domingo, 4 de junio de 2017

Los Raviolis de las abuelas de Graus 2017

Dos marchas cicloturistas hechas este año y en las dos he visto desmontar los avituallamientos. Podría decirse que he alcanzado la cima del tuercepedalismo ya que jamás en marcha alguna a la que me hubiera presentado había llegado a presenciar cómo sacaban un barreño con los culos de las sandías porque ya no les quedaba mucho más.

Y eso que dicen que este año estoy fuerte. Yo ya no sé qué pensar. Para un tuercepedal como yo que se ha dedicado durante años a entrenar para la Behobia yendo en bici o preparar una PaxAvant yendo a correr y a nadar es complicado discernir los límites del bien y del mal ya que mis entrenamientos siempre han sido muy suigeneris y como me han salido del perolo en cada ocasión. Este año sin ir más lejos la preparación para la Puertos ha consistido en alguna kilometrada de fin de semana haciendo carreretas con tractores en la cara norte del Alto el Pino. O tranquilas pedaleadas en solitario por las rectas sin fin de la parte meridional de la Hoya de Huesca tan sólo perturbadas por un sinvergüenza que me adelantó en la recta entre Pertusa y Sesa a no menos de ciento veinte sin modificar un ápice su trayectoria. O alguna escapada hacia Torreciudad. Pero el grueso de la preparación ha consistido en hacer espinin con asiduidad y fortalecer la espalda en el gimnasio mientras no estaba charrando con el personal. Aunque lo primordial ha sido lo segundo. No he cogido la bici ni un día entre semana entre otros motivos porque le he pillado algo de miedo a la carretera después de la lamentable primavera en la que los accidentes parecen haberse multiplicado y sale más a cuenta ir a pegar la mencionada charrada en el gimnasio, ya que me parece más saludable. Y aún así me dicen que estoy fuerte.

El caso es que en la línea de salida de Graus estábamos Truli, Nachete y yo. Una representación tuercepedal muy magra para lo que habían sido otros años. Ha habido épocas en las que se preparaban viajes colosales a Isaba o al Tourmalet y cada fin de semana era motivo de fiesta para ir a almorzar a Selgua o a Colungo. Pero este año han venido muy mal dadas. Juanlu y Pablo también estaban por ahí aunque su objetivo era hacer la marcha larga. Así es que tras un breve encuentro en el que nos saludamos con los típicos bramidos en los que intercambiamos impresiones cada cual marcha a su lugar en la salida.

El nuestro es muy atrás no se sabe muy bien porqué. Una vez salimos los últimos de la Behobia. Con el payaso que va en bicicleta animando al personal y el coche escoba justo detrás. Pero éramos conscientes de ello y de la algarada que estábamos perpetrando. Y realmente no estábamos para ir mucho más adelante con nuestra fantabulosa velocidad de crucero de muñeca de Famosa. Esta vez no. Esta vez no lo vimos venir y es lo que me tiene preocupado. Cuando fuimos conscientes de que la gente que nos adelantaba por todos lados nada más salir no eran mejores que usted, querido lector, o que yo, humilde tuercepedal, y que eran los últimos restos de la serpiente multicolor llegamos a la conclusión tras 3 miserables kilómetros de marcha que estábamos bien jodidos.

Previamente, algo así como unas pocas decenas de metros tras tomar la salida, Juanlu había reventado la cubierta de la rueda. No la cámara, no. La cubierta. ¿Mala suerte? Los cojones. Cuando sales del coche directo hacia la salida y te das cuenta de que te has dejado la brújula (Juanlu no lleva cuentakilómetros, lleva brújula. Y astrolabio) y tienes que dar media vuelta a buscarla, y luego vuelves a ponerte en la salida y cuando dan el pistoletazo te das cuenta de que ¡no llevas los botellines! pues lo normal es que lo siguiente sea petar una cubierta de la bici.

El caso es que allí estamos. Con el coche escoba en la culera. Antes de llegar a las Ventas de Santa Lucía. En esta blog se han descrito penurias montando una bici o calzando unas zapatillas pero habitualmente han ocurrido cuando el depósito de combustible estaba ya vacío y no había de donde sacar. Pero esto era diferente. En la ecléctica grupeta que antecedía a la ambulancia se escuchó aquello de "no se preocupen, señores, que vamos últimos pero alguien tiene que serlo". Pues a mí por una vez no me apetecía serlo. Lo he sido en la Behobia, en la media de Barbastro, en la liga de fútbol 7 o como se contó hace poco en la Monegros. Pero no de esta manera, saliendo entregado desde el principio no.

Así es que me puse a tirar. Me traía sin cuidado reventar antes de llegar a Campo. Estas marchas son para disfrutarlas y eso implica parar en los avituallamientos, echar la charrada y rodar en grupos enormes. Para ir solo con cuatro gatos desde el kilómetro cero ya está el resto del año. La perspectiva de ir a trote cochinero con nadie por delante y nadie por detrás no me atraía en absoluto. Poco a poco fuimos atrapando alguna que otra grupeta pero nada que pudiera parecerse a esos pelotones inmensos plagados de señores vascos sesentones que pedalean como titanes o zagalas alegres y risueñas que reconfortan el alma y el corazón. Tan sólo frenaba un poco cuando Nachete o Truli renqueaban un poco. El uno porque no ha cogido la bici tan apenas este año y el otro porque era novato en estas lides.

Antes de llegar a Campo cogimos a Pablo que transitaba con algunos barbastros y un gacho con el traje rosa del Squalo Nibali a ritmo allegro ma non troppo. Que estaba esperando a Juanlu ya que al final un alma caritativa le había arreglado la rueda y haciendo un Balito Sepúlveda de quince kilómetros al que la organización no se había interpuesto lo habían adelantado en furgona. Así es que nos unimos a este grupo de tuercepedales ya sabiendo que al menos la cosa va cogiendo algo más de forma respecto a ediciones anteriores.

Sin embargo poco después de llegar a Campo alcanzamos a uno de esos grupos a los que a todas luces les han debido de regalar la inscripción ya que visten todos de la misma guisa con los colores de uno de los patrocinadores de la prueba. Me veo venir la jugada y el tiempo me da la razón. Es al llegar a la zona de repechos y curvas con las que comienza el congosto del Ventamillo cuando acontece la jugada. En esas bajadas (señalizadas como peligrosas) en las que el interior de la curva limita con una pared de roca viva, se lanzan como posesos para en el siguiente repecho pararse como si fueran de paseo ocupando todo el ancho de la calzada como si fueran abuelas caminando por la Boquera. Bajan como locos obligando al personal a apretarse contra la pared o el pretil y luego cuando hay que pedalear van a la marcheta. Pues hasta luego.

Por el poder que me otorga la equipación Lotto de Santo Tomas de Gendt demarro del grupo en cuanto se hace un hueco y me jamo el congosto solito. No están Jesús ni David ni tan siquiera Héctor para hacer la jabalinada de rigor consistente en dejar tirado al resto y marchar hacia delante sin conocimiento alguno. Y yo que los he puesto a caldo tantas veces por cometer esas globeradas voy y hago lo mismo. Alguien tenía que hacerlo. Y en el transcurso de la fuga como, bebo y me hecho algún que otro cuesco con total tranquilidad. ¿Que a lo mejor reviento? tanto me da. Allí en mitad del congosto tengo una visión espectral. Un gacho ataviado con un maillot de la Agencia Tributaria. Las huestes de Montoro dándole al pedal. No, es un colombiano vestido de arriba a abajo con la equipación del Café de Colombia-Pilas Varta. Le grito un vamos Colombia con cojonera y sigo la escapada hasta Castejón.

Allí paro porque este año han tenido la sensata idea de montar un avituallamiento líquido aunque siguen teniendo la idea de bombero atómico de poner el primer avituallamiento sólido en el km 70 cuando la gente ya va desganada. Mientras estoy allí bebiendo pato WC aparecen el resto de tuercepedales dando por concluida la primera de las fugas. Llega hasta Juanlu quien transitaba en posiciones traseras de la marcha. Mientras yo emulaba a Tomaser de Gendt estos otros se han chupado el congosto con el colombiano el cual ha sido su particular campeón del mundo, aquel que nos encontramos en la PaxAvant.

Les ha contado que tiene cincuenta y pico años, cinco hijos, seis nietos, una mujer, una novia y una amiga especial. Ellos le han dicho que parece que lleve el maillot de la Agencia Tributaria y él les ha puesto la cabeza como un ternero. Ha existido la sospecha de que se trate de una de aquellas viejas glorias que desembarcó en el ciclismo internacional hace más de treinta años pero pronto nos daremos cuenta de que no.

El caso es que empezamos el col de Fadas otra vez medio mezclados una parte de barbastros, el grupo de tuercepedales y Agencia Tributaria con Squalo Nibali por ahí incrustados. Tras un rato de charleta Pablo y Juanlu se van quedando. El colombiano y el squalo se quedan. Motor Perkins Nachete va gripando el motor y para a mear. La mezcla de sulsimiento y hambre hacen masa en mi cabeza y le pego el segundo serruchazo del día al bueno de Truli y marcho en solitario en pos de la cima de Fadas y lo que está más lejos aún, el jodido primer avituallamiento.

Truli me alcanza en la pequeña bajada de transición, como era de esperar, pero vuelvo a escaparme en el repecho hacia Laspaules. Llevo más hambre que el perro de un ciego. Llego al avituallamiento y me cago en los conejos de madera. No hay salado. ¡No hay salado! El enfado me dura lo que tardo en descubrir que una marcha diferente a la cosa mierdera que estamos perpetrando los tuercepedales es posible y está ahí delante. Pelotones nutridos de ciclistas de esos en los que uno se incrusta para viajar sin dar una sola pedalada e incluso un grupo de mozas todas arregladetas con la misma equipación verde de Scott. Esa marcha diferente que se va escapando ante mis ojos mientras me veo obligado a reponer nutrientes del enorme y vacío depósito que me grita: "¡Detente y dame de comer y de beber, cerdo!".

Cuando el depósito da el visto bueno ya es demasiado tarde. Ante mis ojos no queda nada de lo que había al llegar. Todo parece haberse desvanecido como un sueño o un espejismo. Por contra ha llegado el grueso tuercepedal el cual parece que va a pasar una buena temporada en el avituallamiento el cual por otra parte se encuentra en proceso de desmontaje. Oye, yo me voy bajando si eso, ya me pillareis.

Como era de esperar en la bajada no alcanzo a nadie. Sin embargo a mí me alcanzan Agencia Tributaria, Truli, el resto de tuercepedales... Se da por concluida la tercera escapada del día y comienza el ascenso al col de Bonansa. Truli va haciendo camino y yo paro a pichar. Me alcanza Pablo mientras Nachete y Juanlu penan por detrás. Hace mucho calor y los amagos de calambre van haciendo aparición así es que nos lo tomamos con mucha calma. Agencia Tributaria peta una rueda a tres de cima aunque sospechamos que también lleva petado el motor. Va a ser que este no fue gregario de Lucho Herrera.

Llegamos a cima y al segundo avituallamiento. Aquello es Bonansa pero podría ser perfectamente la playa de Dunkerque en la segunda guerra mundial. Gente tirada en las márgenes como si fueran sacos de estiércol. Un calor del demonio. El avituallamiento en proceso de desmontaje. Los voluntarios sacando los culos de las sandías porque los trozos buenos ya habían volado mucho tiempo atrás. Somos la cola de la cola del pelotón. Al rato llega Juanlu y aún más tarde aparece Nacho quien ha tenido que desmontar de la bici porque tenía calambres. Nacho. El mítico Motor Perkins con una puñetera Luchon-Bayona en sus piernas llega con los ojos hundidos en las cuencas como si hubiera transitado por el mismísimo infierno. Todos vamos con amagos de calambres. Llega Agencia Tributaria después de reparar sus múltiples pinchazos. Vulca contra una margen mientras está frenando la bici.

Oye, yo me voy bajando si eso, ya me pillareis. Me jode muchísimo por Nachete. Lleva mala cara aunque es duro como un tejón. El resto de tuercepedales lo cuidará bien. Debería quedarme a ayudarle como él ha hecho tantas y tantas veces conmigo pero ese escenario de campo de batalla me está poniendo enfermo. Y yo también voy con calambres. O escapo o seré alimento para el hombre del mazo. Si he de reventar que sea con esta gente por detrás.

La idea inicial es hacer el revirado descenso de Bonansa en solitario para no pasarlo mal. Sin embargo cuando llego al cruce de las Vilas y sigo yendo solo el poder que me otorga la equipación del Lotto vuelve a hacer masa en la cabeza y pergeño un pequeño entretenimiento movido por la soberbia. Hasta este momento me he fugado de mis amigos un poco por ira, otro tanto por gula, hasta por un poquito de lujuria. Ahora me ataca la soberbia de llegar a meta sin que ellos me alcancen. Pero en el fondo la culpa es de Truli.

Cierta vez, en una de esas conversaciones de barra de bar que hay que terminar zanjando con alguna imprecación a los cielos o dando la callada por respuesta este hombre afirmó, sin base empírica alguna que era lo que me reconcomía y lo que fue motivo de discusión, que desde el cruce de Las Vilas hasta Graus se podía bajar (en grupo) a una confortable media de 50 km/h. Mi posición era que ni tan siquiera un grupo de trotones conformado por lo más granado del espigado pelotón de gerifaltes centroeuropeos podía rodar a esa media en ese terreno, no digamos ya el participante random de una Puertos, no digamos ya un humilde tuercepedal. La suya era erre que erre que los 50 km/h se hacían facilmente.

De modo que por un lado tenía la opción de esperar en la cuneta a que llegaran estos y por el otro lado tenía la otra opción de seguir en solitario hasta Graus intentando echar por tierra la teoría de Truli. Opté por la segunda. Ante mí tenía más de treinta kilómetros con algo de viento en contra. Sin brújula ni astrolabio, ya que un día se gastó la pila y descubrí que vivía más feliz pedaleando sin ese instrumental. Nadie por detrás, nadie por delante. Ningún coche de la organización. Por momentos pensaba que si había cogido algún cruce mal por equivocación. No lo llamen épica, llámenlo cabezonería por favor.

Más amagos de calambre y sorbos de pato WC para mitigarlos pero allá a lo lejos, después de llevar un buen rato en la más absoluta soledad, veo un grupo de tres jinetes. Miro para detrás y del grupo comandado por Truli que debería bajar a la velocidad del rayo no se ve nada. Así es que sigo adelante a ver si cazo a los tres de delante. Tengo que tomar un gel. Rebajado a la humillación de tener que tomar uno de esos brebajes del demonio porque los amagos de calambre no me dejan tranquilo pero las ganas de desmontar la teoría de Truli son más fuertes que la aversión por los geles. Cuando llego hasta el trío de jinetes el cuadro es esperpéntico. Van los tres en paralelo ocupando todo el ancho. Ni un intento de relevo ni nada, van muertos. Me pongo delante a tirar a ver si se animan y en el primer repecho no hacen ni la intención de seguir así es que vuelvo a estar solo.

Al final llegando a Capella alcanzo a otro grupo que parece que vuelva de la guerra. De cinco gachos tan sólo hay uno que vaya conforme. Los otros cuatro van más jodidos que patabanco así es que tras contarles que yo también voy con calambres me acogen en su seno unos kilómetros. Hasta que llega el primer repecho y allí me doy cuenta de que yo voy jodido pero ellos van muertos, hay un desplome del grupo monumental y tiro para delante. Oye tú, y tus calambres, pregunta el que iba conforme. Hombre, son amagos, mira que pierdes al personal. Tranquilo, ya me quedo con ellos tú tira adelante. Y tiro.

Miro para detrás y del flamenco grupo liderado por Truli que debería estar bajando a 50 km/h dejando una estela de fuego bajo las ruedas no viene ni el tato así es que pedaleo con más furia viendo que mi acto de soberbia va a llegar a buen fin. Llego al polígono y adelanto a gente hasta por la gravilla de la cuneta. Yo peto pero los de atrás no me cogerán. Y así es.

Llego a meta después de una fuga (consentida) de 50 km tras intentarlo otras tres veces en el transcurso de la etapa. Digno de Tomaser de Gendt. Tras esperar cinco minutos empiezan a llegar el resto de tuercepedales. Excusas varias y diversas, es que hemos estado tirados en la yerba mucho rato, es que hemos bajado despacio, es que, es que... la teoría de los 50 km/h tirada por los suelos por el cabezudo que esto escribe y me vienen con que se estaba muy bien tirado en la yerba.

Al final nos zampamos los raviolis de las abuelas de Graus. Ese elemento que nunca cambia respecto a otras ediciones y que espero que no lo haga jamás. Aunque la charrada y la sobremesa esta vez es más corta que otras veces, hace mucho calor. Así es que tras apurar la comida y ver a Agencia Tributaria con su extensa prole disfrutar del ágape, marchamos para casa. Por no hacer no nos hicimos ni fotos del evento de lo cansados que estábamos. Al resto de tuercepedales yo al menos los eché mucho en falta. Ojalá que para otro año volvamos a estar un ciento.

Nota mental para el año que viene. Revisar la bici la semana de antes. Zamparse la Puertos con una de las zapatas de freno rozando cada dos por tres desde el primer kilómetro es un poco molesto. Ir sin brújula no sólo es tolerable sino que es un gozo pero lo de la zapata es molesto. No me pregunten por qué no paré en ningún puesto de asistencia a solucionar el percance. No sabría decirles.

Tomaser de Gendt, el Santo el de verdad, ha ganado este domingo en la primera etapa de la Dauphine Libere tras escapada piteril. Este hombre sí que es épico y todo cojonera. ¡Bien por Tomaser!


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