martes, 23 de septiembre de 2014

Sagas de Islandia (III): Por qué no hay que comprar agua en Islandia ni entretenerse demasiado en el Círculo de Oro


Lunes, 18 de agosto. Keflavik. Despertamos a eso de las 7:00 de la mañana y al mirar por la ventana de la habitación se contempla un paisaje francamente decadente. Naves de almacenes y casas prefabricadas ante la playa cubierta por nubes las cuales no impiden que la luz del sol lleve colándose por las cortinas desde las 5:00 de la mañana.

Tras una buena ducha con agua bien caliente, algo que no es problema en este lugar más bien se ha de tener cuidado de no escaldarse, bajamos a desayunar. Aquí es donde el concepto del país comienza a variar sensiblemente.

El comedor del Hotel Keflavik es sencillo aunque el servicio de buffet es bastante completo. 
Al menos nosostros no nos quedamos con hambre. La sección de salado está bien surtida con variedad de sandwich vegetales y de salmón, rollitos de jamón y queso y demás historias.

La de dulce ofrece bollitos y pastelitos de varias formas y sabores.

Aparte tienen yogur con cereales, zumos e incluso un pote lleno de canela que algún incauto confundió con café para espanto y horror de los allí presentes.

Cuando la camarera, que parece ser familia de nuestro amigo Fittipaldisson comienza a mirarsenos con mala cara decidimos dar por concluido el desayuno no sin antes haber degustado todo esto (los platos que se muestran en las fotografías fueron ingeridos por una única persona, a ver si alguien se va a pensar que todo eso era para los cuatro y que comemos como pajaritos)

Tras recoger la habitación marchamos a buscar la autocaravana esta vez en otro taxi conducido por un islandés de morfología grandaz que tapaba toda la parte frontal de su furgoneta con las espaldas. En el sitio de alquiler de autocaravanas Toño y yo dejamos a Lemus y Nacho haciendo las gestiones pertinentes y vamos a dar una vuelta por la playa de Keflavik. Lemus y Nacho asumen las labores de pilotar la autocaravana, por otra parte Toño y yo debemos encargarnos de trazar la ruta en el mapa (lo cual no es muy complicado salvo en ciertos puntos), hacer labores de copiloto para que el conductor no se duerma y hacer fotos a todo lo que se pueda.

El cielo está encapotado y chispea, con térmica de manga larga y el chambergo puesto no sobra nada.


Destaca el silencio y la tranquilidad del lugar, es como si el pueblo estuviese de fiesta y la gente metida en sus casas, no se aprecia movimiento alguno en la calles, apenas hay tráfico. 
No se ven perros ni gatos, alguna gaviota volando por los cielos, alguna señora paseando tránquilamente por la zona de la playa pero poco más.


Parece una ciudad fantasma ahí puesta con sus pulcras casitas prefabricadas de vivos colores. 


La que no es de chapa y es de obra presenta una geometría como si la hubiese diseñado un niño de seis años. La sencillez llevada al paroxismo.


Como comenté en el capítulo anterior el pueblo no es que sea feo, ni mucho menos, simplemente es especial y diferente a lo que estamos acostumbrados. 

Aquí no existe casco antiguo ni monumentos levantados hace siglos. Las poblaciones en su mayoría tienen a lo sumo cinco o seis siglos de antigüedad, algunas algo más y muchas bastante menos. Y su máximo desarrollo demográfico lo han experimentado en el último siglo de modo que hasta hace bien poco eran humildes aldeas de pescadores. Aldeas en las que bastante tenían con salir a faenar y ganarse el pan.

Hacia las 11 de la mañana partimos por fin con la autocaravana dirección Reykjavik tras una reunión con los mozos de la agencia de alquiler en la que no dejan un cabo suelto y se prodigan en toda suerte de explicaciones y recomendaciones (en esta zona encontrareis fuertes vientos, en esta es posible que llueva, es mejor que compréis en estos supermercados... y así durante hora y media). Muy profesionales.



Los 50 km que separan Keflavik de Reykjavik son de los pocos tramos de autovía disponibles en el país. Se van dejando a mano izquierda diversas localidades que conforman el extrarradio de la capital y a mano derecha se empiezan a ver diversas sulfataras y formaciones geológicas extrañas. El cielo se despeja, empieza a hacer calor.

Una vez dejada atrás la capital, dejamos las llanuras del litoral y la carretera se convierte en una sencilla vía de dos carriles que va ascendiendo metros ligeramente. El tráfico escasea y salvo algunas ovejas, ciclistas y autocaravanas que hacen la misma ruta se puede decir que muchos ratos la carretera es para nosotros solos.


Tras 100 km llegamos a Þingvellir (o Thingvellir; la letra "Þ" islandesa se suele transcribir como una "Th" inglesa) un curioso lugar donde aparte de que se puede observar como las placas euroasiática y americana se separan dejando como constancia de ello varias fallas o grietas, resulta ser un enclave histórico puesto que los primeros pobladores allá por el año 930 ya lo usaban para celebrar asambleas. Se considera que la institución parlamentaria más antigua del mundo, el AlÞingi, tuvo su origen en ese lugar.

Junto a las fallas, que pueden ser recorridas por su interior cosa que hicimos (adjunto aquí el enlace a wikiloc), hay un lago al que van a parar las aguas de la cascada de Öxarárfoss. Al parecer aquellos vikingos que utilizaban este auditorio natural para celebrar sus asambleas desviaron el curso del río Öxara para que la cascada cayese justo en el lugar donde parlamentaban.

La caminata nos obliga a desprendernos de la ropa e incluso ir en manga corta. Aquí el paisaje y la meteorología cambia muy súbitamente. Tan pronto atraviesas campos de lava y hace calor como estás rodeado de montañas y hace frío y viento.

No es, y con mucho, el sitio más espectacular del país. Ni tan siquiera de lo que nos quedaba por ver ese día. Sin embargo no nos pudimos resistir a estar un buen rato caminando por las fallas y contemplando el paisaje del lago.






Una vez visto Þingvellir nos trasladamos hasta Geysir, enclave que dista unos 40 km de allí. El paisaje sigue cambiando con celeridad, aquí unos campos de lava, allá unas montañas peladas, por acá unos pastos y por allí cursos de agua desbocados. Nacho recibe la llamada de Inés, su hermana y es en este punto donde debemos recapitular.

Nacho, al que el hecho de viajar a Islandia no le quitaba el sueño hasta hace muy pocos meses se unió a la expedición por un motivo fundamental. Luego se encontró con que el país le encantó pero en un principio él venía única y exclusivamente, y el motivo ya era más que suficiente, para ver a su hermana la cual marchó a trabajar a un pueblecito del sur de la isla al final de la primavera. Así es que fuésemos nosotros o no el bueno de Nacho tenía pensado acudir en verano a Islandia. Al final pudimos hacer encaje de bolillos y acoplar las vacaciones y ¡vualá! salió este viaje en el que todos ganamos (bueno, Inés no sé si ganó mucho porque tener que soportar a cuatro mardanos durante un par de días no sé si sale muy a cuenta pero en fin).

Así pues el plan para este lunes era terminar la visita del Círculo Dorado (nombre con el que se denomina a Þingvellir, Geysir y Gullfoss) y de camino a Skogar pasar a recoger a Inés por Hvolsvöllur (los nombres de las localidades son así e incluso más rebuscados, al principio intentas buscar una pronunciación correcta luego te la inventas directamente).

El caso es que volviendo a la llamada de Inés, nos indica que llevamos un ligero retraso y que a ese paso no daremos la vuelta a la isla como es nuestro objetivo ni de coña. Luego ya le explicaremos que hemos partido de la oficina de alquiler a las 11 de la mañana pero de momento debe de pensar que somos unos patanes que no vamos a ser capaces ni de llegar a recogerla.

Llegamos a Geysir, sitio conocido por sus surtidores de agua hirviendo. El más famoso de ellos y que da nombre tanto al lugar como a este tipo de fenómenos naturales a lo largo y ancho del mundo, quedó por así decirlo fuera de servicio después de que según se dice y se comenta los 80 metros de agua que eran despedidos desde las profundidades de la tierra quedasen aniquilados por el arrojo excesivo a la poza del surtidor de toda clase de materiales, entre ellos detergente, con el fin de provocar la salida del agua al gusto del consumidor.

Por suerte al lado figura el surtidor llamado Strokkur, que con una altura del chorro de agua de unos 20 metros, y una periodicidad de unos 7 minutos entre una y otra surgencia, constituye un bonito y divertido espectáculo.

Tras comer unos bocadillos en la cafetería-tienda de recuerdos del lugar por la módica cifra de 1500 ISK la vianda (9 eureles, 300 duros) nos acercamos al surtidor. En el ambiente se respira un ligero tufo a huevos podridos debido a las emanaciones sulfurosas. Lo más divertido es ver un corro de unas 100 personas (franceses, italianos, rusos, americanos, japoneses...) alrededor de Strokkur esperando a que eché el petardazo de agua.  En posición estática, manteniendo el pulso y el dedo a punto en el disparador de la cámara fotográfica ahí pueden permanecer los siete minutos. El primer cuarto de hora lo empleamos, yo al menos, en fijarnos en esta circunstancia ya que en un principio me resulta más curioso que el fenomenal Strokkur.


Esto tiene sus contras, te ríes sanamente de la gente pero Strokkur te pilla desprevenido así es que no podemos evitar caer en la tentación e ir acercándonos al círculo que rodea a la poza. Cogemos posición, guardamos silencio y aguantamos la respiración. Strokkur está vivo, se calienta, emite vapor y burbujas, la cosa se caldea, un rumor crece en el ambiente hasta que en un momento dado surge durante un pequeño instante una burbuja gigante justo antes de que el chorro de agua hirviendo se alce majestuoso hacia el cielo.

Ponerse justo debajo no es lo más recomendable aunque el agua sale tan dispersa que a poco viento que sople cuando las gotas alcanzan el suelo o alguna cabeza ya se ha enfriado bastante. Eso sí, sobre la poza permanece una estela de vapor a modo de aviso, marcando el territorio de Strokkur que es mejor no traspasar.






De regreso a la caravana coincidimos con una pareja de Vitoria que está dando la vuelta a la isla en bici y no encuentran el camping. Recurren a nosotros, en palabras de la simpática chica, porque aunque no nos ha oído hablar "sacamos pinta de españoles". El chico se ríe. Vamos, que sacamos unas pintas de mardanizos que tiramos para atrás, #marcaGüesca.

De Geysir vamos hacia Gullfoss, una cascada gigantesca en la que al acercarse uno no puede evitar el mojarse debido a la cantidad de agua que es salpicada desde el salto. Al llegar allí uno se encuentra de frente contra el glaciar Langjökull y aunque es bastante impresionante se queda en nada comparado con las vistas de los glaciares que veremos más adelante.




Por fin marchamos hacia Hvolsvöllur a recoger a Inés quien se encuentra en el supermercado haciendo unas compras junto a unas compañeras de trabajo, entre ellas su amiga Silvia con la que volveremos a coincidir más adelante. Aprovechamos para hacer hacer alguna compra y llenar así nuestra nevera aunque somos motivo de risas de las chicas al ver que adquirimos agua y cerveza. Lo primero es un bien tan abundante en Islandia que en todas las cafeterías, restaurantes, etc hay mesas con jarras de agua y vasos. Es algo que se da, no se cobra. Y en cuanto a la cerveza la que se vende en los supermercados está por así decirlo "capada". No tiene más que 2º de alcohol y para comprar licores o cerveza "normal" hay que dirigirse a una licorería.

Pasamos por delante del glaciar Eyjafjallajökull,  (jökull significa glaciar en islandés)el cual alberga el famoso volcán Eyjafaja   aquel que en 2010 provocó un caos aéreo "por culpa" de su erupción. Es alucinante mirar a un lado y contemplar ese gigante de hielo, mirar al otro lado y divisar la costa o en su defecto campos con multitud de pacas envueltas en plástico que deben de ser dejadas ahí para que el pasto se fermente y después al dárselo a los animales estos tengan una digestión más llevadera.



Siguiente parada, Seljalandsfoss (por si no lo han deducido foss es la palabra islandesa para designar a las cascadas). Posiblemente la cascada más espectacular que contemplamos. No es la más alta ni la más grande pero el hecho de que se pueda dar un rodeo para situarse por detrás de la cortina de agua hacen de este lugar una parada obligada. Y no está enclavada en el denominado Círculo de Oro. Y es en este punto donde comprendemos a Inés cuando nos recomendaba no perder demasiado tiempo en el Círculo de Oro ya que lo mejor estaba por llegar.




La cascada se sitúa frente a la costa y a poca distancia se puede ver el archipiélago de Vestmannaeyjar, alguna de cuyas islas surgió de debajo del mar hace escasos 60 años. 




Tras hacer un montón de fotos con la cortina de agua y el sol de fondo y ver una cascada vecina que se encuentra ubicada en una especie de hendidura en la roca y que se encuentra rodeada de piedra y vegetación nos movemos hacia la última parada del día. La cascada de Skógafoss.

Salto de agua de libro en el que el caudal proveniente del vecino glaciar cae de manera limpia y perfecta.









Existen unas escaleras que permite en subir hasta la parte superior del salto y que dan acceso a una pista que remonta el curso del río y es el extremo de una ruta que se puede caminar-correr. Esta ruta tiene por destino el vecino glaciar. Nosotros nos adentramos lo justo para ver los saltos de agua que preceden a la cascada principal de Skógafoss aunque uno se queda con las ganas de tirar más adelante. Para otra ocasión.

Cuando volvemos para abajo son cerca de las 10:30 de la noche y la luz comienza a escasear. Es hora de dirigirse a las cercanas playas de Dyrhólaey y buscar un buen sitio donde aparcar la autocaravana para pasar la noche allí. La acampada libre está permitida en todo el país y en los escasos lugares donde está prohibido queda indicado de forma explícita por un cartel.

Tras una cena a base de raviolis tiene lugar una agradable sobremesa en la que Inés nos indica parte de los usos y costumbres de las gentes de la isla así como los sitios que no debemos perdernos ya que tan sólo puede estar con nosotros hasta la tarde del día siguiente y el resto del tiempo tendremos que ir por nuestra cuenta.

Nos explica que estos islandeses son buena gente aunque un tanto tímidos en el primer contacto con los extraños, amables cuando la situación lo requiere y dados a la fiesta llegado el momento. Se toman la vida con calma llevando un ritmo propio de país caribeño y poseen un marcado sentimiento patriótico que les ha llevado, o a lo mejor al revés tras años de aislamiento, a ser bastante autosuficientes permitiendo una muy escasa participación de empresas extranjeras en lo que se refiere a cadenas de tiendas, marcas de ropa, alimentación, etc.

Quién sabe si motivado si por ese aislamiento durante años, creen en la existencia de elfos, duendes y demás seres mitológicos a los que se refieren como huldufólk o en inglés como la hidden people (la gente oculta) llegando a ser capaces de desviar carreteras para no perturbar la paz de estos habitantes de la isla. Nos explica como les gusta que los extranjeros les digamos alguna palabra en islandés aunque esto es algo que no podemos asegurar ya que durante el resto de los días o nuestra pronunciación era penosa o no es muy cierto ya que reaccionaban de manera bastante fría cuando nos despedíamos o dábamos las gracias en islandés.

Ante esto último tengo una teoría y es que al igual que los de Vitoria nos calaron como españoles, los islandeses que nos encontramos durante el viaje también nos calaban como españoles (o argentinos o mexicanos) como ya se verá. Y el que les dijésemos Takk (gracias) o Bless Bless (hasta luego) les traía sin cuidado o por el contrario nuestros caretos les debían de resultar bastante graciosos porque no fueron pocos los lugares en los que se nos miraban y no podían reprimir la risa. Pero daba igual que nos dirigiésemos en castellano, inglés, catalán (sí, catalán; Toño es así) o con alguna palabra suelta en islandés. O pasaban o se partían la caja.

Y tras estas conversaciones tan didácticas y una meada en campo abierto a oscuras con la puerta de la autocaravana cerrada para que no entrase el frío recordando en ese preciso instante la posible existencia de la hidden people  que vive por esos parajes y marchando escopetados de regreso a nuestro humilde hogar, nos vamos a dormir. Los ronquidos, si los hay, no son problema ya que caemos todos rendidos hasta la mañana siguiente. 

(Parte de las fotos de esta entrada son de Nacho, Toño, Lemus e Inés; gracias por cederlas a este engendro de blog)

Próximo capítulo: Glaciares, icebergs y un kilo de bolas de queso


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