martes, 30 de septiembre de 2014

Mi particular Medio Maratón


Este año tampoco corrí el Medio Maratón. Tampoco es que esto sea un hecho excepcional ya que nada más lo he corrido (o he participado, mejor dicho) en dos ocasiones. Porque según mi hermano el Gurú yo no corro sino que camino deprisa, y razón no le falta. Realmente es un bagaje muy modesto que espero ir ampliando. El caso es que este año debido a diferentes circunstancias tampoco pudo ser. Como tampoco colaboré como voluntario en ninguna de las tareas en las que el club reclamó ayuda a lo largo de la semana, decidí que el día de la carrera haría mi particular labor en compañía de mi hermano Agus.

Ya el viernes por la tarde asistí a la charla del Chema Martínez, el atleta homenajeado este año en la carrera. Chema, una de las estrellas del atletismo nacional en la pasada década, demostró ser una gran persona, me llevé una muy grata impresión más que por los aspectos deportivos, los cuales ya se presuponen, por su personalidad. De los deportistas que aman su trabajo y se les ve en la cara, un motivador nato. Un defensor de que los sueños hay que luchar por conseguirlos aunque te tachen de loco y caigas en el intento. Que para levantarse siempre hay tiempo.

El sábado a las 17h me acerqué a la zona de salida y meta a ver las carreras de los críos. A estos no hace falta que venga Chema a motivarlos. Se comen el mundo ellos solos, son la ilusión con patas. De mayor quiero ser como ellos. Por tener estos críos tienen hasta la ilusión de ver su pueblo con unas pistas de atletismo nuevas. Quiero pensar que alguna vez este sueño se conseguirá pero que pesadilla más larga y pesada está siendo de momento, menuda broma de mal gusto. Tras ver a la chavalería, Agus y yo nos fuimos a nuestra particular faena enfilando Corona, Rioancho y el Coso chino chano.

Tras unas primeras dudas iniciales se consensuó el sitio al cual dirigirnos fácilmente. Si has corrido la Media de Barbastro sabes donde se sufre como un condenado, sabes donde te va a hacer falta un aplauso o un grito de aliento. Hay varios puntos negros por así decirlo pero como no podíamos multiplicarnos decidimos ir a la dificultad por antonomasia de la Media y que curiosamente se encuentra casi siempre bastante pelada de gente: la cuesta del Silo.

Y allí, en mitad de las curvas donde otros años tenían la paradeta Los Gaiteros, nos apostamos sentados en la cuneta. Primero vimos la ida, cuando la gente va fresca con kilómetro y medio en las piernas. Aplausos al coche de cabeza, el señor Tesorero del club que esta vez va allí montado haciendo de fotógrafo nos dice que qué bien estamos allí, que somos unos marqueses. Pasa Chema Martínez, gritos y aplausos. Chema nos corresponde, se ha pegado el primer kilómetro a 2'54" y le queda fuelle y ganas para saludar. Este tío es muy grande.

Detrás pasan los de Monzón, entre ellos el eterno Oriach al que llevo viendo correr desde que era un canijo. Se cae la curva con los gritos. Va segundo, a buen ritmo, pero va solo. ¿Logrará alcanzar a Chema Martínez? Pues muy probablemente no, pero ahí reside la magia del atletismo. La mayoría de las veces uno no compite contra los demás sino contra sí mismo. Pasan varios Zoiti y luego el grupo con varios CAB y el ya no eterno sino mítico Yerno, primer ganador de la Media allá por el año 1993. Más de lo mismo, escandalera general animando a los nuestros en especial a Gregorio que ya no es que sea ni eterno ni mítico. Es lo siguiente. Para ponerle un monumento en la entrada de las pistas, cuando las hagan.

A partir de ahí un rosario bastante compacto de atletas locales y de la redolada. Y un gentío impresionante de Mollerussa. Todos reciben su aplauso, algunos con ánimo personalizado. Otros se ríen como el señor Tesorero y nos dicen directamente que somos unos cabrones por estar ahí tirados viendo el paso de la carrera. Tranquilos, que hemos venido a animar. Este primer paso es una fiesta y como tal hay que tomarlo, después ya vendrán los apuros, seguirá siendo una fiesta pero a alguno se le atragantará esa cuesta. Y ahí estaremos.

En cola de carrera pasan los incombustibles Chéliz y Blanca. Para estos sí, para estos nos ponemos en pie a aplaudir y a gritar. Porque son unos campeones. Porque el que va primero de la carrera, pues eso, va primero. Pero para ser un campeón se puede ir cerrando carrera perfectamente.

Una vez ha pasado todo el grupo, nos vamos a avituallar convenientemente hasta el Coso puesto que hay que coger fuerzas para cuando los corredores regresen. Faltan unos buenos tres cuartos de hora hasta que Chema vuelva de su paseo por el Somontano así es que tranquilamente nos bebemos unas cañas y repostamos dos buenos bolsones de pipas retornando a la curva donde, inexplicablemente, no ha llegado más gente. Insisto, eso de aplaudir en línea de meta está muy bien pero créanme que el que corre igual agradece más un grito de ánimo en otros lugares.

Y aparece de nuevo la comitiva del coche de cabeza. Y esta vez nos ponemos bien de pie. Cantan el tiempo de Chema Martínez. Lleva 1h 05', se va a ir a 1h 09' en meta. No importa, ha salido como una bala, no ha podido mantener el ritmo puesto que sus 43 años ya pesan, pero lo ha intentado. Se agradece su esfuerzo y su entrega, el que haya ido animando y aplaudiendo a todos los corredores con los que se ha ido cruzando. Se lleva un aplauso como si estuviese a ritmo de récord. Como si fuese Kimetto a punto de batir el récord de maratón en Berlín.



Después pasan otra vez los de Monzón, los Zoiti y los CAB que se reparten los diez primeros puestos. Con Yerno y Gregorio hay una especial entrega en los ánimos. Ya corrieron la primera de las ediciones y siguen estando ahí. Aquella primera edición en la que en el avituallamiento de las Bodegas nos tocó a unos cuantos montar ese tenderete por primera vez. Alucinábamos viendo a cuatro locos enfilando carretera Salas y, lo que era más increíble, viéndolos volver tras 15 km corriendo al mismo ritmo. Algo que parecía irrealizable. Con Yerno yendo en cabeza en aquella ocasión y Gregorio algo más retrasado gritando a falta de cien metros para llegar al avituallamiento: ¡Glucosaaaaaaa!, ¡dadme glucosaaaaaa!

Todo ello ante el pasmo y la estupefacción de los allí presentes que no atinábamos a decir nada hasta que cierta persona vinculada al club espetó: Pero hombre, Gregorio, que no tenemos glucosa ¿acaso te has pensado que esto es una farmacia o qué?. Anda que no nos reímos con lo de la glucosa cuando allí sólo había gajos de naranja, agua y algo de bebida isotónica. Eso de la glucosa era para los profesionales. Los geles no debían ni existir, casi como ahora cuando en el puente de las Capuchinas pudimos comprobar como alguien se apretó un gel de estos al kilómetro y medio de empezar. Eran otros tiempos.

Volvamos a los tiempos actuales. Pasan las primeras chicas, increíble como hacen la subida persiguiéndose la una a la otra con un estrecho margen de tiempo. Nuria Sierra, de Monzón, va segunda y ya no podrá coger a la primera, Mireia Sosa, pero su esfuerzo subiendo el Silo bufando como una locomotora es encomiable. Y tras ellas, al poco, con el globo de 1h 30' comienza a aparecer la gente que realmente lo va a pasar mal en la cuesta. Unos llevan mejor cara, otros peor. Hay gente que va por detrás pero saca mejor cara que otra que pasa minutos antes. Puede ser porque hayan salido a un ritmo más cómodo del que podrían llevar, los de la buena cara, o porque siempre sacan cara de agonía cuando corren, los de la mala cara.

Cada vez nos vamos más y más hacia el centro de la carretera como si fuera un puerto de montaña en una etapa ciclista. Hay que aplaudir a esta gente como si fuera Kwiatkowski subiendo el último repecho del Mundial de ciclismo en pos de la victoria. A su manera, aquí también están venciendo. Se empiezan a ver caras de bastante sufrimiento, pero quien más quien menos esboza una sonrisa cuando oye los aplausos.

Otra gente directamente viene que parece que vayan de juerga. El globo de 1h 45' es un cachondeo, todos van riendo y charrando. Pero lo normal es ver caras de apuro, de sufrimiento. A la gente de fuera les recuerdas que están a cincuenta metros de coronar y que a partir de ahí son menos de dos kilómetros de bajada. Que ya lo tienen y que ya está hecho. Pasan amigos, vecinas, compañeros de trabajo y demás conocidos y conocidas. A la de casa le gritas de todo, desde que son unos piteras a que son unas valientes pasando por toda suerte de motes y apelativos cariñosos. 

Pasa el globo de las 2h. La gente en ese punto va con lo justo, ahí no se suele ir por gusto. Se suele ir lo que se dice jodido. Te alegras por los que van allí y que van a conseguir rebajar la barrera de las dos horas en meta. Puede parecer una proeza mediocre pero para los que damos para lo que damos es un triunfo considerable. Otras se sorprenden de que todavía continuemos ahí montando escandalera. No sé de que se extrañan si lo estamos gozando y pasando en grande.

También aparecen los típicos que se han apuntado a esto de correr hace poco, han ido haciendo sus pinitos en carreras de 10 km o similares y se encuentran de sopetón con la dureza de algo ya más serio como es una Media. Pero ahí están, sufriendo como perros, dando el callo. Porque una Media la podemos hacer casi todos, no es algo imposible, pero requiere un esfuerzo y una dedicación especial. La puede hacer cualquiera pero no se puede preparar de cualquier manera.

Hasta Juanlu, pitera y tuercepedales, aparece por allí apretando los dientes. El tiempo en meta no será nada del otro mundo pero será que es lo importante. Hacer una Media, la Quebrantahuesos y la Pax Avant el mismo año ya es un gran mérito. Para sí lo quisiera mucha gente.

Y ya al final, cuando ha caído la noche, aparecen los grandiosos Chéliz y Blanca. Pensamos erroneamente que son los últimos de la carrera y levantamos el campamento a su paso. Pero antes les cae el aplauso que merecen. Llevamos de pie durante todo el segundo paso de la carrera pero ahora todavía más si cabe. Entrarán en meta en torno a las 2h 20' pero el tiempo es lo de menos. Son campeones. Todos y cada uno de los que ha pasado por delante lo son. Porque como dice Chema Martínez, no siempre gana el que llega primero; en la mayoría de las ocasiones, la victoria la consigue aquel que persevera por conseguir sus sueños. Y el sueño puede ser bajar de hora veinte, de hora treinta, de dos horas o acabar. La cara de gozo del que lo consigue es similar en todos los casos.

O Kilian Jornet, otro gran atleta y persona, quien al respecto fue todavía más explícito en cierta ocasión, en una carrera en la que había llegado primero y cuando viendo a alguien pasar por meta llorando de emoción dijo aquello de: qué cabrón, ese sí que ha ganado.

Enhorabuena al CAB y a todos los voluntarios por seguir organizando esta fiesta, esta prueba referente a nivel regional y uno de los mayores eventos deportivos, si no el mayor, a nivel local.

Y enhorabuena a todos y todas las que se enfrentaron cara a cara con los 21 km. Para unos pocos fue un paseo, para algunos un trámite pero para muchos un esfuerzo muy considerable. Si al año que viene no corro o el club no necesita ayuda para lo que sea, creo que ahí volveré. A la cuesta del Silo a darlo todo, a hacer mi particular Medio Maratón.




martes, 23 de septiembre de 2014

Sagas de Islandia (III): Por qué no hay que comprar agua en Islandia ni entretenerse demasiado en el Círculo de Oro


Lunes, 18 de agosto. Keflavik. Despertamos a eso de las 7:00 de la mañana y al mirar por la ventana de la habitación se contempla un paisaje francamente decadente. Naves de almacenes y casas prefabricadas ante la playa cubierta por nubes las cuales no impiden que la luz del sol lleve colándose por las cortinas desde las 5:00 de la mañana.

Tras una buena ducha con agua bien caliente, algo que no es problema en este lugar más bien se ha de tener cuidado de no escaldarse, bajamos a desayunar. Aquí es donde el concepto del país comienza a variar sensiblemente.

El comedor del Hotel Keflavik es sencillo aunque el servicio de buffet es bastante completo. 
Al menos nosostros no nos quedamos con hambre. La sección de salado está bien surtida con variedad de sandwich vegetales y de salmón, rollitos de jamón y queso y demás historias.

La de dulce ofrece bollitos y pastelitos de varias formas y sabores.

Aparte tienen yogur con cereales, zumos e incluso un pote lleno de canela que algún incauto confundió con café para espanto y horror de los allí presentes.

Cuando la camarera, que parece ser familia de nuestro amigo Fittipaldisson comienza a mirarsenos con mala cara decidimos dar por concluido el desayuno no sin antes haber degustado todo esto (los platos que se muestran en las fotografías fueron ingeridos por una única persona, a ver si alguien se va a pensar que todo eso era para los cuatro y que comemos como pajaritos)

Tras recoger la habitación marchamos a buscar la autocaravana esta vez en otro taxi conducido por un islandés de morfología grandaz que tapaba toda la parte frontal de su furgoneta con las espaldas. En el sitio de alquiler de autocaravanas Toño y yo dejamos a Lemus y Nacho haciendo las gestiones pertinentes y vamos a dar una vuelta por la playa de Keflavik. Lemus y Nacho asumen las labores de pilotar la autocaravana, por otra parte Toño y yo debemos encargarnos de trazar la ruta en el mapa (lo cual no es muy complicado salvo en ciertos puntos), hacer labores de copiloto para que el conductor no se duerma y hacer fotos a todo lo que se pueda.

El cielo está encapotado y chispea, con térmica de manga larga y el chambergo puesto no sobra nada.


Destaca el silencio y la tranquilidad del lugar, es como si el pueblo estuviese de fiesta y la gente metida en sus casas, no se aprecia movimiento alguno en la calles, apenas hay tráfico. 
No se ven perros ni gatos, alguna gaviota volando por los cielos, alguna señora paseando tránquilamente por la zona de la playa pero poco más.


Parece una ciudad fantasma ahí puesta con sus pulcras casitas prefabricadas de vivos colores. 


La que no es de chapa y es de obra presenta una geometría como si la hubiese diseñado un niño de seis años. La sencillez llevada al paroxismo.


Como comenté en el capítulo anterior el pueblo no es que sea feo, ni mucho menos, simplemente es especial y diferente a lo que estamos acostumbrados. 

Aquí no existe casco antiguo ni monumentos levantados hace siglos. Las poblaciones en su mayoría tienen a lo sumo cinco o seis siglos de antigüedad, algunas algo más y muchas bastante menos. Y su máximo desarrollo demográfico lo han experimentado en el último siglo de modo que hasta hace bien poco eran humildes aldeas de pescadores. Aldeas en las que bastante tenían con salir a faenar y ganarse el pan.

Hacia las 11 de la mañana partimos por fin con la autocaravana dirección Reykjavik tras una reunión con los mozos de la agencia de alquiler en la que no dejan un cabo suelto y se prodigan en toda suerte de explicaciones y recomendaciones (en esta zona encontrareis fuertes vientos, en esta es posible que llueva, es mejor que compréis en estos supermercados... y así durante hora y media). Muy profesionales.



Los 50 km que separan Keflavik de Reykjavik son de los pocos tramos de autovía disponibles en el país. Se van dejando a mano izquierda diversas localidades que conforman el extrarradio de la capital y a mano derecha se empiezan a ver diversas sulfataras y formaciones geológicas extrañas. El cielo se despeja, empieza a hacer calor.

Una vez dejada atrás la capital, dejamos las llanuras del litoral y la carretera se convierte en una sencilla vía de dos carriles que va ascendiendo metros ligeramente. El tráfico escasea y salvo algunas ovejas, ciclistas y autocaravanas que hacen la misma ruta se puede decir que muchos ratos la carretera es para nosotros solos.


Tras 100 km llegamos a Þingvellir (o Thingvellir; la letra "Þ" islandesa se suele transcribir como una "Th" inglesa) un curioso lugar donde aparte de que se puede observar como las placas euroasiática y americana se separan dejando como constancia de ello varias fallas o grietas, resulta ser un enclave histórico puesto que los primeros pobladores allá por el año 930 ya lo usaban para celebrar asambleas. Se considera que la institución parlamentaria más antigua del mundo, el AlÞingi, tuvo su origen en ese lugar.

Junto a las fallas, que pueden ser recorridas por su interior cosa que hicimos (adjunto aquí el enlace a wikiloc), hay un lago al que van a parar las aguas de la cascada de Öxarárfoss. Al parecer aquellos vikingos que utilizaban este auditorio natural para celebrar sus asambleas desviaron el curso del río Öxara para que la cascada cayese justo en el lugar donde parlamentaban.

La caminata nos obliga a desprendernos de la ropa e incluso ir en manga corta. Aquí el paisaje y la meteorología cambia muy súbitamente. Tan pronto atraviesas campos de lava y hace calor como estás rodeado de montañas y hace frío y viento.

No es, y con mucho, el sitio más espectacular del país. Ni tan siquiera de lo que nos quedaba por ver ese día. Sin embargo no nos pudimos resistir a estar un buen rato caminando por las fallas y contemplando el paisaje del lago.






Una vez visto Þingvellir nos trasladamos hasta Geysir, enclave que dista unos 40 km de allí. El paisaje sigue cambiando con celeridad, aquí unos campos de lava, allá unas montañas peladas, por acá unos pastos y por allí cursos de agua desbocados. Nacho recibe la llamada de Inés, su hermana y es en este punto donde debemos recapitular.

Nacho, al que el hecho de viajar a Islandia no le quitaba el sueño hasta hace muy pocos meses se unió a la expedición por un motivo fundamental. Luego se encontró con que el país le encantó pero en un principio él venía única y exclusivamente, y el motivo ya era más que suficiente, para ver a su hermana la cual marchó a trabajar a un pueblecito del sur de la isla al final de la primavera. Así es que fuésemos nosotros o no el bueno de Nacho tenía pensado acudir en verano a Islandia. Al final pudimos hacer encaje de bolillos y acoplar las vacaciones y ¡vualá! salió este viaje en el que todos ganamos (bueno, Inés no sé si ganó mucho porque tener que soportar a cuatro mardanos durante un par de días no sé si sale muy a cuenta pero en fin).

Así pues el plan para este lunes era terminar la visita del Círculo Dorado (nombre con el que se denomina a Þingvellir, Geysir y Gullfoss) y de camino a Skogar pasar a recoger a Inés por Hvolsvöllur (los nombres de las localidades son así e incluso más rebuscados, al principio intentas buscar una pronunciación correcta luego te la inventas directamente).

El caso es que volviendo a la llamada de Inés, nos indica que llevamos un ligero retraso y que a ese paso no daremos la vuelta a la isla como es nuestro objetivo ni de coña. Luego ya le explicaremos que hemos partido de la oficina de alquiler a las 11 de la mañana pero de momento debe de pensar que somos unos patanes que no vamos a ser capaces ni de llegar a recogerla.

Llegamos a Geysir, sitio conocido por sus surtidores de agua hirviendo. El más famoso de ellos y que da nombre tanto al lugar como a este tipo de fenómenos naturales a lo largo y ancho del mundo, quedó por así decirlo fuera de servicio después de que según se dice y se comenta los 80 metros de agua que eran despedidos desde las profundidades de la tierra quedasen aniquilados por el arrojo excesivo a la poza del surtidor de toda clase de materiales, entre ellos detergente, con el fin de provocar la salida del agua al gusto del consumidor.

Por suerte al lado figura el surtidor llamado Strokkur, que con una altura del chorro de agua de unos 20 metros, y una periodicidad de unos 7 minutos entre una y otra surgencia, constituye un bonito y divertido espectáculo.

Tras comer unos bocadillos en la cafetería-tienda de recuerdos del lugar por la módica cifra de 1500 ISK la vianda (9 eureles, 300 duros) nos acercamos al surtidor. En el ambiente se respira un ligero tufo a huevos podridos debido a las emanaciones sulfurosas. Lo más divertido es ver un corro de unas 100 personas (franceses, italianos, rusos, americanos, japoneses...) alrededor de Strokkur esperando a que eché el petardazo de agua.  En posición estática, manteniendo el pulso y el dedo a punto en el disparador de la cámara fotográfica ahí pueden permanecer los siete minutos. El primer cuarto de hora lo empleamos, yo al menos, en fijarnos en esta circunstancia ya que en un principio me resulta más curioso que el fenomenal Strokkur.


Esto tiene sus contras, te ríes sanamente de la gente pero Strokkur te pilla desprevenido así es que no podemos evitar caer en la tentación e ir acercándonos al círculo que rodea a la poza. Cogemos posición, guardamos silencio y aguantamos la respiración. Strokkur está vivo, se calienta, emite vapor y burbujas, la cosa se caldea, un rumor crece en el ambiente hasta que en un momento dado surge durante un pequeño instante una burbuja gigante justo antes de que el chorro de agua hirviendo se alce majestuoso hacia el cielo.

Ponerse justo debajo no es lo más recomendable aunque el agua sale tan dispersa que a poco viento que sople cuando las gotas alcanzan el suelo o alguna cabeza ya se ha enfriado bastante. Eso sí, sobre la poza permanece una estela de vapor a modo de aviso, marcando el territorio de Strokkur que es mejor no traspasar.






De regreso a la caravana coincidimos con una pareja de Vitoria que está dando la vuelta a la isla en bici y no encuentran el camping. Recurren a nosotros, en palabras de la simpática chica, porque aunque no nos ha oído hablar "sacamos pinta de españoles". El chico se ríe. Vamos, que sacamos unas pintas de mardanizos que tiramos para atrás, #marcaGüesca.

De Geysir vamos hacia Gullfoss, una cascada gigantesca en la que al acercarse uno no puede evitar el mojarse debido a la cantidad de agua que es salpicada desde el salto. Al llegar allí uno se encuentra de frente contra el glaciar Langjökull y aunque es bastante impresionante se queda en nada comparado con las vistas de los glaciares que veremos más adelante.




Por fin marchamos hacia Hvolsvöllur a recoger a Inés quien se encuentra en el supermercado haciendo unas compras junto a unas compañeras de trabajo, entre ellas su amiga Silvia con la que volveremos a coincidir más adelante. Aprovechamos para hacer hacer alguna compra y llenar así nuestra nevera aunque somos motivo de risas de las chicas al ver que adquirimos agua y cerveza. Lo primero es un bien tan abundante en Islandia que en todas las cafeterías, restaurantes, etc hay mesas con jarras de agua y vasos. Es algo que se da, no se cobra. Y en cuanto a la cerveza la que se vende en los supermercados está por así decirlo "capada". No tiene más que 2º de alcohol y para comprar licores o cerveza "normal" hay que dirigirse a una licorería.

Pasamos por delante del glaciar Eyjafjallajökull,  (jökull significa glaciar en islandés)el cual alberga el famoso volcán Eyjafaja   aquel que en 2010 provocó un caos aéreo "por culpa" de su erupción. Es alucinante mirar a un lado y contemplar ese gigante de hielo, mirar al otro lado y divisar la costa o en su defecto campos con multitud de pacas envueltas en plástico que deben de ser dejadas ahí para que el pasto se fermente y después al dárselo a los animales estos tengan una digestión más llevadera.



Siguiente parada, Seljalandsfoss (por si no lo han deducido foss es la palabra islandesa para designar a las cascadas). Posiblemente la cascada más espectacular que contemplamos. No es la más alta ni la más grande pero el hecho de que se pueda dar un rodeo para situarse por detrás de la cortina de agua hacen de este lugar una parada obligada. Y no está enclavada en el denominado Círculo de Oro. Y es en este punto donde comprendemos a Inés cuando nos recomendaba no perder demasiado tiempo en el Círculo de Oro ya que lo mejor estaba por llegar.




La cascada se sitúa frente a la costa y a poca distancia se puede ver el archipiélago de Vestmannaeyjar, alguna de cuyas islas surgió de debajo del mar hace escasos 60 años. 




Tras hacer un montón de fotos con la cortina de agua y el sol de fondo y ver una cascada vecina que se encuentra ubicada en una especie de hendidura en la roca y que se encuentra rodeada de piedra y vegetación nos movemos hacia la última parada del día. La cascada de Skógafoss.

Salto de agua de libro en el que el caudal proveniente del vecino glaciar cae de manera limpia y perfecta.









Existen unas escaleras que permite en subir hasta la parte superior del salto y que dan acceso a una pista que remonta el curso del río y es el extremo de una ruta que se puede caminar-correr. Esta ruta tiene por destino el vecino glaciar. Nosotros nos adentramos lo justo para ver los saltos de agua que preceden a la cascada principal de Skógafoss aunque uno se queda con las ganas de tirar más adelante. Para otra ocasión.

Cuando volvemos para abajo son cerca de las 10:30 de la noche y la luz comienza a escasear. Es hora de dirigirse a las cercanas playas de Dyrhólaey y buscar un buen sitio donde aparcar la autocaravana para pasar la noche allí. La acampada libre está permitida en todo el país y en los escasos lugares donde está prohibido queda indicado de forma explícita por un cartel.

Tras una cena a base de raviolis tiene lugar una agradable sobremesa en la que Inés nos indica parte de los usos y costumbres de las gentes de la isla así como los sitios que no debemos perdernos ya que tan sólo puede estar con nosotros hasta la tarde del día siguiente y el resto del tiempo tendremos que ir por nuestra cuenta.

Nos explica que estos islandeses son buena gente aunque un tanto tímidos en el primer contacto con los extraños, amables cuando la situación lo requiere y dados a la fiesta llegado el momento. Se toman la vida con calma llevando un ritmo propio de país caribeño y poseen un marcado sentimiento patriótico que les ha llevado, o a lo mejor al revés tras años de aislamiento, a ser bastante autosuficientes permitiendo una muy escasa participación de empresas extranjeras en lo que se refiere a cadenas de tiendas, marcas de ropa, alimentación, etc.

Quién sabe si motivado si por ese aislamiento durante años, creen en la existencia de elfos, duendes y demás seres mitológicos a los que se refieren como huldufólk o en inglés como la hidden people (la gente oculta) llegando a ser capaces de desviar carreteras para no perturbar la paz de estos habitantes de la isla. Nos explica como les gusta que los extranjeros les digamos alguna palabra en islandés aunque esto es algo que no podemos asegurar ya que durante el resto de los días o nuestra pronunciación era penosa o no es muy cierto ya que reaccionaban de manera bastante fría cuando nos despedíamos o dábamos las gracias en islandés.

Ante esto último tengo una teoría y es que al igual que los de Vitoria nos calaron como españoles, los islandeses que nos encontramos durante el viaje también nos calaban como españoles (o argentinos o mexicanos) como ya se verá. Y el que les dijésemos Takk (gracias) o Bless Bless (hasta luego) les traía sin cuidado o por el contrario nuestros caretos les debían de resultar bastante graciosos porque no fueron pocos los lugares en los que se nos miraban y no podían reprimir la risa. Pero daba igual que nos dirigiésemos en castellano, inglés, catalán (sí, catalán; Toño es así) o con alguna palabra suelta en islandés. O pasaban o se partían la caja.

Y tras estas conversaciones tan didácticas y una meada en campo abierto a oscuras con la puerta de la autocaravana cerrada para que no entrase el frío recordando en ese preciso instante la posible existencia de la hidden people  que vive por esos parajes y marchando escopetados de regreso a nuestro humilde hogar, nos vamos a dormir. Los ronquidos, si los hay, no son problema ya que caemos todos rendidos hasta la mañana siguiente. 

(Parte de las fotos de esta entrada son de Nacho, Toño, Lemus e Inés; gracias por cederlas a este engendro de blog)

Próximo capítulo: Glaciares, icebergs y un kilo de bolas de queso


viernes, 12 de septiembre de 2014

Sagas de Islandia (II): de cómo cuatro somontaneses aterrizaron en Keflavik y comenzaron a dar la vuelta a la isla

Tras el primer capítulo de las Sagas de Islandia [Sagas de Islandia (I): cuánto cuesta ir hasta allí en autocaravana y otras cuestiones fundamentales] continuamos entrando ya en harina de lo que fue el viaje en sí...

A mediodía del domingo 17 de agosto el coche de Nacho con Toño como copiloto proveniente de Naval hace su aparición en el Barranqué para recogernos a Lemus y a mí. Ponemos rumbo a Barcelona y tras dejar el auto aparcado en casa de Toño echamos un bocadillo y marchamos hacia el aeropuerto para coger el vuelo que nos lleve a Berlín.

El porqué de tan extraña combinación se debe a que era la forma menos traumática de llegar a Reykjavik ese domingo. Las demás incluían escalas de una hora en Oslo o de varias en Londres. Vuelos directos no había. Y el motivo por el cual decidimos volar un domingo fue porque si no no había manera de cuadrar las vacaciones de los cuatro integrantes de la expedición. Es lo que tiene trabajar en fábricas, que dispones de bastantes días de vacaciones pero no cuando te interesan.

Desde abril se empezó a gestar de una manera seria el viaje y no era cuestión de que unos turnos rotativos que coincidían parcialmente al principio y al final de mi mes de vacaciones marcado por la empresa chafasen la operación. ¿Se podría haber hecho de otro modo? Sí. ¿Hubiésemos podido ir todos? No. Por tanto el formato de viaje se decidió de esta manera para que el mayor número de gente interesada pudiésemos ir.


Llegamos al aeropuerto con el tiempo bastante justo de pasar los arcos de seguridad con cacheo incluido y comer un McFlurry de esos o cómo puñetas se llamen los helados de BurryKing. Y embarcamos en el avión rumbo a Berlín. Bueno, rehago la frase. Embarcamos en el autobús con alas rumbo a Berlín. Asientos estrechos, pasillo atestado de azafatas con el carrito de los bocadillos y alemanes levantados echando cubatas en el pasillo. Al menos una de las azafatas era guapeta, lo único salvable del surcamiento celestial del autocar volador. La compañía propietaria del talabarte, la empresa low cost de la aerolínea germana por excelencia. No se dejen engañar por el hecho de que sean alemanes, no es como lo de Ryanair pero van parejos. Los autobuses de La Oscense son bastante más cómodos, ande va a parar.

Aterrizamos en Berlín pudiendo contemplar bastante de cerca la ciudad sobre la que destaca la torre de la radiotelevisión, el Pirulínen para entendernos, y cual es nuestra sorpresa que la primera vez que pongo un pie en Alemania que el aeropuerto parece situado en alguna república del Caúcaso. Pero hace treinta años. Si el autobús volador era perrero el aeropuerto de Tegel lo supera con creces. O la austeridad promulgada por Frau Merkel está haciendo estragos o en esa zona de Berlín Oriental todavía no se han enterado de lo del Muro. O en España con menos dineros se han hecho aeropuertos apistonantes en cada capital de provincia y luego sales fuera y te parece todo una birria, también puede ser esto.

Otro bocadillo esta vez compuesto de pan negro, algo parecido a lechuga, queso y productos indeterminados y no identificables de esos que causan furor en Centroeuropa y embarcamos con la misma compañía rumbo a Keflavik a eso de las 22 h con cuatro horas de vuelo por delante.

Al ir a ocupar nuestros asientos dispuestos en filas de a 3, una señora española nos dice que el crío que nos toca al lado a Lemus y a mí en la ventanilla es hijo suyo. Intercambiamos el asiento en aras de la reintegración familiar que consta además de otra cría más mayor. Resultado de la jugada: la mamá con los pequeñuelos sentadetes todos juntos, los navaleros en la fila de atrás y Lemus y un servidor desperdigados en la otra punta del avión uno en cada lado, rodeados de islandeses.

Me dejo la guía, los mapas, no llevo una mala revista... A mi derecha dos gachos que son como el gordo y el flaco. Uno pequeñajo, rubiales y barbilampiño y el otro grandaz, moreno y con barbuz. Y con el sombrerete típico de haber estado de fiesta por España y haberse puesto como las Grecas. Lo de la izquierda es peor ya que desafía los principios básicos de la Física. Cómo semejantes tres sílfides han cabido juntas en tan reducido espacio. Tres zagalas eran. Gordetas, de buen año.

Comienza el vuelo del coche de línea con alas y las azafatas, esta vez para nuestra desgracia bastante reciotas, dan rienda suelta a sus habilidades comerciales paseando el carrito de los cojones por entre el personal. Las compañeras de la izquierda para más inri roncan, todo se convierte en un auténtico festival del humor.

Tras tres horas intentando dormir decido dar por concluido el paripé y echar partidas en el móvil al "Zombie Tsunami", jueguecillo bastante adictivo y que se deja jugar pero en el cual descubres cómo tras veinte minutos de sesión y doce horas de viaje por diversos medios de locomoción el cerebro reblandecido de zombie comienza a ser el tuyo. Por suerte la ventanilla enfocada al norte (deduzco que esa era su posición, el autocar alado no dispone de pantallas para visualizar la ruta, me doy con un canto en los dientes si el comandante tiene una de esas) ofrece un bonito espectáculo. Es la 1 de la madrugada en España, como las 11 de la noche por esos lares y el horizonte presenta un tono rojizo como si el sol no llegase a esconderse.

El fenómeno dura hasta el momento del descenso cuando las nubes de baja altura fastidian el espectáculo. Aterrizamos en Keflavik en un aeropuerto bastante apañado y acogedor. Tras recoger el equipaje y sacar algo de dinero local (Corona Islandesa, 155 ISK = 1 €) salimos a la calle para pisar el suelo de Islandia de una puñetera vez. Son las 12:30 hora local, dos horas más en España. Hay que ponerse el chambergo ya que vamos en managa corta. hace fresquete pero no es exagerado. Unos 12 grados.

Rápidamente acude un taxista. Nuestro amigo Fittipaldisson. Jovenacho, medio albino, con los ojos saltones, ataviado con una gorreta de beisbol. Cargamos dos maletas, nos subimos Lemus y yo al coche y el fenómeno arranca a toda pastilla. Por medio de señas y en inglés le hacemos ver que se ha dejado dos maletas y dos pasajeros. Acojonante. Fittipaldisson nos pide perdón y repite "It´s not a joke, it´s not a joke", que no ha sido una broma, que se ha despistado porque llegaba entonces de hacer un viaje a Reykjavik y se ha despistado. Un auténtico crack.

Una vez subida toda la carga y el pasaje al completo Fittipaldisson (hijo de Fittipaldi) reemprende la marcha. El paisaje en los alrededores de Keflavik y más a esas horas es... bueno, no hay palabras, es Keflavik. Si ustedes han jugado al CityVille, Civilization, SimCity o alguno de estos simuladores en los cuales se pueden construir ciudades, existe un punto en el que la ciudad tiene sus casas, sus tiendas y su casi todo pero le falta chicha. Que si unos árboles por aquí, un monumento por allá, una rotonda con un parterre... Cosetas. Keflavik es así, casas prefabricadas, ni un puñetero árbol, todo muy llano con tierra semivolcánica.

Aparte de las luces del aeropuerto y de la especie de base que tienen los yankis en la punta del pueblo no se atisba mucha más vida. Mientras Fittipaldissson te lleva al hotel sin cinturón de seguridad, las luces de posición, derrapando en las rotondas y demás lindezas te preguntas qué hostias haces ahí. Si un viaje a Punta Cana no hubiese sido mejor. Estás cansado y te quieres ir a dormir y mañana que salga el sol por donde quiera.

Llegas al hotel, Fittipaldisson te jode 2500 ISK (15 leuros) por un viaje de diez minutos y se despide pegando trompo en la punta de la calle y volviendo a por más incautos al aeropuerto. A la 1:00 hora local ponemos nuestros malolientes y pesados culos en las camas de las habitaciones. Aprovecharemos bien la circunstancias puesto que las siguientes noches dormiremos en sacos de dormir metidos en una autocaravana aparcados donde Dios nos dé a entender y soportando concierto sinfónico de vientos.

Como entrenamiento la noche me toca pasarla en compañía del inefable tenor Toñoño. A la media hora de concierto y tras colocar en las orejas unos tapones que tenía en la maleta y que tan bien me hubiesen venido en el autobús volador, consigo conciliar el sueño y aislarme de los ronquidos de oso cavernario que retumban en la sala. 

Dormimos al fin hasta la mañana siguiente. La primera impresión acerca de Islandia no es muy buena. Pero bien dormidos y bien desayunados (y eso ya será otro cantar) muy pronto comenzaremos a descubrir que estamos muy pero que muy equivocados.

La saga continuará tras este episodio de terror en el que pueden convertirse los viajes "low cost" (entrecomillo lo de barato porque era económico por los cojones) en el siguiente capítulo: Por qué no hay que comprar agua en Islandia ni entretenerse demasiado en el Círculo de Oro donde ya de una puñetera vez comenzará a relatarse todo lo bueno que tiene el viajar a ese país.

martes, 9 de septiembre de 2014

Sagas de Islandia (I): cuánto cuesta ir hasta allí en autocaravana y otras cuestiones fundamentales



Viajar a Islandia. Un día hace unos cuantos años se me puso en la cabeza esta idea no sé muy bien por qué. Fui haciendo viajes a otros destinos y sin embargo la idea continuaba merodeando en la mente. Así es que este verano por fin tocó ir a comprobar si todo lo que contaban de ese misterioso lugar era cierto.

Lo primero que pregunta la gente cuando se entera de que vas de viaje allí es por qué te vas allí. Lo mismo se me podría venir a la cabeza cuando alguien me comenta que se va a determinados destinos vacacionales, pero por educación suelo callarme. Habitualmente a los sitios se acude por gusto y porque algo bueno debe de haber allí, porque pagan o porque no queda más remedio. Si no, no iría. 

Luego te preguntan cómo vas para allí y ya cuando se enteran de que te vas a desplazar por el país en autocaravana surgen las conversaciones absurdas cuando te preguntan "¿Y cuánto tiempo os cuesta subir desde aquí con la autocaravana?" o cosas por el estilo. Ni una ni dos veces. La tira de gente leída que ha hecho esa pregunta. Alucinante.

Siempre me ha gustado la Geografía pero hay que comprender que a mucha gente no, así pues es de recibo dejar unas cuantas cosas claras antes de empezar.

Islandia es un país europeo a pesar de que se encuentre casi más cerca del continente americano que de Europa. De hecho se enclava en mitad del océano Atlántico sobre dos placas tectónicas diferentes, la euroasiática y la americana. Islandia es una isla, no confundir con Finlandia la cual se asienta en Escandinavia. Islandia por el contrario se encuentra rodeada por mar, puesto que es una isla, así es que es complicado acceder hasta ella en autocaravana

Las tierras más cercanas son Groenlandia y las islas Feroe, el trozo de continente más cercano es Noruega. En avión desde Barcelona hay cuatro horas de vuelo, saquen ustedes mismos sus conclusiones. En barco se puede acceder, pero para ello hay que hacerlo desde Dinamarca o las Islas Feroe. Hay dos horas menos de diferencia con España y la parte superior de la isla roza por poco el Círculo Polar Ártico. Eso son 24º grados de latitud de diferencia respecto a la parte norte de España. Del ecuador al Polo hay 90º de diferencia.

A pesar de estar en una latitud tan alta en Islandia no hace frío. No hace el frío que debería hacer allí y que de hecho hace en lugares de similar latitud como Murmansk, Siberia, Alaska o Terranova. Esto se debe a la corriente del Golfo, el agua del océano Atlántico describe un recorrido circular que calienta la parte europea y enfría la parte americana, explicado de manera rápida. Es el mismo fenómeno que explica que en Nueva York haga mucho más frío que en Lisboa siendo que están en la misma latitud.

En Islandia no hace frío pero tampoco hace calor. De hecho sí hace frío pero como se ha dicho no tanto como debería hacer. Eso no impide que muchas zonas del país estén cubiertas por glaciares, pero son zonas a cierta altitud. En invierno tienen pocas horas de luz y en verano casi no se hace de noche. En invierno tienen suaves temperaturas bajo cero y en verano hace fresquete.

Vive poca gente en Islandia. La isla es un poco más grande que Andalucía o Portugal y en ella vive la mitad de gente que en Zaragoza. Y dos tercios de esa gente vive en el área de la capital, Reykjavik. El resto en pueblos y aldeas pequeñitas, la ciudad más importante del norte del país no llega a veintemil habitantes. La isla entera es un pueblo, en el buen sentido, grande.

Existe una carretera circular que recorre toda la isla por la costa, el interior sólo lo cruzan pistas. Y una carretera quiere decir un camino asfaltado con dos carriles y sin arcén, algo sencillo. El interior está dominado por desierto, tundra, glaciares y volcanes. La costa no es tan inhóspita y la gente vive allí entre cascadas, fiordos, pastos, ovejas y caballos. 

Islandia fue colonizada hace unos mil años por vikingos, irlandeses y escoceses. A pesar de que las condiciones de vida fueron duras y padecieron hambrunas provocadas en parte por las erupciones de los volcanes que se asientan sobre la dorsal que delimita las placas tectónicas antes mencionadas, la gente prosperó hasta convertirse en uno de los países con mejor calidad de vida del mundo.

Casi el 80% de la energía que gastan es abastecida por fuentes renovables. El calor que desprende la tierra en numerosas fuentes termales así como la abundancia de ríos y saltos de agua permite a los islandeses disfrutar de agua caliente y calefacción gratis. Todos los pueblos tienen piscina, los salarios son elevados, tienen la mayor tasa per capita de edición y lectura de libros, la educación superior es gratuita. Hace mil años ya tenían Parlamento.

Un exponente de la gran tradición literaria del país son las sagas islandesas. Son obras literarias que describen en su mayoría la colonización de la isla. Guardan un estilo que se caracteriza por el uso de la prosa; la descripción psicológica de los personajes, que no son ni buenos ni malos, es inexistente aunque sus perfiles se intuyen a raíz de las acciones que ejecutan. Estas acciones se narran en orden cronológico y no se suele explicar el motivo por el que se desencadenan. Vamos, lo que suelen ser las crónicas de este blog.

Hace seis años también llegó la puñetera crisis económica a Islandia. Allí también ataban los perros con longaniza como en España. Allí cogieron a los responsables, entre ellos el presidente del gobierno, los metieron en la cárcel y dejaron caer unos cuantos bancos. Parte de la deuda pública decidieron no pagarla y la constitución fue reformada por gente de la calle para que la cosa no se les volviese a ir de las manos. Como aquí, pero todo al revés. El país no implosionó, sigue ahí.

El nombre de Islandia proviene del noruego y significa "tierra de hielo". Groenlandia también viene del mismo idioma y significa "tierra verde". Se dice que a todas luces los nombres deberían estar intercambiados y que la verdadera tierra verde debería ser Islandia, pero que una hábil maniobra de marketing por parte de los primeros pobladores provocó ese bautizo del país para que la gente de fuera pensase que era un lugar inhabitable y de ese modo no acudiesen colonos en masa.

Pese a que los tiempos han avanzado mucha gente sigue desconociendo todo lo que alberga esa pequeña isla. No es un país grande pero es un gran país. Con mis amigos Lemus, Toño y Nacho pudimos comprobarlo durante una semana. Siete días que se hicieron cortos pero muy intensos. Poco a poco iré desgranando los detalles del viaje al modo de las sagas islandesas.

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Así pues la saga continuará en el siguiente capítulo: de cómo cuatro somontaneses aterrizaron en Keflavik y comenzaron a dar la vuelta a la isla...



  

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