viernes, 5 de febrero de 2016

Cuando fui lanzador de peso


Ayer jueves después de trabajar acudí a clase del Gurú. La primera convocatoria fue para los niños más pequeños de la escuela del club y la segunda para los niños más crecidos entre los que nos encontrábamos escuchando desde el fondo del aula como buenos alumnos gamberros el sr Ornitorrinco, el Enano, Elena, Lucía, el Figura, Jorge Policía y hasta mi padre. La clase iba de una de las cosas que más le gusta al Gurú, el Atletismo, y de todas aquellas curiosidades que rodean a ese mundo y que aunque algunos llevamos toda nuestra vida escuchando de su boca toda esa retahíla de historietas jamás nos cansaremos de escucharlas. Por eso acudimos a escuchar a mi hermano Jose, el Gurú.



En dos horas de charla surgió el porqué de la distancia de la prueba del Maratón, las distancias y pesos de las diferentes carreras y artefactos, así como las diferentes superficies sobre las que se puede practicar el atletismo y que como muy bien apuntó un zagaler de los pequeños en Barbastro somos afortunados porque también se puede practicar en la Ferma como exclusiva mundial. Nos explicó porqué el martillo no se puede lanzar con guantes con los dedos cubiertos o cuantos pilares del colegio Altoaragón hay que saltar para batir el record de triple. Nos enseñó el record del mundo de Isinbayeva, Sotomayor y el increíble concurso de salto de longitud de Tokio '91 entre Carl Lewis y Mike Powell y que por más años que pasen sigue emocionando. Pronunció la épica frase que todo alumno de atletismo debe conocer LAS VALLAS NO SE SALTAN, SE PASAN y hubo recado a quien lo quiera recoger acerca de las pistas del pueblo. Hubo un encendido discurso en contra de los JJOO de San Luis 1904 en los que los mandaban ir a correr y lanzar al monte y aprendimos que el único ganador de cuatro oros olímpicos en una misma edición en pruebas individuales no es ni Bolt, ni Zatopek, ni Paavo Nurmi, ni Carl Lewis sino Alvin Kraenzlein. Este señor de Milwaukee ganó en París 1900, las pruebas de 60 metros lisos, salto de longitud, 110 metros vallas y 200 metros vallas. Después de esta hazaña se retiró y se dedicó a trabajar como dentista no sin antes pegarse de guantazos con su acérrimo rival en la prueba de longitud, y cristiano practicante, quien no participó en la prueba por celebrarse en domingo y tener que ir a misa. Al parecer su rival creyó entender que Alvin respetaría el descanso domincial y no se apuntaría al concurso pero cuando se enteró de que había ganado el oro marchó al lugar donde se disputaba la prueba a ajustar cuentas con Mr Kraenzlein y aplicarle una mano de lo que le habían repartido a él en la iglesia al ir a comulgar. Cosas que pasan.



Mientras iba desgranando esas anécdotas ante los zagaletes y zagaletas de la escuela, no contó lo de los puñetazos del bueno de Alvin pero sí muchas historietas muy interesantes, a mí se me venían a la cabeza las historias de cuando yo era uno de esos críos que acudía a aprender Atletismo con mi hermano. Fueron unos años apistonantes y aunque al final la cosa no cuajó algo quedó de base. Al menos en cuanto al respeto y cariño que guardo por el rey de los deportes. Y a cuenta de la explicación del reglamento de algunas pruebas de lanzamiento se me viene a la cabeza cierta anécdota ocurrida hace mucho tiempo. Algún día explicaré mis comienzos en la escuela de atletismo pero la anécdota tiene que ver más bien con el ocaso y para ello nos pondremos en antecedentes.

Nos remontamos a cuando tenía unos doce o trece años y acudir a las pruebas de cross me resultaba un sufrimiento insoportable. La pista en cambio no estaba nada mal y de hecho las pruebas eran más variadas y divertidas aunque no se montase tanta juerga a veces como en las salidas a los diferentes crosses de la provincia. Otras por el contrario eran incluso peor, aún recuerdo cierto día en las pistas de Monzón en el que, no exagero, debíamos estar unos cuarenta críos para saltar altura con el considerable tiempo que puede durar un concurso de este tipo con tanta gente. Entre bromas y vaciladas con amiguetes, alguno de los cuales por desgracia ya no están entre nosotros, alrededor de la pista se disputaba una prueba de marcha

Uno de los jueces estaba apostado junto a la zona de salto de altura y a cada vuelta, iba dando avisos a un zagal de Tamarite por levantar los dos pies del suelo, o sea por correr, cosa que no se puede hacer cuando uno marcha. Y con el primer aviso, el zagal de Tamarite que suelta una blasfemia que hace llorar a todos los santos del cielo. Y los cuarenta críos allí presentes esmelicaos de la risa ante la indignación del juez árbitro. Y a la siguiente vuelta, otro aviso y el juramento del de Tamarite proferido de manera más ostentosa y aberrante. Más escandalera y risa y el juez de la marcha y hasta el del salto que para el concurso y se pone a encorrer al zagal mientras este sigue echando pestes por la boca. Y a la siguiente vuelta le advierten de manera muy seria que lo van a echar no tanto porque sigue corriendo sino por la sarta de brutalidades que va soltando por la boca, y el zagal ya se desboca y pone el cielo cagao y pichao del todo y el juez árbitro que llamándolo por el apellido lo empieza a encorrer por la hierba intentándolo echar porque ya está bien de soltar esos juramentos por la boca con doce años que parece un cosaco del Don ciego de vodka.

Otras veces no era tan divertido y por ejemplo correr los 2000 metros era una agonía para mí. Que en cinco vueltas a la pista, el resto te saque una de ventaja no es plato de buen gusto. Lo bueno al menos era que mientras me doblaban muchos pegaban una palmadeta en la espalda dando ánimos como si fuera la mascota del equipo. 



Otras pruebas eran más llevaderas, siendo mi tope en cuanto a fondo el 500 m que aunque era velocidad pura nos permitíamos el lujo de salir a la marcheta y apretar en los últimos trescientos metros. Recuerdo una de las veces en las que viéndome en cabeza apreté en la curva a falta de ciento cincuenta metros. Un grupo de zagaletas del club que estaban haciendo ejercicios de calentamiento se puso a animar desde el interior de la curva motivando que el apretón fuera más fuerte y desmedido. A falta de 100 m estaba fundido, llegué último, desfondado y con la moral por los suelos tras pinchar ante la afición femenina. Toda una debacle. 



En carreras de velocidad no era mucho mejor pero las diferencias se reducían e incluso ganaba a gente. Pero a gente que era muy lenta y que era muy buena en fondo. Las vallas me daban miedo y en lugar de pasarlas las saltaba. Mi fuerza era escasa así es que como lanzador era malo, aunque tampoco me preocupé nunca de aprender bien la técnica de lanzamiento que es como se llega a lanzar lejos, además de con la fuerza, y como saltador pues era quizás donde menos desentonaba y donde encajaba mejor dentro de un nivel mediocre con algunas actuaciones puntuales aceptables. Así pues, con esas habilidades era carne de cañón para que con 12-13 años la afición se diluyera poco a poco y se apagase. ¡Ojo! no quiero decir que un niño o una niña que no obtengan buenos resultados por fuerza con esa edad vaya a abandonar el deporte, en este caso el atletismo, ya que casos ha habido de gente que era igual de mala o peor y han mejorado al pegar el estirón o se han dedicado a ser entrenadores de manera muy notable. Pero por desgracia lo habitual es que los críos se desilusionen y opten por otras aficiones.

Cierta vez volvíamos de un campeonato de Aragón en pista cuando tenía 12 años. Me había clasificado de chiripa después de un invierno y primavera horribles, con gripe, fiebres, sarampión y estirones que me estaban haciendo crecer de mala manera, con dolores en las rodillas y la sensación de que las patas iban a su bola, aumentando sobremanera mi ya de por sí elevada descoordinación motora. La marca mínima de la prueba de longitud estaba barata y de hecho casi todo el mundo que acudió a ese campeonato tenía mínima para una, dos o tres pruebas y la longitud. Yo sólo supe hacer mínima en longitud y gracias. Fue en un control en las viejas pistas cuando la temporada ya casi tocaba a su fin. En un concurso lastimoso, en el que hasta los jueces de salto renegaban por lo mal que lo estaba haciendo, conseguí sacar un salto en el que no estuviese cerca de dejarme la rabadilla contra el borde del foso e hice 3'22 m. La mínima era 3,20 m. Una mínima muy mínima ya que un poco menos suponía como he dicho dejarte los talones o la rabadilla en el borde de cemento del foso de longitud.





Pero aquella primavera no daba para más, era como un abuelo prematuro con el pecho permanentemente cargado, mocos, con la garganta como si fuera papel de lija y una movilidad articular espantosa incluso para mí. Mi marca en longitud era de 3,26 m pero la había hecho por lo menos un año antes en Saint Gaudens. En un salto en el que una franceseta cruzó por el pasillo cuando me aproximaba a la tabla de batida. Con parada, rectificado y vuelta a correr. Con mi hermano gritando desde la grada que parase y empezase a correr otra vez desde el principio y yo sin hacerle ni caso, reduciendo la carrera de aproximación a la mitad y haciendo marca después de que aquella franceseta se cruzase en el pasillo. Y desde entonces no había sabido mejorar aquel salto pleno de errores técnicos pero en el que la motivación debió de ser enorme. Como cuando Mike Powell hizo su record del mundo con una motivación descomunal.



De modo que habiendo conseguido hacer marca para longitud pude bajar a Teruel con toda la tropa con lo que aquello conllevaba. Un fin de semana fuera de casa, el viaje en autobús y un sinfín de aventuretas. Todo el mundo iba a disputar otras pruebas, del pueblo íba exclusivamente a la longitud un servidor. Y lo que ocurrió con los otros clubes fue que en esa prueba se presentaron los cuatro o cinco bicharracos que iban a por las medallas y la zaborrilla regional que tan sólo podía aspirar a competir allí entre los que yo me incluía. Sea por esa razón o porque me motivé o porque ese día las rodillas no me dolieron como condenadas hice marca personal con 3,63 m y quedé en la parte media-alta de la clasificación lo que era todo un logro para mí aunque para el común de los mortales era una marca de muy andar por casa por no decir que era una mierda como el sombrero de un picador.

Volviendo a casa paramos en un área de servicio a merendar. Mi hermano mayor que había ido como responsable del club ya que nos entrenaba a la mayoría me enganchó por banda en ese momento. Me preguntó que qué tal me había parecido la experiencia. Yo, todo ufano, le dije que genial, que estaba muy contento por como me había salido el concurso de longitud. Si hasta casi había tenido posibilidades de entrar en la mejora, es decir, el privilegio que tienen tras los tres primeros saltos los ocho primeros clasificados consistente en realizar tres saltos más para optar a mejorar sus marcas y disputarse las medallas.

Mi hermano mayor siempre ha llamado a las cosas por su nombre, cosa muy de agradecer. Así es que en ese momento me hizo ver la cruda realidad. Me explicó, supongo que con toda la delicadeza con la que fue capaz, pero con meridiana claridad que ese día había hecho tope en el salto de longitud entre otras razones por las que he explicado anteriormente. Pues si no es en longitud, quizá podría probar con el salto de altura que no se me da mal, repuse yo. A lo que él de nuevo con toda la coherencia del mundo me explicó que aunque no se me daba mal hacía un tiempo que ya no se me daba muy bien. Me explicó que si bien de mayor iba a ser alto, algo de lo que mis rodillas opinaban lo mismo y no se equivocaron, para saltar altura hacía falta otro tipo de condiciones que yo no poseía, al igual que tampoco iba a destacar en fondo o en velocidad. Sin embargo, el veía alguna posibilidad en mí como lanzador de disco.

En ese momento se me cayó el alma a los pies. La poca afición que podía quedarme se disipó por completo. De nuevo él lo argumentó de maravilla y visto desde fuera podía pintar muy bien pero con doce años... algunas cosas no entran en la cabeza y es por demás. Si hubiese dicho jabalina e intentar emular al gran Zelezny... pero disco, en aquellos momentos fue que no. Creo que no hubo una frase del tipo "pues entonces lo dejo" pero por ambas partes quedó claro que hasta allí había llegado el intento de hacer de mí algo parecido a un atleta.

Al año siguiente dejé de subir a las pistas de atletismo con asiduidad, no acudí a demasiados crosses porque lo pasaba realmente mal con distancias elevadas. Cada vez éramos menos los participantes en esas carreras de manera que el número de corredores de bajo nivel se fue reduciendo. Casi todos los crosses terminaban en un duelo mano a mano con un zagal de Graus para no llegar el último. Era un poco patético, triste y al mismo tiempo elogiable en cierto modo ver siempre en un rincón escondido de los circuitos al entrenador de Graus y a Jose animándonos no ya para correr más sino simplemente para llegar a meta. Simplemente para llegar.


Cuando los dejábamos atrás podíamos escuchar sus comentarios acerca de que no iban a sacar nada de provecho de nosotros e incluso podíamos escuchar los gritos de ánimo para los primeros clasificados que estaban a punto de cogernos una vuelta. Pero al siguiente paso se repetía la misma jugada. Como digo, una situación tragicómica que en muchos casos decidí ahorrarme no acudiendo a los crosses o decidiendo in situ que ese día no corría y me quedaba al calor de la hoguera almorzando un bocadillo de panceta.

Hace un año en el campeonato provincial escolar de cross al que acudí a ver y animar a Alejandra y Julia, me acordé mucho de esta situación al ver en una de las carreras a dos zagaletes que parecían la viva estampa de aquella tragicómica pareja. Por eso los animé como un enajenado. El zagalé más flacucho y poqueta cosa, mi alter ego, miró azorado y extrañado al escuchar semejantes ánimos y siguió su errático correr. El pequeñón más fuertecico, el que se parecía al mozo de Graus, se lo tomó mucho mejor y con el pulgar hacia arriba agradeció los ánimos. Luego estaba plantado como un señor en la cola donde repartían longaniza para reponer fuerzas. Bravo por ellos. Ojalá encuentren su camino en el mundo del atletismo puesto que hay variedad de pruebas para ambos, la afición ya la tienen. 

Pero volvamos a mis años mozos. El cross lo estaba dejando así como los entrenamientos a los que iba muy de vez en cuando así que en pista pintaban bastos hasta que surgió el campeonato provincial por equipos. Ese campeonato consiste básicamente en que en cada prueba un atleta representa a su club. El primer clasificado aporta 8 puntos, el segundo 7, el tercero 6... así hasta el último que aporta 1 punto a su equipo. Así en todas las pruebas de pista. Un  atleta descalificado en una prueba o un club que no presenta en ella a un atleta contabiliza 0 puntos.

Puede parecer una chorrada pero a veces ese punto que diferencia un último puesto a un "no-puesto" es la distancia que separa a un equipo campeón de uno que queda en segundo lugar. Y ese año en el equipo cadete masculino tenían un pequeño problema. No tenían lanzador de peso. Tenían gente excelente en fondo y medio fondo, lo que en plan de broma denominábamos como "polleros" con el consiguiente quebradero de cabeza para cuadrar esos puestos ya que sobraba gente y luego había gente muy fina y técnica en saltos y velocidad pero no había una tanqueta capaz de aventar piedras. A una mala, alguien podría haber doblado prueba y ponerse a tirar piedras aquel día pero se exponía a no poder calentar convenientemente para la otra prueba, que se solaparan directamente, que al que le tocara el marrón de doblar no le pareciera bien hacerlo, que a los padres del que le tocara doblar nos les pareciera bien que lo hiciera... un cúmulo de circunstancias que mi hermano mayor, responsable otra vez del equipo, decidió solucionar de otra manera. Devolviendo a la circulación a su hermano pequeño, o sea yo, confiándole el lanzamiento de peso.

El día que reaparecí por las pistas hubo de todo. Risas, cachondeo y alguna mala cara en plan "este gilipollas que hace aquí de vuelta". Alguno muy pronto tuvo la delicadeza de recordar que ese gilipollas subía para intentar ayudar a lo que se respondió que vaya, que de 0 a 1 punto (nadie dudaba que iba a quedar último en el concurso de peso) poco importaba, a lo que ese alguien volvió a interceder por mí diciendo que "si lo ves tan fácil te pones tú a lanzar". Pero en definitiva la confianza propia y ajena en las posibilidades de éxito en la prueba de peso era escasa por no decir inexistente. No les culpé por ello porque ni tan siquiera yo creía en mí mismo.

Durante un par de semanas intentaron entre todos refrescar mis escasos fundamentos de lanzamiento y se vio que definitivamente iba a por el último puesto de la competición pero de cabeza. Aún así no se volvió a escuchar ningún reproche, todo el mundo daba ese punto por bueno aunque también existía el cachondeo de "ahora no nos jodas y no hagas tres lanzamientos nulos" (lo que hubiera representado ser un no clasificado, el cero rosquero, el ridículo absoluto).

Llegó el día del campeonato en Sabiñánigo.  Y aconteció una de esas historias increíbles que de vez en cuando ocurren... 

Acudo al foso de lanzamiento y perplejo me quedo cuando compruebo que de ocho lanzadores, tres vamos juntos a clase. Con uno sí que podía más o menos contar o suponer pero con el otro... con el otro no. Me explicaré.

Por el club de Binéfar lanzaba Pano, un mustagán de metro ochenta y pico con barba y todo al que le perdí la pista hace mucho tiempo. Un buen tipo. Lo habían puesto a hacer peso como podría haber hecho lo que quisiera (seguramente dobló o triplicó prueba, era una bestia). Íbamos juntos a clase en los Escolapios.
Por Escolapios, que eran así de pinchos de tener equipo propio, tenía que lanzar Jorge, un chaval un año menor pero que también era un bicharraco de cuidado. De pequeño era una boleta pero según crecía se iba poniendo fuertecico. Su madre y su tía tienen y tenían un negocio en la calle donde vivía y es por ello que desde críos nos conocíamos y habíamos jugado en la calle.
El primer puesto se lo iban a disputar esa pareja. Pero Jorge no estaba, en su lugar figuraba mi amigo Raúl con el que también íbamos juntos a clase. Raúl jabalinear con un balón en los pies lo que usted quiera y más pero la bola de peso seguramente se enteró de qué era y cómo era en ese preciso instante.
Y yo, que lanzaba por Barbastro.

Y esto por increíble que parezca pasaba y espero que siga pasando porque en el colegio, aparte de estudiar, nos dedicábamos a jugar y a hacer el cabra todo lo que nos dejaban y un poco más. Y el hecho de que nos enterásemos allí mismo de que íbamos a coincidir en el concurso era lógico si el resto de la semana el tiempo que habías pasado con los interfectos lanzadores de peso lo habías dedicado a jugar a fútbol o baloncesto, a mosca o a burro, a la sueleta o la taba, a darte una buena mano de hostias o a mirar la Interviú de Marta Sánchez en el patio del colegio. Pero ni por asomo habías gastado un segundo de tu tiempo en comentar que el sábado ibas a ir a lanzar peso en Sabiñánigo. Todos sabíamos que Jorge lanzaría por el colegio porque los equipos escolares eran proclamados a los cuatro vientos pero los que estábamos al margen del aparato propagandístico por representar a otros clubes llevábamos nuestra afición con bastante discreción.

Aclarada esta cuestión, prosigamos. Pano y yo nos miramos y como tipos prudentes que éramos y porque levantar la liebre podía suponer un suspenso o algo peor, no dijimos nada. A la que el señor juez marchó un momento a buscar la cinta métrica enganchamos a Raúl y retirándolo del resto de competidores para que no nos escucharan y no se montara titi le intentamos sonsacar.

Le preguntamos que dónde estaba Jorge y que qué puñetas estaba haciendo allí él en su lugar. Raúl nos explicó que Jorge se había marchado al pueblo, que distaba de las pistas un trecho importante, con la intención de avituallarse de dulces y chucherías y que se debía de haber despistado porque todavía no había vuelto. Ante el asombro general le indicamos que ello no le permitía sustituirlo en la prueba, respondiendo el bueno de Raúl que eso estaba solucionado puesto que no lo iba a sustituir sino que lo iba a suplantar a instancias de las órdenes recibidas por el Rector. Ni qué decir tiene que por ahí circulaban unas fichas federativas de todos y cada uno de los participantes con nombres y fotos y que antes o después se iba a descubrir el pastel pero... si el Rector había dicho eso pues a callar. Ya no le quisimos pedir más explicaciones a Raúl puesto que ya le había caído buena.

El Rector para quien no lo sepa era el Padre Rector de los Escolapios. Y si el Padre Rector te decía que a lanzar peso pues te ponías a lanzar peso. Y si te decía que suplantaras la identidad de un compañero pues la suplantabas. Y punto. Supongo que ahora las cosas deben de ser algo diferentes pero para los que crecieron en los setenta, ochenta y tempranos noventa estas cosas no resultarán muy extrañas.

Por otra parte, mira tú qué más nos daría a Pano y a mí que lanzase Raúl si era bastante peor que Jorge. Pano iba a quedar primero seguro y yo... ¡yo hasta le podía ganar a Raúl!

Comienza el concurso. Se van sucediendo los diferentes lanzadores y Pano muy pronto se pone en cabeza como era de esperar. Raúl por su parte comete el primer lanzamiento nulo al salir del círculo de lanzamiento por delante causando asombro y estupor generalizado entre participantes y jueces, no ya tanto por el nulo en sí sino por la cara de extrañeza de Raúl que no sabía por qué no le contabilizaban aquel lanzamiento. Para que se hagan una idea es como salir a una cancha de baloncesto, y que al coger el balón uno se cruce la cancha caminando sin botar el balón (sin ser americano y estar en una final olímpica, en ese caso no pasa nada) cuando el árbitro pite pasos mirarle y preguntar ¿qué pita usted?. Pues eso hizo Rául y ahí radicaba lo espantoso y esperpéntico de aquel lanzamiento nulo. Ya fue allí donde el señor juez comenzó a derrapar mentalmente al contemplar semejante espectáculo.

Yo de momento hago el primer lanzamiento válido, que al menos me han enseñado a no cagarla de esa manera. Pero es muy corto, tanto que a la que Raúl engancha un lanzamiento bueno tras explicarle un poco entre todos las reglas básicas, me adelanta. Voy último, bueno era de esperar también.

Y entonces acontece la jugada de la tarde aparte del nulo de Raúl poniendo cara de habas. Al fondo se ve a Jorge que llega a la grada corriendo, sudando y rojo como un tomate portando una enorme bolsa de chucherías. Pano y yo nos miramos, no sabemos si reír o llorar. Raúl se lo ve venir pero tampoco dice nada. En estas que Jorge deja la bolsa de chuches a buen recaudo y continúa su carrera hacia el foso de lanzamiento. Se cierne la catástrofe.

A todo esto, dato importante, recordar que Raúl no ha estado lanzando como Raúl de Tal sino como Jorge de Cual suplantando su identidad, que no sus habilidades, a la perfección. Cuestión no menos surrealista cuando para dirigirnos a Raúl teníamos que llamarlo Jorge para continuar con la farsa. Farsa que a nosotros nos era bastante importante continuar ya que ese día era sábado pero el lunes ya sería día de escuela y con según qué cosas era mejor no jugar no fuese a ser que nos tocase pasar una temporadita en la biblioteca copiando vida y milagros de Mozart, Verdi, Isabel la Católica o extractos del Deuteronomio. O copiando la Biblia, que alguna vez se dio el caso (inconcluso e inacabado, imagino, aunque la leyenda jamás fue muy clara a este respecto) cuando cierto maestro de Sociales exasperado por la actitud de un alumno espetó el mítico: 

-Ortiz, cópieme la Biblia

-Pero Padre, ¿se ha vuelto usted loco?

-Le he dicho que me copie la Biblia; Copie, corte, fotocopie, recopie... pero cópieme la Biblia

Uno con doce años ya tenía sus principios pero ante esta tesitura si esos principios iban contra uno de los Padres Escolapios que nos daban clase se los guardaba uno tan ricamente con tal de evitar situaciones desagradables.

En estas que el señor juez dice aquello de "lanza Jorge de Cual, preparado Fulanito de Tal" y el verdadero Jorge, con sus huevos toreros, llega y dice "voy". La cara del juez era antológica. Si llega a tener la pistola de dar las salidas se pone a pegar tiros al sol. Raúl se nos quedó mirando con cara de resignación y con Pano no sabíamos dónde meternos. En aquellos momentos los dos nos hicimos los locos, ninguno había pisado un aula de Escolapios jamás de los jamases. La tensión se cortaba con cuchillo y las caras de los presentes eran de impresión. Ahí iban a empezar a pedir responsabilidades y a hacer preguntas y si no queríamos follón con los curas menos aún con el señor juez árbitro.

Este hombre se comenzó a poner nervioso y con razón. 
-Pero tú... pero tú quién eres- empezó a gritar el juez. -Jorge- dijo Jorge, como si fuese lo más natural del mundo, y de hecho lo era, aunque para el resto de los presentes a excepción de un par que callaban sin decir ni mu ni era natural ni lógico ni nada.

-¿Y tú?-  le preguntó el juez visiblemente alterado a mi amigo Raúl a lo que este harto de haber ido como cagallón por cequia desembuchó todo.

-Mire usted, señor juez, yo me llamo Raúl y este Jorge es el verdadero Jorge que tenía que estar lanzando. Yo he venido aquí hoy porque no tenía otra cosa que hacer y venía de suplente para la carrera de relevos y para comer kikos y gusanitos en la grada. Lo que pasa es que Jorge se ha ido al Ñam-Ñam del pueblo a comprar chuches y como no llegaba el Padre Rector me ha dicho que me hiciese pasar por él y que me pusiera a lanzar peso. Así que ustedes se apañarán que yo ahora me voy, buenas tardes.

Escolapios fue descalificado en lanzamiento de peso y aun no sé, o no recuerdo, cómo no les expulsaron del campeonato. Seguramente el resto de mis compañeros de clase no tenían la culpa de la púa hecha por el Rector quien por otra parte era un buen hombre aunque en determinadas ocasiones tenía demasiada pasión por lo suyo. Tampoco recuerdo en qué posición quedamos en el Campeonato.

Lo que sí recuerdo es que yo fui el lanzador de peso. No hice tres nulos así es que no hice 0 puntos. Ni siquiera quedé último con 1 punto porque la poderosa campaña de marketing del Ñam-Ñam habilitada en aquella época se encargó de echarme una mano. ¡¡Quedé penúltimo, con 2 fantásticos puntos!! y pude montar en el autobús de vuelta todo ufano y contento por la gran hazaña conseguida.



4 comentarios:

  1. Genial entrada y geniales anécdotas. El deporte de jóven es la manera más sana de aprender cómo funciona la vida y de aceptar las cosas como son. Piensa que lo que te ocurrió a ti, anécdotas aparte, es lo que le ocurre a la mayoría de la gente y que lo que entonces es todo tu mundo no es más que una etapa más de la vida.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Nachete. Tú que las lees con buenos ojos.
      Cada edad tiene sus etapas y cada etapa su edad. Lo bueno es ir probando de (casi) todo un poco para que no te lo cuenten.

      Eliminar
  2. ¡Booooooh que bueno! Un momento glorioso relatado como sólo tú sabes hacerlo.
    Me has vuelto a sacar lagrimones de risa.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hombre, Chus, gracias por el comentario pero tú no lo hubieras relatado de manera muy diferente. Que nos conocemos jejeje...

      Eliminar

Entradas relacionadas

Entradas relacionadas