jueves, 10 de abril de 2014

De una pieza

Hace justo una semana escribí una entrada en el blog. Me las prometía muy felices, pronosticaban buenas temperaturas, sol, tenía ganas de salir con la bici a hacer kilómetros, la cosa pintaba inmejorable. Pero las cosas a veces se tuercen. Ahora me fijo en que esa entrada la titulé "El cielo se nos cae encima... o no". El cielo no se nos cayó encima, lo puedo asegurar, pero caerse sí que se cayó alguien.

Hace justo una semana antes de escribir la entrada estuve haciendo largos en la piscina. Hice sesenta, me cansé un poco pero me sentí bien. En cinco tandas con descansos pequeños me los ventilé. Hoy también he estado en la piscina antes de ponerme a escribir esta entrada. Supongo que para cerrar el círculo de estos últimos siete días. He nadado la mitad que la semana pasada pero me ha costado mucho más esfuerzo. Me ha molestado una zona indeterminada y difusa del tórax así como la ingle y el pubis. Sí, el hueso pubis. De hecho ayer mi hermano Jose estuvo esferruchando por esa zona para desbloquear la pequeña enganchada que hay en la articulación. Y he tenido que nadar los treinta largos en siete tandas a ritmo muy lento, pero agradecido de haberlas podido hacer. Me explicaré.

El sábado por la mañana montamos salida ciclista con Jesús y David. El objetivo era subir hasta el alto de San Caprasio y de bajada, almorzar en Colungo. Todo eso más o menos lo hicimos aunque con alguna incidencia. La ida fue de los mejores ratos que recuerdo en los últimos meses encima de una bici. Con descacharrantes conversaciones acerca de despedidas de soltero y lo tremendamente mal empleado que está el dinero utilizado en actividades que no sean comer y beber en estos eventos, por ejemplo. Y serruchazos de David en todos y cada uno de los repechos poniendo al grupo a esprintar para poder seguirle. Una subida bien divertida hasta Colungo.

Y en el puerto pues ya cada uno fue a su ritmo pero con la diferencia respecto a otras veces en que fui capaz de hacer la goma y acercarme en un par de ocasiones a la cabeza emulando a Perico para lanzar un ataque de peseta y hundirme de nuevo a cola de nuestra particular carrera. Aprovechando que David tuvo que parar ya que le llamaron al móvil le pasé en la última rampa de manera vil y rastrera para coronar segundo, en 1 h 40' a unos 22 km/h de media.

Pero en la bajada cometí un error de imbécil. Ni tan siquiera de principiante ya que por lo general un principiante suele ser cauto y respetuoso cuando no temeroso con las situaciones que comprende que le pueden superar debido a su escasa pericia. De un imbécil que se pensó por un momento que lejos de ser un tuercepedales podía no sólo hacer la goma subiendo como Perico sino además bajar el puerto como él. En una curva un tanto comprometida intenté seguir la trazada de David que iba delante. Él, con muchisimas más horas de bici en las piernas, se puede permitir eso y más. Pero yo no. Así es que cuando quise rectificar esa trazada que para mí era un imposible, toqué freno, derrapé y perdí el control de la bici.


Y me caí. Una caída en la que no entraré en más detalles y en la que se llevaron más susto mis dos compañeros de ruta que yo, ya que a mí  no me dio tiempo a asustarme. A pesar de que en esos instantes que transcurren entre la pérdida de control de la bici y el golpe el tiempo parece detenerse y el cerebro procesa datos a velocidad asombrosa al mismo tiempo que no registra otros tantos, no tengo recuerdo de pasar miedo durante ese lapso de tiempo. Pero a toro pasado puedo decir que tuve mucha suerte de que no pasara nada grave. Pero mucha.

Es curioso. Ahora estoy leyendo "Los conquistadores de lo inutil", un libro escrito por Lionel Terray, uno de los pioneros en la escalada de las grandes cumbres del Himalaya. Pocos días antes había leído un pasaje en el que el señor Terray explicaba como había experimentado situaciones en las que, por ejemplo, se había caído escalando una pared vertical de roca y el cómo había reaccionado durante esos instantes en los que caía al vacío y pasaba a depender de que la cuerda que lo sujetaba aguantase en la clavija insertada en la pared. El cómo había asistido en fracciones de segundo a todo el proceso pensando en multitud de cosas pero sin atisbo de miedo, más como espectador que como actor.

Y al recibir el golpetazo del arnés que lo sujetaba gracias a la cuerda que pegaba un latigazo considerable debido a que la clavija aguantaba el tirón y no se desprendía de la roca, Terray volvía a la vida envuelto en un inmenso dolor físico, y apesadumbrado por pensar en cómo iba a salir de allí en lugar de alegrarse por estar todavía allí y de una pieza.

Pues algo parecido me ocurrió a mí. Que tras el golpetazo me incorporé al instante, en palabras de Jesús espectador de lujo de toda la escena, como si hubiera vuelto a la vida para quedarme sentado como un guiñapo pensando en los problemas que se me venían encima. Tan sólo tras pasar una bonita y soleada tarde de sábado en Urgencias del hospital haciendo pruebas y placas en casi toda la parte derecha de mi cuerpo y tras escuchar de boca del médico que me atendió que había tenido mucha suerte al no romperme absolutamente nada, caí en la cuenta de la multitud de estúpidas preocupaciones que revoloteaban por mi cabeza y que se podían ir al carajo (¿podré ir a trabajar? ¿tendré que coger la baja? ¿llegaré a la paxavant? ¿me enyesarán el brazo? ¿podré ir a nadar?). Lo importante era que seguía de una pieza. Todo lo demás o tiene arreglo o no tiene importancia pero a veces hay que pegarse una buena hostia para comprenderlo.

Gracias a Jesús y a David por estar allí y a toda la gente que de una u otra manera nos ayudó, a Sonia por hacer por enésima vez de coche de asistencia, y a Jose por arreglarme una vez más. Ah, y gracias al casco. Que nunca le haga duelo a nadie ponerse ese complemento básico antes de montar en bicicleta. Puede ser feo, dar calor o ser incómodo, pero como he dicho en el párrafo anterior todo eso son cosas que o no tienen importancia o tienen arreglo, en cambio lo que protege el casco sí tiene importancia. Casco siempre, por favor.

Que vengan muchas más salidas en bici pero sin estos sustos. 
¡Salud, kilómetros y almuerzos!

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