lunes, 10 de marzo de 2014

¿Un domingo cualquiera?

Pues posiblemente no aunque en muchos aspectos ojalá muchos domingos fueran iguales y así poder decir que lo de este domingo ha sido un domingo cualquiera.

A las 7:25 h sonaba el despertador que para ser un domingo ya es una buena hora. No era para ir a correr, no era para ir en bici, tampoco para subir a la montaña. El caso es que a las 8 de la mañana había quedado con Agus en el puente el Amparo para subir al Coso pues había carrera. Una carrera organizada por el CAB pero en la que ninguno de los dos podíamos participar. No porque estuviéramos lesionados ni en baja forma (nosotros tenemos baja o muy baja forma, está estancada en un mínimo perpetuo) sino porque como mardanos que somos no se nos permite correr en esta prueba. Así es que como mardanos que somos subimos hacia el Coso a juntarnos con más mardanos del club y acondicionar la zona de salida y meta de la 2ª carrera de la Mujer.

Tras mover vallas y mesas de aquí para allá a lo largo del Rioancho y el Coso y dejar la cosa lista decidimos acudir a un establecimiento cercano a la zona a almorzar con Jesús, Carlos "Enano", Rafa que se se había dormido y aunque no llegó a mover vallas sí lo hizo para zampar, y más gente del CAB. Y eso que el sol calentaba y se estaba bien en la calle pero tanto como perdonar el almuerzo pues como que no.

Y llegó el momento en el que, una vez más, salió a colación el tema de las básculas wifi mientras nos metíamos un bocadillo de bacon queso entre pecho y espalda. Ese tema, que algunos escuchamos por primera vez hace un año, volvió a salir en todo su esplendor. Y en los rostros de los neófitos en la materia vimos una mezcla de extrañeza, asombro y perplejidad que sin duda también se reflejaron en los nuestros hace un año.

Figúrense, usted se compra una báscula con wifi. Se pesa, los datos se envían a su ordenador, su tablet, su iphone... donde un programita gestiona toda esta información y elabora una gráfica en la que se constata que desde que uno se junta con malas compañías los domingos para ir a caminar-correr y almorzar no hace sino incrementar su peso. Y no sólo eso, no. Además un gadget especial que usted puede colocarse en el pecho, la muñeca y hasta vaya usted a saber donde le mide la tensión arterial, las pulsaciones y determina el tiempo que usted tiene sueño ligero, sueño profundo, está desvelado, o soñando con que su equipo le gana la liga al Madrid en el último minuto, le contabiliza los pasos recorridos durante el día y el tiempo destinado a realizar actividad vigorosa. Un prodigio de la técnica. Para llorar de la risa que es precisamente lo que hicimos. Ya sólo por esto mereció la pena el madrugón (madrugón para ser domingo, que a esas horas entre semana ya estoy cotizando). Pero es que hubo más...

Salimos del establecimiento, nos reparten unos chalecos fosforitos y nos indican nuestras posiciones para la carrera. Tú a tal cruce, tú a tal otro. Rafa, Carlos el Enano, Agus y yo donde el año pasado. Al Cortés. Y bajando para allí otro momento memorable. Se nos unen Tom y Pepe Q, este último con una bici de estas plegables que parecen un poco a las que monta el payaso Krusty. O el payaso de la Behobia. El payaso de la Behobia es un personaje que debería ser obligatorio en toda carrera seria que se precie. Qué cojones de chips, clasificaciones, medallas, trofeos y demás gaitas (bueno, las gaitas y los gaiteros como se verá más tarde sí que son importantes)... Un payaso en bicicleta es lo que necesita una carrera seria que se precie de serlo. Y en Behobia lo tienen.

El señor Payaso de la Behobia-San Sebastián

Este caballero aparece en línea de salida cuando va a salir la zaborrilla, los últimos de los últimos de la fila (usease, nosotros). Este señor va ataviado con atuendo de payaso, la cara pintada, con su nariz roja y unas bocinas. Y va montado en una bicicleta. Pero una bicicleta de estas perreras o, vamos a denominar, de corte retro y/o juvenil. Vamos, como la GAC de paseo de hace treinta años o como la bici que puede tener una zagala de 6 añetes pero sin ruedines.

El señor Payaso de la Behobia sale con los últimos de la carrera y allí se pega todo el rato pa arriba y pa abajo animando y pretando la bocina. Cuando llega a meta termina de recibir el aplauso del público que lo ha ido jaleando todo el trayecto, recoge los bártulos y se mete en un tren de cercanías para irse a su casa con la satisfacción del deber cumplido.

Bien, pues el CAB todavía no se ha planteado poner un señor Payaso en bicicleta en alguna de sus carreras, sin embargo en este domingo cualquiera alguien se ha postulado para el puesto. Pepe Q aparece con su bici plegable que como he comentado en ciertos aspectos recuerda a la bici que lleva el señor Payaso de la Behobia. Mi hermano Agus ni corto ni perezoso se sube a ella y se recorre todo el Rioancho haciendo sonar un cencerro. Sí, un cencerro que a saber de dónde había salido. Ni qué decir tiene que toda la gente que sube a zona de salida conceptúa que veníamos de almorzar y viendo la banda que bajábamos haciendo la risa tampoco se extrañan en exceso. El que menos nuestro padre cuando yendo a comprar el periódico ve a uno de sus vástagos montado en bici y agitando un cencerro. Está curado de espantos.

Llegamos a la zona del Cortés, Pepe Q y Tom marchan con su bici y nos quedamos los cuatro del año pasado en el cruce en T. Aparecen los señores Gaiteros para ponerse a chuflar precisamente allí. Pues muy bien, charrada con unos y con otros y al final comienza la carrera.

Y llega la marea rosa. Un no parar de mujeres con camiseta y pañuelos rosa baja y baja y baja, enfilan por Corona de Aragón y luego hacia la plaza el Matadero. Y mientras siguen bajando y bajando y bajando. Así hasta 1000 mujeres. 1000 participantes que se dice pronto. Siendo como es una prueba de carácter no competitivo en la que lo importante es participar y llegar, resulta majo ver a abuelas, madres e hijas corriendo o, en muchos casos, caminando para llegar a meta. En una lucha simbólica por derrotar al cáncer, motivo por el que se celebra la carrera.


Sin duda que 1000 hombres no conseguiríamos ni de lejos contagiar la ilusión con la que estas señoras, muy mayores en algunos casos, logran realizar el recorrido de 4 km. Una carrera de hombres sería una competición a cara de perro, sería muy diferente. No sería lo mismo. Sin embargo, ya que el motivo más importante por el que se celebra es la lucha por el cáncer y de hecho gran parte del montante de la inscripción se destina a esa causa... ¿no sería lógico hacer una carrera (sin más) contra el cáncer en la que pudiéramos participar todos? Porque el cáncer, el maldito cáncer, es algo que nos afecta a todos y todas. Ahí dejo la idea.

Por la plaza del Matadero van apareciendo de vuelta las primeras clasificadas, dejando a los gaiteros un pequeño margen de tres minutos en el que pueden descansar de chuflar, y la marea más estirada comienza a arreciar de nuevo hasta que llega un amplísimo grupo de señoras mayores que llegan caminando. Alguna en un arranque de casta al ver que sólo les queda hacer el Rioancho de subida se echan a correr. ¡Bravo! Otras por cuestiones evidentes de la edad no pueden hacer ese brindis al sol. En cualquier caso se les aplaude y anima igual o incluso más si cabe. Y ya por último, aparecen las cuatro últimas clasificadas que se llevan uno de los mayores aplausos.

Entonces, el jefe de los Gaiteros lanza una pregunta a la "organización". Que debemos de ser nosotros porque es lo que reza en nuestro chaleco fosforito. Oye, Organización, ¿podemos subir los Gaiteros detrás de estas cuatro mujeres chuflando?. La respuesta, (aunque nosotros en eso no pintamos nada) nos parece cojonudo, adelante. Y esa fue nuestra última aportación a la carrera. Animar a los Gaiteros a que se colocasen de coche escoba.

De allí otra vez hacia la zona de meta a devolver los chalecos y entre medias felicitar a algunas corredoras y charrar con unos y otros. Y corriendo escopeteao hacia casa para cambiarme. Comenzaba la segunda etapa de este atípico domingo.

El caso es que hacía unos días había quedado con el comando navalero, Héctor y Nacho, para hacer una salida larga en bici. Luego me di cuenta de que se me iba a juntar con la carrera de la Mujer. Y me sabía mal perderme el almuerzo, no echar una mano y la juerga de la carrera. Pero también me sabía mal no ir en bici, máxime cuando Nacho tiene los horarios laborales que tiene y cuyos fines de semana son, esos sí, muchas veces atípicos. Total, al final un poco de encaje de bolillos y como indefectiblemente la salida debía tener parada gastronómica se decide salir sobre la 1 de la tarde en dirección Colungo para comer allí y después llegar hasta Lecina y volver.

Yo que sabía lo que es eso y Nacho que más o menos se lo figuraba éramos en cierto modo cautos en cuanto a completar los 88 km de la ruta. Más siendo marzo y llevar pocos kilómetros acumulados en las patetas, más parando a comer y más con una tarde con luz hasta las 18:45 h más o menos. Yo calculaba unas cuatro horas (por lo menos) de salida y con la parada a comer no me salían las cuentas pero en el riesgo está la emoción así es que tiramos el plan adelante.

Por suerte, conseguimos salir unos minutos antes de la una y hace un sol bien bueno. Por mal tiempo no será. Chino chano subimos por carretera Pozán a la marcheta. A partir de Huerta se incrementa un poco el ritmo pero sin sofocos. La subida a Colungo de 5 km, muy pero que muy tranquila. Resultado, llegamos allí a las 14 h justo para comer. A una media kilométrica que no llega ni a los 18 km/h. Como si fuésemos con la bici del Payaso de Behobia.

Y había que comer. No unas barritas, no unos geles, no una ensaladeta, ni un yogur desnatado. He dicho comer y como ya he dejado claro en otras entradas de este blog que perpetro, alimentarse es una cosa y COMER es otra.


Nos sentamos a la mesa en el restaurante La Olla, plato de olivas para ir picoteando. Yo llevaba el bocadillo de bacon queso en los pies. Damos buena cuenta del plato, justo en el momento en el que vamos a empezar a comer pan con pan (comida de tontos, que dice mi madre) aparece la señora dueña del restaurante con los primeros. Estos inconscientes buen plato de judías, yo unos macarrones. Ambos platos bien lucidos. Todo ello regado con cerveza, vino y gaseosa. El agua la pedimos pero no la sacan en todo el evento, tampoco se la reclamamos. 

Segundo plato. El comando navalero, chiretas y ternera a la plancha. Yo, picantón con patatas.  Más vino y más gaseosa. La primera botella cae. La señora dueña, sin encomendarse a nadie se lleva la botella vacía ¡y planta una segunda!. Pero es que la deja en la mesa hasta con mala leche como en plan de: no tendréis cojones. Pues hombre, en tiempos no solamente hubiéramos tenido el valor de enchufarnos la segunda botella sino que además le hubiéramos reclamado la cuarta botella cuando hubiese traído la tercera. Pero visto que nos quedaban 63 km por delante y no queríamos hacer la jugada de Tom Simpson en Mont Ventoux... la hemos dejado esmediada y hemos pasado al postre.


Postre. Tres comtesas, sin discusión. El postre por antonomasia del mardano afincado en las zonas rurales del Alto Aragón (y en las medio urbanizadas que son el resto, también). La señora dueña sin encomendarse a nadie llega con tres vasos de chupito, los planta en la mesa y clava una botella de licor. Pues habrá que hacerle aprecio. Y si ha dejado la botella es para que se la acabemos, que si se la dejamos con un dedo sin terminar le hacemos un feo. Chupito va, chupito viene, cafés y Héctor comienza a pergeñar en su cabeza la tropelía que cometerá a la vuelta. 

Al final, sobre las 15:30 h nos levantamos (no sin esfuerzo), pagamos 15 € por cabeza (un precio muy correcto) y marchamos. Los primeros cinco kilómetros del alto de San Caprasio son un páramo de irrealidad. De dar pedales por no echarse a una margen a dormir. El punto justo en el que si te entra más sopor no te planteas seguir y te quedas en el bar echando tragos o te das media vuelta. En la penúltima rampa del puerto he empezado a ser persona, bajando después una vez pasado el alto, entre pinares con la sombra y el fresquete me he terminado de templar.

Enseguida se planta uno en el cruce a Lecina y de allí hasta arriba son 3 km de una subida pestosa con campo magnético en la que las ruedas se pegan al asfalto de mala manera. A mitad de subida suena mi teléfono, es mi hermano Jesús que está por Colungo y quedamos para hacer la vuelta juntos quedando más o menos en la cima del alto de San Caprasio. Son las 16:55 h. Vamos un poco justos de tiempo. Héctor propone, ya puestos, llegar hasta Betorz. Es mandado a escaparrar sin contemplaciones.


Llegamos hasta Lecina, rellenamos botellines y cara abajo. Lo que antes se ha subido es hora de bajarlo y al contrario aunque nos plantamos en el alto de San Caparasio sobre las 17:30 pasadas. Justo allí está esperando Jesús para acompañarnos en la bajada. Nos queda poco más de una hora de luz, la cosa va a ir bien justa.

Hacia las 17:50 llegamos a Colungo y entonces Héctor decide parar a ¡tachán! comprar una botella de licor de orujo. Como lo oyen. Tras realizar unas cuantas maniobras para poder llevar la botella sin montar ningún pifostio (tenemos poco conocimiento pero tenemos), reemprendemos la marcha.

Dramatización, en realidad la botella viajó de otro modo no punible por la DGT

El descenso lo vamos haciendo a ritmo fuerte, en muchos tramos a 40 km/h e incluso más. Saliendo de Huerta intento la ruin táctica de pasar al relevo y frenar al grupo para darme cuenta que tras doscientos metros pedaleando contra el viento hasta hacer arder las piernas estoy frenando al grupo demasiado. Pasan enseguida al frente y me dejan tirado. me quedo cortado un par de veces debido a los relevos que da Héctor el cual parece Cancellara demarrando en Roubaix sin levantar el culo del sillín. Debe de ser el poder del licor de Colungo. Al quedar cortado obligo al resto a parar a esperarme y volver a acelerar. 

A la altura de Pozán parece que ya cogemos el tranquillo a esto de los relevos y aunque no somos el equipo Panasonic de los años 80, si se produce una pequeña fractura del grupo lo solucionamos con pequeños acelerones de los de atrás. Yo me mantengo en cola como si fuera el jefe de filas (o más bien para no pasar adelante, dar un relevo de mierda, sufrir el efecto látigo después y que me tengan que esperar) y Héctor asume el mando cual percherón belga devorando kilómetros de llano con el poder del lícor de Colungo.

Al final llegamos a Barbastro a las 18:30 h pasadas, con muchos coches con las luces puestas ya y el sol más bajo imposible. Terminamos la ruta en 4 h 04' (en movimiento) a una media de 21,6 km/h. Y sacando dos conclusiones importantes de este domingo atípico que no es un domingo cualquiera:


  • Una báscula con wifi quizá no te haga perder peso pero da tema de conversación para infinidad de momentos y es motivo para echar unas buenas risas. Pero lo del peso, repito, como que no.
  • Si has de subir San Caprasio a las 4 de la tarde con toda la solanera en la cabeza, tómatelo con calma y más si acabas de comer en Colungo. En estos casos se permite comer una ensaladeta con ternera a la plancha y un yogur desnatado.

Y una conclusión todavía más importante y no una gilipollez como las dos anteriores que acabo de mencionar:

¡Las mujeres nos sacan mil vueltas a la hora de hacer de una carrera una fiesta en la que lo importante es participar, bravo por ellas!


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