, Javi y Juanlu se le empiezan a ir. Pablo, escamado ante tan alarmante situación en la que simplemente tirándose a peso mierda debería ser capaz de seguir al resto, decide parar y comprobar si le pasa algo a las ruedas. Al girar una de las ruedas en vacío esta gira dos segundos y se para. Pastilla de freno rozando el disco. Imprecaciones varias. Reparación de la avería y a volar lo que no estaba en los escritos. Rato después y ya de camino a casa en el coche nos reímos a base de bien por el hecho de que Pablo tardó tanto tiempo en atribuir su lentitud a la bici en lugar de a su estado físico. “Esto me ha pasado por dudar de mi estado físico”. El pobre hombre, que había estado entrenando en Andalucía (tanto el pedaleo como el zampe) no era normal que tuviera un rendimiento tan malo. Pero él lo estuvo creyendo durante 80 largos kilómetros porque es un tuercepedal sin remedio. A todos nos hubiera pasado lo mismo. A cualquier otro biker más preocupado por reventar el KOM del strava que por reventarse las tripas zampando ese mediocre ritmo le hubiera hecho sospechar que su bicicleta estaba averiada no dudando en ningún momento de su infalibilidad como ciclista. Qué le vamos a hacer, nosotros no somos así.

Tras contar la anécdota toca ajusticiar el avituallamiento y es en este punto donde se rebasa la mágica cifra de diez tartaletas de manzana al mismo tiempo que saludamos a Gustavo quien se encuentra reparando bicicletas a todo tren. Con fuerzas renovadas nos encaminamos a completar los últimos 30 kilómetros con Pablo tirando como un poseso. Pero se ha pegado tal pechada hasta ese momento que el efecto dura poco y volvemos a la marcheta habitual. Hay que acabar como sea. Así y todo en el tramo de bajada donde se juntan de nuevo las dos marchas se va la grupeta dada mi ineptitud para pedalear en cualquier tipo de porcentaje negativo. Y encima se me cargan las lumbares.

Llego al cuarto y último avituallamiento con la vana esperanza de entrar y no encontrar a mis cuatro compañeros, pensando que al estar tan cerca del anterior y tan cerca de meta se lo habrán saltado. Los cojones. Ahí están mallando a base de bien. Si les sacan un par de cocos fritos y una botella vino ahí no queda ni el plato. Cuando me veo resignado a intentar llegar a ingerir tantas tartaletas como copas de Europa tiene el Madrid descubro aliviado que aquí hay bocadillos de chorizo. Tras comer y beber la correspondiente de orín pitufo continuamos con la última tramada hacia meta.


En el km 115 a punto de llegara a meta. Menuda odisea
Comienzan las fotos a lo loco, los vídeos con gritos y alaridos en plan desustanciao y Juanlu preparando el dispositivo de entrada a meta que consiste en ir los cinco en paralelo confiando en que nuestra torpeza no sea impedimento para meternos la gran hostia. Al final y tras un intento en el que rozamos el afilador hacemos algo parecido a cinco tíos entrando en paralelo eso sí montando mucha escandalera. Lo hemos conseguido. 117 km y casi 8 horas desde que empezamos a movernos hemos llegado tras ingerir una cantidad ridícula de tartaletas y líquidos, con una de las bicis trabada hasta el kilómetro 80. Pero nos lo hemos pasado en grande y nos hemos reído un montón. Unas fotos levantando la bici de ruedas gordas de Manolo, una caña caña que sabe a gloria y la fiedeuá con hamburguesa que sabe hasta buena para marchar cagando leches al coche a cargar los cataticos y llegar cuanto antes a casa para darnos una ducha y marchar a dormir. Qué día más largo y qué cansado es esto del zampar.


Entrando en meta. Pablo, Manolo, servidor, Juanlu y Javi. Foto sensacional

domingo, 15 de abril de 2018

Historias de Roubaix

El pasado domingo se celebró una de las carreras ciclistas más bonitas del año. El monumento de los monumentos, la Paris-Roubaix. Como todos los años sus doscientos cincuenta y muchos kilómetros depararon multitud de momentos épicos para recordar. He aquí algunos de ellos.


El que llegó primero. Por fin ganó Pitera Sagan en el velódromo de Roubaix. Tras unas cuantas ediciones de mala suerte y sinsabores el bravo ciclista eslovaco parece que dio con la tecla adecuada. Sin mostrarse en exceso durante las primeras tres cuartas partes de la carrera decidió ponerse farruco a falta de algo más de cincuenta kilómetros de meta. Tras un buen rato de fuerte ritmo en cabeza de lo que quedaba de pelotón a cargo de la excelsa maquinaría Quick Step y de un ataque a modo de prueba de Gregorio, Pitera se puso farruco. No fue un ataque ni duro ni flojo, enchegó la moto y marchó para adelante con ritmo sostenido. Detrás gente pillada al contrapié se miraba desconcertada sin saber qué hacer. Para cuando quisieron ponerse a trabajar Pitera ya sacaba una ventaja considerable que supo administrar de manera sabia. Pitera jamás duda, el resto de mortales sí. Más allá de sus enormes huevos, la fuerte determinación de este héroe paticorto y con cara de trilero es su mejor arma.



El que llegó segundo. A menudo se dice que el segundo es el primero de los perdedores pero no siempre es así. Todo depende del cómo. En el caso de Silvan Dillier ser segundo en esta Roubaix es un éxito memorable. Plantarle cara a Sagan hasta la última curva del velódromo es una prueba de casta muy notable. No se enganchó como una lapa a su estela durante kilómetros para racanear un podio, no. Luchó la fuga inicial antes de empezar los tramos de adoquines, se trabajó junto a sus compañeros una renta de minutos holgada y para cuando todos ellos excepto Wallays fueron cayendo en combate tuvo los redaños suficientes para aguantar al Sagan desencadenado que les alcanzó, relevarle en muchos tramos, sufrir sus acometidas en tantos otros y disputarle la carrera al sprint. Fue un tanto patético escuchar como a falta de veinte kilómetros los comentaristas deportivos daban por segura su derrota a manos (o mejor dicho, a piernas) de Sagan. Sin tener en cuenta un pinchazo en mal momento o no digamos una caída que hubiera podido tener Pitera, a un mozo que ha hecho bailar su bicicleta durante 29 tramos de pavé en cabeza de la prueba ciclista más complicada hay que respetarlo. A sus pies monsieur Dillier.



El que llegó tercero. Nikki Terpstra debe de ser un tipo complicado. En 2014 en esta misma blog se cantaron loas y alabanzas a su victoria en solitario. Aparte de su ataque desbocado gustó y mucho su recogida del pedrolo que lo acreditaba como vencedor ataviado con gorreta "como un ciclista antiguo". A lo largo de estos años ha seguido ganando carreras de prestigio y labrándose esa fama de tipo raro. Y el domingo volvió a las andadas. A lo mejor era el más fuerte pero no supo jugar sus cartas. Dudó. Y Pitera, como se ha dicho, no. Cuando no había solución se dedicó a tirar del carro de los favoritos en pos de lo imposible y cuando vio que no habría manera de alcanzar la cabeza saltó de su grupo para adjudicarse el tercer cajón del podio en solitario. Al llegar a meta, con la cara llena de barro, sudor y mierda se acercó a la zona donde Pitera había aparcado su bicicleta. Para Nikki, un tipo con cara de luterano trabajador y aplicado, esforzado, diligente y un poquito psicópata había concluido la edición 2018 de Roubaix a la par que daba comienzo la edición 2019. Su cabeza ya bullía con las mil y una tretas que podía, y debía, pergeñar para alzarse con la victoria al año que viene. Cogió los tubulares de la bici de Pitera y aplicando una leve presión con sus dedos intentó adivinar los bares de las ruedas con las que el salvaje del trilero Sagan le había levantado la carrera. Su cabecita comenzó a procesar.



El que no pudo llegar. El ciclismo es uno de los deportes más duros. No sólo porque se exprima el organismo hasta límites insospechados durante mucho tiempo sino porque además entraña ciertos riesgos. Por desgracia uno de estos riesgos se ha hecho palpable y patente en los últimos años en demasiadas ocasiones. Tanto en marchas cicloturistas como en pruebas profesionales. Cuando no es por caída, es por atropello y cuando no por un fallo cardiaco pero el caso es que se ha hecho relativamente habitual ver o escuchar como un ciclista muere mientras intenta disfrutar de su pasión. Esta vez le tocó al bueno de Michael Goolaerts del humilde aunque corajudo equipo Willems Verandas. En el segundo tramo adoquinado cayó fulminado por un infarto. En esos tensos momentos en los que el pelotón se desgaja en mil pedazos con caídas múltiples por doquier ya pareció que su caída no era una más puesto que sacaba muy mala pinta tendido en el suelo. Fue reanimado y trasladado al hospital donde a la noche no pudo superar la crisis y falleció. Morir casi siempre es una desgracia pero con 23 años lo es aún más si cabe. Al día siguiente los informativos deportivos se llenaron de una interminable sucesión de imágenes del pobre chaval tendido en el suelo luchando por vivir en una clara muestra de mala ética periodística y de la catadura moral por parte de los editores de esos espacios. Hubo que rebuscar en twitter para encontrar a gente que recordara al pobre Goolaerts subido a una bici y disfrutando una semana antes en el Tour de Flandes en pleno Kapelmuur. Si existe un cielo ojalá sea algo así para el bueno de Goolaerts. Una subida infinita de pavé pedaleando alegre llevado en volandas por los gritos de la gente que lo flanquea. Descanse en paz.



Los hermanos que acabaron. En el ciclismo han sido y son famosas las sagas de hermanos  e hijos que han coincidido o se han sucedido en el pelotón profesional. Así a bote pronto surgen los Simon, los Planckaert, los Indurain, creo que los Lejarreta, los Gorospe, los Scleck... ahora más recientemente y con diferentes resultados pues los Nibali, los Sagan, los Herrada, los Izagirre, los Quintana... los Zabel, los Minali, los Roche... hay unos suecos, los Peterson (uno de ellos,Gösta, ganó un Giro y todo), que eran cuatro y en los años sesenta-setenta ganaron medallas mundiales y olímpicas en contrarreloj por equipos. El equipo sueco era la familia Peterson al completo, algo así como Bélgica cuando compite en atletismo en 4x400 y tres de los cuatro relevistas se apellida Borlee. Pues ahora en Francia está la familia Turgis. Anthony, Jimmy y Tanguy son profesionales. Son jovenetes, del '94, '91 y ¡¡¡'98!!! respectivamente. Tanguy tiene 19 añetes pues el zagal es de mayo. El común de los mortales con 19 años un domingo por la mañana está o clavando codos o durmiendo la mona. No hay muchas más opciones al respecto. Tanguy estaba corriendo la Roubaix. No la prueba junior, no. La gorda, la de los salvajes. No sólo tuvo las pelotas suficientes para colocarse en la línea de salida sita en Compiegnes sino que además terminó la prueba. Convirtiéndose en el más joven en lograr tal proeza desde el año 1939. Además lo hizo acompañado de su hermano Jimmy. Militan en diferentes equipos pero es de imaginar que llegado el momento los intereses comerciales se difuminaron para dar paso al mero interés fraternal. El hermano mayor llegando con el pequeño sin nadie más, en tierra de nadie, en las posiciones 42º y 43º a más de 12 minutos de Sagan. Tiene que ser una chulada acabar Roubaix con 19 años. Acabar Roubaix con 19 años acompañado de tu hermano tiene que ser ya la repanocha.




El que quiso terminar a toda costa. Evaldas Siskevicius es un modesto ciclista lituano del aún más modesto equipo Delko. Tropical Amissa Bongo, circuito continental francés, carreras en China y alguna aparición en Dauphine o París-Niza. Es parte del bagaje de este típico ejemplo de ciclista de segunda división que se deja los riñones en carreras no muy conocidas para ganarse el sueldo. Porque detrás de las grandes estrellas hay un amplio pelotón de anónimos esforzados cuya labor es bregar y ayudar a sus jefes de filas y no siempre en carreras de relumbrón. Siskevicius había hecho su faena el pasado domingo y circulaba en última posición con el coche escoba pegado al culo cerrando la carrera. En el tramo adoquinado del Carrefour del arbre tuvo problemas con su rueda trasera. Necesitaba cambiarla. A esas alturas de la película con el grueso de los aficionados huyendo en desbandada a sus casas después de haber visto a las estrellas el bueno de Siskevicius ni tan siquiera tenía un coche de asistencia. Su coche de equipo era parte del convoy de cola ya que tras averiarse iba cargado en una de las grúas que cerraban la carrera. Siskevicius lo tuvo claro. ¿Retirarse? No, jamás. Hizo parar al convoy de cierre, se subió al coche que estaba sobre la grúa, sacó una rueda, la cambió él mismo y continuó. Desde el coche escoba le fueron indicando que había ganado Sagan y que iba a llegar fuera de control. A Siskevicius le dio igual. Siguió. Y para cuando llegó a las puertas del velódromo de Roubaix alguien se apiadó de él abriendo las puertas que ya habían sido cerradas para que pudiera dar su vuelta de honor y cruzar la línea de meta. Si se busca la clasificación Evaldas Siskevicius aparece con un DNF. Did not finish. No terminó. O en el mejor de los casos un Fuera de control. Pero su gesto es de los que hacen grande a este deporte y a los locos que lo practican. Enorme Siskevicius, enorme Roubaix.


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