miércoles, 20 de julio de 2016

20 razones para acudir a ver el Tour de Francia


Dadas las circunstancias del soberano esperpento que se está sufriendo en el país vecino desde el 2 de julio escribir esta entrada podría resultar incluso denunciable. Semejante simulacro de carrera ciclista no se recuerda desde los tiempos en que paseaba su tiranía por Francia el Innombrable, ese que desapareció de todos los registros de la prueba por sus prácticas mafiosas. Sin embargo a pesar de todos los pesares he encontrado 20 motivos por los que se puede acudir a presenciar in situ la, a veces, mejor prueba por etapas del mundo.

1. Ir a Francia. Por si pasar al país vecino no constituyese suficiente aliciente, por si sus boulangeries, patés, sidras, quesos y jolie femmes no fueran motivo suficiente, ir a Francia pasando por el túnel de Bielsa. Con parada obligatoria en Parzán. Y en el último pueblo antes de la frontera repostaje a cargo de los hnos Vidallé. Un par de huevos fritos con chorizo, lomo o longaniza con bien de patatas fritas y el mundo siempre parece un lugar mucho mejor aunque después al ver las noticias se pueda constatar que en realidad el mundo se va a la mierda. Si se puede escoger sitio frente a la tele viendo el encierro de San Fermín ya mucho mejor. Si ese encierro lo comentan dos simpáticos personajes de la fauna local con la botella de coñac Terry plantificada en mitad de la mesa se roza la excelencia.


2. Tener una buena excusa para no participar en algún tipo de prueba deportiva a la que uno se haya apuntado en primavera cuando no aprieta la calor y parece que se va a llegar en forma a todo. En el caso que nos ocupa acudir al Tour resulta un óbice absoluto para participar en la trail de Estadilla. El hecho de que servidor no se calce unas zapatillas para correr más de dos kilómetros seguidos desde abril, tenga el pie derecho con una uña lastimada y el pie izquierdo maltrecho por apretar las calas de la bici más de la cuenta cierto día también ayuda.

3. Ver ingentes cantidades de cicloturistas. Desde la frontera hasta Val Louron una incesante riada de gente en bicicleta acudiendo como peregrinos a la carrera por etapas por antonomasia. Raro año es la más emocionante y en pocos tiene el recorrido más duro o más bonito. Pero el Tour es la madre de todas las carreras ciclistas y toda la leyenda que rodea a este deporte comenzó porque unos locos decidieron un memorable día dar la vuelta a Francia en bicicleta. Es de justicia pues acudir en peregrinación, en coche aunque mucho mejor en bici, a honrar el paso de tan sacrosanta prueba. Si se acude en coche es menester bajar las ventanillas y vociferar a estos pelotones ánimos y alabanzas por doquier.

4. Dar faena a una entrañable abuela de Azet. Al llegar a pie de puerto y encontrar el paso franqueado por gendarmes pero abierto a los turismos la emoción puede embargar a cualquiera. El hecho de ascender las rampas de Val Louron entre pelotones de cicloturistas contemplando bellos paisajes obnubila a cualquiera. De modo que al llegar al pueblo de Azet uno puede cruzar cables y abocinar el coche en la primera era que encuentre por temor a que de ahí en adelante la carretera esté atestada de caravanas y no haya donde aparcar. Custodiando la era se puede encontrar una venerable ancianita bastante impedida de las piernas subida a una silla de ruedas de tipo motocarro. La abuelita puede en ese momento advertir al incauto de que su era es privada y de que aparcar cuesta 5 € la jornada. La emoción puede hacer que la transacción se lleve a cabo y tras seguir a la abuela pilotando el motocarro por la era, el estacionamiento se termine efectuando con la ayuda de la nieta la cual oferta plazas al gusto del consumidor a l'ombre ou au soleil.

5. Participar en la prestigiosa Trail Azet-Val Louron-Azet. Partiendo de la era de las entrañables abuela y nieta de la villa de Azet, con un desnivel positivo de 430 metros y una longitud de 5'5 km la prueba transcurre siguiendo la carretera del puerto de Val Louron. Entre coches, caravanas, ciclistas y fauna sin catalogar la trail ofrece bonitas vistas de los picos que se yerguen alrededor de Loudenvielle, villa que acoge Balnea, así como de la villa de Saint-Lary. En esta primera edición de la Trail fuimos de la partida tres elementos en la categoría de mardanos (Héctor, Truli y yo) y una participante en la categoría de damas, nuestra amiga Marion. Los gritos de ánimo, en especial a la bella Marion, se sucedieron a lo largo de las duras rampas que llevan a la cima donde un balsámico puesto con cervezas sirvió para hidratarnos. Los 11 km totales de subida y bajada fueron motivo ya más que suficiente para a la noche plantarse en Estadilla a devorar la cena incluida en la inscripción de esa otra trail no hecha. Ante las acusaciones vertidas por cierta gente que esgrimía el argumento de que no me había visto correr la participación en la Azet Trail fue una buena excusa.


6. Hacerse una foto con la bandera del club de fans de Gregorio. En el mundo del ciclismo existen diversos personajes que es difícil que aparezcan alguna vez en un desinformativo de atresmedia o de los Torrocos de mediaset pero que por el contrario merecen el respeto del buen aficionado. Uno de ellos es el señor Van Avermaet más conocido por estos lares como Gregorio. La foto con la tricolor belga es obligatoria.


7. Divisar personajes de diverso pelaje y lanzarles la mirada de Chuck Norris. Según se avanza por el puerto se pueden ver diferentes especies apostadas en los márgenes de la carretera: 

Parejas de abuelos que seguramente no han hecho en cuarenta años más que tragar etapas del Tour todos los veranos aparte de acumular gorras de propaganda; cuando ven el rostro de Marion las abuelas preguntan "c'est Marion? Oui, elle est Marion" y saludan sonrientes.
Luego hay familias, grupos con banderas para animar a un ciclista específico, gente que viene de la chimbamba y que monta el tenderete para identificar la procedencia... y luego están los gilipollas. Aquellos que no hacen otra función más que vociferar completamente borrachos mientras se pasean en calzoncillos o en traje de lagarterana (no tienen término medio) lanzando petardos o encendiendo bengalas, molestando a todo el mundo en general y a los ciclistas en particular. Hay que lanzarles una mirada retadora a lo Chuck Norris, no son bienvenidos. Hace años no había tanto aficionado gilipollas y el ciclismo era mejor, no hacen ninguna falta y probablemente ellos llegado un momento del día se preguntarán qué necesidad tienen de estar sudando whisky a 37 grados en pleno sol, en calzoncillos, haciendo el ridículo y cogiendo, espero, una buena insolación mientras podrían estar durmiendo la mona en su puñetera casa.

8. Intentar ayudar a un zagal con la bici rota. Te pasan dos crietes con bici de montaña que no levantan dos palmos del suelo. Uno de euskaltel y el otro de cajarural. El euskaltel lleva la patilla del cambio partida y empuja la bici esperando la asistencia (como Froome, bueno como Froome no que ese tira la bici y corre). Mira que pasan cicloturistas cara arriba y ninguno tiene el detalle de parar no ya a ayudar sino simplemente a preguntar. No vaya a ser que pierdan tiempo en el segmento del Strava. Así es que aunque no llevamos ni llaves ni tronchacadenas ni nada nos acercamos a los zagaletes a preguntar cómo lo llevan y si están sus padres cerca. Por fortuna unos metros adelante ya han contactado con el coche de equipo materno y un solícito señor les está apañando la cadena para que pueda subir en piñón fijo. Y mientras sigue pasando la creme del cicloturista intentando conseguir el KOM del Strava.

9. Echar cervezas en la cima del puerto. Que ya lo había mencionado... pues lo repito. Porque es un placer enorme pertenecer al escaso grupo de perturbados que dejando el coche en Azet subió hasta cima caminando y poder echar unas cervezas al olor de la plancha de los bocadillos a pleno rendimiento. Un despliegue de medios excepcional.


10. Ver la paradeta de souvenirs de la carrera. Un poco pobre, esperábamos algo más sin embargo aparte de las gorretas clásicas, los maillots actuales y vintage y las camisetas de la carrera llamó de manera poderosa la atención unos moñacos de ciclistas con el maillot del Teka. Como los soldadetes de plomo pero en ciclistas. Y con la gorreta cara atrás, al más puro estilo Chozas, Gastón o Lejarreta. Magnífico.

11. Comer un bocadillo a la sombra. Después del esfuerzo realizado se busca una de las escasas sombras, rodeados de familias ondeando la bandera bretona, y se extrae de la mochila el bocadillo de beicon previamente adquirido en Parzán. Sabe a gloria. 

12. Ver la caravana del Tour. Lo cual constituye por sí misma motivo suficiente para acudir guste o no guste el ciclismo. Porque a pesar de que la ronda francesa sea la madre de todas las carreras lo cierto es que esperar a pie de carretera durante cuatro horas para ver pasar en cuestión de un minuto escaso el grueso del pelotón puede resultar frustrante a la par que desilusionante. Sin embargo la caravana nunca defrauda. Compuesta por una colección de vehículos a cual más ecléctico (el ciclista en pose de contrarreloj, la rueda de coche, el tetrabrick con pajitas...) van pasando una serie de personajes que no hacen sino enardecer los ánimos de los presentes. Uno de los vehículos lleva a un garçon que se va columpiando (bien atado a un arnés por otra parte) mientras hace bailar al público, en otros la muchachada lanza gorras, madalenas, salchichones, llaveros, manteles, capazos, zumos, detergente, agua, periódicos, pulseras, quitasoles, pegatinas, todo lo que uno pueda imaginar y que en realidad no sirva de nada o casi nada. Héctor y Truli hacen faena recolectora por un costado y yo me reparto las potras con un zagal que va de arriba a abajo con los colores de Francia y que me da alguna gorra que le sobra. Truli no tiene tanta suerte con un señor que casi se lo come por intentar fanarle una gorra de Credit Lyonais. A destacar las otras furgonetas donde simplemente las jolie femmes bailan graciosas como si flotaran ajenas a la expectación de los presentes.

13. El momento previo al paso de los ciclistas. O la calma previa a la tormenta. Tras el paso de la caravana la excitación del personal es palpable. Todo el mundo se afana en consultar la radio, el teléfono o todo dispositivo que permita conocer el paradero de los esforzados de la ruta. Las conversaciones a cuatro bandas entre vascos, aragoneses, franceses o ingleses surgen para preguntar quién va escapado. Majka et Pinot sont en Azet. A cuánto el pelotón. How far are the bunch. Moins d'un minute. 38 segundos. Puto Sky. El rodillo. Oui, le rouleau. Qué le vas a hacer. A ver si por lo menos nos dejan ver pasar a Tony Martin. Y a Gregorio. Y a Sagan, cualquier cosa por Sagan. Y en un momento dado las conversaciones se convierten en murmullos y los murmullos en silencio. Se escucha cada vez más cerca el helicóptero de la tele y allá a lo lejos en la curva se ve el coche rojo de cabeza de carrera y la gente estalla de júbilo.

14. Ver pasar a los héroes. Y no estoy hablando de ver pasar a los nairos, froomes, valverdes o nibalis de turno. Hasta el momento (y no creo que cambie en lo que resta de carrera) estoy razonablemente enfadado por el rendimiento francamente negativo de casi todos los ciclistas de la prueba. Si de aquí al domingo alguno arregla la situación pues en el correspondiente post donde se analice la Buquiporra se rectificará pero por el momento es lo que hay. Cuando hablo de héroes me refiero a esos ciclistas que se baten el cobre desde enero penando por esas carreteras de adoquines por los que merece la pena ver las clásicas de primavera. Los que nos alegran la existencia esos fines de semana de marzo y abril subiendo esos muros en Flandes. Porque los favoritos del Tour pasan rápido y muy juntos. En ese trasiego eterno de más de tres mil kilómetros en el que muchos no se despegarán de la rueda de quien le antecede en la clasificación, de esa o de la del coche de Mavic. Vigilantes, tensos y agarrotados. Sin gracia y muchos sin sangre. Lo mejor viene después cuando llegan los rezagados, con la cara desencajada. Y llega Gregorio, el señor Van Avermaet. Vestido de amarillo. Y te dejas las palmas de las manos aplaudiendo. Aparece Pinot, muerto con el maillot abierto después de haber intentado la quijotada y le gritas que es un poquito cabrón porque te está reventando todas las porras. Llegan Zakarin y Dumoulin en alegre compañía y la afición se desgañita. Sicard y Coquard con sus menudos cuerpecitos de gorrión y sus caritas desencajadas suben en volandas de los gritos. Teklehaimanot de piernas negras como tizones asciende sobrio y elegante. Balito Sepúlveda porfía por engancharse al grupo de los mejores y aprieta los dientes para ello.




Aparece santo Thomas de Gendt ungido de topos rojos y ante la apatía general al paso de Tomaser animo a ese santo y seña del ciclismo de cojonera, ese que pocas veces se premia pero que hace afición. Y ves pasar incluso a tus ciclistas más denostados y en ese trance las rampas de Azet les hacen personas. Y les aplaudes. The man of the Man, ese mozo al que cada vez que ves ganar aprietas los dientes y sueltas una maldición, lo ves junto a un compañero a más de media hora de los primeros haciendo eses bebiendo agua estrujando el botellín. Cómo no le vas a aplaudir. Tira para arriba, ánimo y adelante. La próxima vez que aparezcas en un sprint fresco y lozano venciéndolo ya ajustaremos cuentas pero de momento tira.


15. Pitera Sagan. Cuando parece que ha desfilado toda la flor y nata del pelotón, las filias y las fobias de cada cual, entonces rebrotan las conversaciones a cuatro bandas chapurreando francés, castellano e inglés. ¿Sagan? ¿Where is Sagan? No ha pasado, seguro, yo creo que no. Seguro, no se habrá retirado... y entonces allá en la curva poblada por irreductibles vascos que trasegan pacharán como bestias florece un rugido atronador ¡¡¡SAGAN!!!. Ahí viene, el monumento de ciclista, el mejor regalo hecho a este deporte en más de veinte años, Pitera Sagan. El eslovaco asciende flotando al igual que las jolie femmes al margen del resto. Tras un numeroso grupo que pedalea con dificultad y la cara rota de esfuerzo el avanza de pie sobre sus pedales con la media sonrisa de quien la está gozando. Se sabe el más querido y respetado del pelotón y lejos de amancebarse va rumiando la próxima fechoría que deleite al personal. Y así avanza Sagan, vestido de campeón del mundo, con todos y cada uno de los que allí estamos ofreciéndole el mayor de nuestros aplausos. A ese auténtico gigante de las dos ruedas que honra al deporte más bonito del mundo cada vez que da una puñetera pedalada. ¡Qué grande eres!





16. Otra vez, por si no ha quedado claro. Sagan. Grandioso.

17. Coger moreno cangrejo. Tras ocho horas al sol dando vueltas en un puerto de montaña lo más seguro es que se coja un sonrosado color de piel por mucha crema solar que se unte. La bajada hasta Azet se hace practicamente en solitario porque los que estaban a esa altura de puerto o se quedan un rato en la caravana o bajan para el otro lado. Cuando llegas a Azet no queda ni la abuela ni la nieta ni casi coches y los gendarmes están plegando. La emoción de encontrar la fuente de la plaza del pueblo te lleva a dejar a la pobre Marion abandonada allí mismo. Pobre Marion.

18. Ir al Carrefour de Saint Lary. Porque como ya se ha comentado la France es un país maravilloso, al que algunos cafres se intentan cargar, en el que se pueden adquirir productos excepcionales. Tras descender el puerto acudimos al hipermercado a llenar el maletero de sidra, patés y queso pero el aparcamiento está atestado y no hay un hueco. Debemos abortar el intento y aunque se plantea la opción de acercarnos a Guchan a ver a la panadera malcarada (en próximas entregas quizás se hable de esta señora) al final decidimos dar por concluida la visita y regresar a casa. Au revoir.

19. Hacer hambre para acudir a la cena que pagaste hace meses junto a la inscripción de una carrera que no te ha apetecido correr. Llegas a casa con un hambre feroz, te duchas, te cambias y acudes a Estadilla a reunirte con el Enano, Lemus, Morcate, Juanito, Magda y Fernandito para cenar mayonesa con olivas y pasta de primero y brasada de segundo. Cerveza a espuertas antes, durante y después. Ves a Templario liarla parda en el escenario donde una orquesta ameniza la velada, lanzándose a las masas como si fuera Axl Rose para más tarde coger el tablón de anuncios con los resultados de la trail y tras pasearlo por media plaza plantarse otra vez encima del escenario con él. Acojonante, oiga.
Y como traca final acudir a la verbena de las fiestas del barrio de San Fermín a desorinarse ya por completo viendo las evoluciones al pie del escenario de un buen puñado de cromos dorados bailando al son de la verbena con ritmos acompasados que alegran el alma y reconfortan el corazón. El clímax se alcanza cuando el cantante, motivado por la mirada de pavor de la moza que toca el órgano, espanta con el palo del micrófono a los pumukis que intentan tomar el escenario al más puro estilo templario.


20. Quedar vía twitter con Marion para la próxima ocasión. Coger las fotos del día, en especial las del Marion Rousse fan club del Somontano, y enviarlas a la interfecta vía twitter. La señora del excelente ciclista galo Tony Gallopin, exciclista profesional y ahora comentarista para la cadena televisiva Eurosport se lo tomó con humor y he aquí la prueba de la intensa relación epistolar mantenida entre Marion y Héctor. Por lo menos la moza se lo ha tomado con humor. Quien sabe si al año que viene la foto la hacemos con la Marion de carne y hueso (y los ciclista ya si eso que hagan lo que les dé la real gana).

2 comentarios:

  1. Por las fotos y lo que leo, estabais justo delante mio jajaja cerca de los abuelos de Cochonou

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    1. Vaya, pues el paso de la caravana y de los ciclistas lo vimos a menos de medio kilómetro de cima. Me acuerdo de pasar delante de los abuelos de Cochonou en nuestro periplo desde Azet hasta el bar pero no de dónde estaban exactamente

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