jueves, 30 de octubre de 2014

Sagas de Islandia (V): Piscinas, ballenas, fiordos y las zagalas de Akureyri


Miércoles 21 de agosto. Despertamos en Höfn después de otra noche de dormir como troncos, en Islandia no existe el insomnio ni el despertar a media noche. Esta vez me ha tocado dormir en el altillo, encima de la cabina del conductor, en la especie de joroba que tiene la autocaravana. A pesar de que la altura del habitáculo es muy pequeña y apenas se puede estar allí sentado, las otras dos dimensiones son amplias y se descansa muy bien y con las piernas bien estiradas. Desayunamos a base de leche y skyr y nos ponemos en camino.

Nos encontramos en la esquina sudeste de la isla y debemos remontar toda la costa este que básicamente está conformada por fiordos para llegar lo más cerca posible del lago Mývatn. Algunos tenemos dudas al respecto y pensamos que es posible que tengamos que hacer noche en algún lugar intermedio pero Lemus es un tío tenaz y se ha propuesto conducir la caravana hasta allí.



La mañana es fría y el cielo está encapotado. Además nos acercamos a una de las zonas ventosas del país por lo que ponerse cuanto antes en camino es lo mejor y sobre las 8 de la mañana parte la expedición. Los primeros kilómetros hasta Djúpivogur son de trámite. La costa es bonita pero después de un rato se hace algo monótona. Por suerte Inés nos ha recomendado un sitio cercano a esta localidad en el que hacer una pequeña parada.

Volviendo sobre nuestros pasos, en el tercer camino a mano izquierda desde Djúpivogur hay uno de los denominados hotsprings que no son sino unas pequeñas piscinas habilitadas por y para los lugareños. No se trata más que de contenedores, arcones o cualquier recipiente plástico o metálico que se pueda imaginar y que tenga unas dimensiones aproximadas de 1 metro de alto por 1 metro de ancho por 3 metros de largo, conectado a una tubería que recoja el agua de la surgencia más cercana. Ni qué decir tiene que el baño es libre y gratuito.



En nuestro caso el abrevadero en cuestión no saca muy buena pinta y el agua está ardiendo. Quizás a 50º C ó así. En el exterior hace frío, sopla el viento y chispea así es que sólo Nacho y Lemus se atreven a bañarse allí y luego regresar caminando a la autocaravana que hemos dejado aparcada como a medio kilómetro. Esas son las contraprestaciones aunque los pros son la magnífica vista que puede contemplarse mirando hacia la costa. Sin embargo estos valientes caballeros se colocaron sentados en dirección contraria de modo que lejos de poder admirar las montañas nevadas sólo ven la carretera y a Toño y a mí riéndonos de las caras de sufrimiento que ponen debido a la elevada temperatura del agua y haciendo conjeturas varias acerca del uso que dan las ovejas del lugar al abrevadero-pichadero en cuestión.



Desde allí hasta Egilsstaðir hay muchos kilómetros, mucha curva y subebaja y algún que otro fiordo interesante. No llegamos a adentrarnos en la zona más bonita de Seyðisfjörður ya que suponía un buen tramo de carretera y la certeza de pasar allí casi todo el día así es que decidimos acortar por el interior haciendo uso del túnel que lleva hasta Egilsstaðir. Entre medias pudimos ver y admirar montañas nevadas, pueblos de pescadores y hasta una fundición de aluminio, curiosas formaciones geológicas con todos sus estratos rocosos a la vista dando la apariencia de ser cuidadosas hileras de bloques de piedra como si de pirámides construidas por el hombre se tratasen. Y una casi permanente sensación de soledad por carreteras apenas transitadas.







En Egilsstaðir aprovechamos para comprar, comer y estirar las piernas. Aparentemente se trata de otro pueblo como los descritos en otros capítulos, sin nada de especial. Si lo tiene pues no lo vimos ya que no pasamos del supermercado de turno y la cafetería-hamburguesería de la que ya comenzábamos a estar cansados. El supermercado cuenta con sección de frutas y verduras habilitada incluso con humidificadores. Disponen de plátano de Ecuador y uva de Murcia.



La sección de skyr es impresionante. De diversos sabores y tamaños, mercamos una cantidad importante de este producto que nos tiene enamorados. No hace ni un día que compramos en Höfn pero es que lo vamos devorando todo el rato. Además acontece un hecho bien curioso que yo al menos no he visto en ningún otro lugar. Al ir cogiendo productos de las estanterías automáticamente una cortina situada por detrás de la misma se descorre y aparece la mano de un señor o una señora reponiendo al instante el producto que nosotros cogemos. 




También venden souvenirs, juguetes, jerseys... un supermercado en Islandia tiene de todo. Además este en concreto de Egilsstaðir cuenta con el honor de disponer de las cajeras más grandes de todas las que vemos en el viaje. Uno se imagina uno de esos monjes irlandeses rollizos destinados por la divina providencia a evangelizar a aquellos vikingos, primeros pobladores del país, colgando los hábitos y desposando a una de esas noruegas fuertotas. Y teniendo niños sanotes y fuertecitos que son los tataratatarabuelos de estas cajeras con una complexión física espectacularmente grande. Y tranquilas como ellas solas. 

Contemplar como pasan por caja ocho imanes de nevera, todos con el mismo precio, uno a uno en lugar de pasar el primero y realizar la operación pertinente en la caja registradora multiplicando por ocho. En Islandia no hay estrés. ¿Hay que pasar ocho productos iguales por caja? Pues se pasan uno a uno y la gente de la cola que espere. Si no fuera porque la moza era pelirroja, me sacaba cuatro dedos de altura y posiblemente 30 kilos de peso y afuera en la calle había 8º C y llovía, uno pensaría que se hallaba en el Caribe.

Una vez deglutida la ración de hamburguesa diaria salimos hacia Mývatn mientras poco a poco el cielo se va desencapotando si bien esto último es una ilusión. El viaje continúa con los cielos cubiertos y con ratos de lluvia mientras Nacho conduce y yo hago de copiloto. Hemos dejado la costa y avanzamos por una parte algo elevada del país. Hace frío y sopla el viento, a veces da la sensación de estar en tierras escocesas por las montañas verdes que se van atravesando entre la lluvia.



Pero a los pocos kilómetros el verdor desaparece y todo lo que alcanza la vista es una auténtica desolación en un paisaje auténticamente lunar. Todo es gris, ocre o marrón. De un color terroso en el que no se aprecia nada de vida, sólo piedras y arena. Ni qué decir tiene que tampoco se ve rastro de civilización. Ni pueblos ni aldeas, si acaso algún desvío a alguna granja perdida o pistas que se pierden hacia el interior salvaje de la isla.




Como contrapunto, en la autocaravana suena en bucle un disco de los Toreros Muertos. La selección musical es, por así decirlo, ecléctica. Durante el viaje hemos disfrutado de los Gipsy Kings, Fabio McNamara, el Juampa... y lo peor está por venir.
Pero ahora toca Pablito Carbonell y sus secuaces los cuales contrastan con todo lo que nos rodea mientras nos adentramos en el Norte del país.


Dejamos a mano derecha el desvío a las cascadas de Dettifoss mientras aprovecho para llamar a casa ya que están de cumpleaños. Mi hermano Jesús me comenta que ha salido por el telediario una noticia de un volcán que está a punto de entrar en erupción. Le digo que hemos oído algo pero que no debe de ser grave mientras él sigue comentando que en España la noticia sale por todas partes y que al parecer la erupción es inminente. Pienso en las cajeras del supermercado y su ritmo caribeño, en el estrés que arrastra todo el país, en la tensión que se respira en el ambiente y les digo que no se preocupen que me parece a mí que o exageran en España o en Islandia están muy acostumbrados a estos desastres naturales.

Un par de días después nos enteramos que justo en ese momento, mientras pasábamos por el desvío a las cascadas, debían estar cortando esos accesos puesto que el volcán que iba a reventar supuestamente iba a fundir hielo provocando riadas e incluso la desaparición de esas cascadas. Y nosotros circulando por allí tan tranquilos escuchando "Mi agüita amarilla" sin ver ni un coche de policía, ni ambulancias, ni nada que recordase remotamente a evacuaciones o sensación de peligro. Ritmo caribeño y estrés absoluto.

Llegamos a la zona de Krafla y tomamos el desvío a la central geotérmica pasando por carretera que asciende al cráter de Viti. Llueve un poquito pero además parece como si hubiese niebla. ¿Niebla? ¡No! son solfataras que surgen de la tierra. Hay auténticas nubes de vapor a ras de suelo, a lo largo de las tuberías que bajan de la montaña hacia la central, en las chimeneas de la propia central y en definitiva en todas partes. La tierra echa humo, tal cual.



Subimos a Viti, un cráter de aproximadamente 1 km de circunferencia y que tiene un lago en su interior. A pesar de que se puede caminar alrededor de todo el borde del cráter tan sólo damos un cuarto de vuelta porque hace muchísimo frío ahí arriba. La mera acción de sacar fotos provoca que las manos "ardan" por la mezcla de la fría lluvia y el viento así es que vamos a refugiarnos al coche y descendemos hacia la zona de los lodos hirvientes en la cual a pesar de estar a tan sólo unos 4 km de distancia hay una temperatura mucho más soportable.



Al fondo hay una montaña de tono ocre de la cual surgen nubecillas. Huele a azufre si bien es tanto más soportable cuanto más alejado se mantenga uno de las columnas de vapor que surgen desperdigadas por el suelo. Existe un camino para no pisar donde no se debe y poder contemplar los diversos pozos de lodo donde a modo de geyseres pequeñitos, el barro grisáceo borbotea como si de una olla gigante se tratase.









Es un lugar curioso y entretenido para ver aunque las bafaradas a sulfuro que van y vienen obligan a abandonarlo a pesar del espectáculo de los lodos borboteantes. Estamos muy cerca del lago Mývatn, lo hemos conseguido y todavía no son las 19h, pasamos al lado de la montaña ocre humeante y descendemos hacia la zona del lago. A mano derecha aparece una especie de balsa o depósito de agua de la que surgen columnas de vapor y no sólo eso sino que el agua es azul celeste fosforescente.

Y a mano izquierda un cartel que indica la entrada a unas piscinas naturales. Revisamos las guías de viaje y, efectivamente, por allí se va a una especie de Blue Lagoon como el que hay cerca de Reykjavik pero en miniatura. Uno de esos detalles que lees de pasada en las guías o se te escapan directamente, así es que tras repostar en el pueblo que hay en la orilla del lago, Reykjahlíð, volvemos sobre nuestros pasos para provechar la circunstancia de las piscinas y que para nada teníamos previsto.

Toño prefiere quedarse en la autocaravana viendo películas en la tablet así es que Nacho, Lemus y yo enfilamos hacia la piscina. Nada más entrar, una cola de italianos esperando para entrar. Si hay tanta gente es que deben de estar bien. Por medio de la cola cruza un chino en bañador y una cerveza en cada mano dirigiéndose desde el bar hasta la piscina. Pasa el grupo de italianos y al fin nos toca pagar. 3500 ISK por barba, 20 eureles, 700 duros.

Entras a unos vestuarios impolutos y aparte de despelotarte y dejar tus cosas en la taquilla es obligatorio ducharse. Pero no como los gatos sino con bien de jabón y haciendo especial hincapié en las zonas donde hay que frotar bien como así indican varios carteles. Una vez te has duchado bien y te has puesto el bañador sales para fuera a la piscina que por si alguien lo dudaba se encuentra al aire libre.

Un bonito termómetro indica que la temperatura es de 12 ºC así es que los diez metros que separan la puerta del vestuario al agua se hacen a la carrera mientras se busca un hueco para dejar las chanclas. Por unas escaleras se accede al agua y esta te va cubriendo los pies, luego las patas, la zona de peligro, la barriga y todo el cuerpo. Y entonces estás en la gloria. La temperatura del agua debe de ser, como mínimo, de unos 38 ºC. Hay que desplazarse por la piscina en cuclillas o de rodillas ya que esta no cubre más así es que si uno quiere que el agua le cubra hasta el cuello pues tiene que ir así agachado.



El agua es de color azul fosforito, es más densa de lo habitual, ligeramente dulzona y la primera sensación al meterse es como si el cuerpo quedase cubierto por algún tipo de sustancia oleaginosa aunque luego ya se pasa. El suelo es de piedrecilla, mullido y de color negro aunque éste no se ve. El color se descubre cogiendo las piedras y sacándolas a la superficie. El color azul es tan intenso que no sólo no se ve el suelo sino que no se ve nada que esté dos dedos por debajo de la superficie.

Hay una punta de la piscina donde el agua supuestamente sale hirviendo o así lo indica un cartel, lo cierto es conforme uno se acerca hacia ese lugar la temperatura aumenta y sale más vapor. Hay grupos de italianos, una en concreto se ha metido en el agua con el teléfono y se dedica a charrar ahí en medio en plan divina de la muerte. También hay rusos y algunos españoles. Muchos te suenan, porque los has visto en el aeropuerto, o en Geysir, o en Gullfoss, o en Höfn. Islandia es tan pequeña que acabas cruzándote siempre con los mismos turistas (o con los mismos lugareños, aunque no adelantemos acontecimientos).

En realidad, lo que ocurre es que el mundo es un pañuelo y si no de muestra un botón. De repente noto como se mira una morena. Debe de ser española, es lo primero que pienso. Hemos soltado alguna animalada a voz en grito en medio de una señora rusa o eslava y su hija que no se enteran de nada y la española nos ha oído, es lo segundo que pienso. La miro otra vez, esta tía me suena, es lo tercero que pienso. Mientras desvío la mirada para seguir pensando qué está pasando los acontecimientos se precipitan y escucho como la chica morena comienza a decir en voz alta: "no puede ser, no me lo puedo creer, ¡Lemus, Lacoma!".

Nos giramos, vaya ya sé de que la conozco. Elena, una amiga de mis amigos Ms & Mr Trendy y que de vez en cuando venía por el piso de estudiantes que teníamos en la época de la universidad, además de compañera de clase de Lemus. Y allí está con su marido, su hermano y su cuñada dando la vuelta a la isla igual que nosotros. Besos y abrazos, la gente de la piscina alucina. Resulta que nosotros estamos dando la vuelta en sentido antihorario y ellos en sentido horario. Ellos también en autocaravana, como nosotros. De hecho hablando, hablando resulta que intentaron reservar el mismo tipo de caravana y los mismos días que nosotros y ya estaba cogida. La teníamos nosotros. Y nos tenemos que encontrar en una piscina a la que al menos nosotros hemos llegado de chiripa. Surrealista.

Tras una hora y pico muy entretenida charrando de todo un poco nos acordamos del pobre Toño que debe de estar aburrido en la autocaravana y tras despedirnos e intercambiar información acerca de lo que cada uno ha visto del país y que les queda a los otros por ver, salimos del agua antes de que los sulfuros nos devoren la piel. De vuelta a los vestuarios otra ducha (esta ya no es obligatoria pero si no quieres que el pelo se te quede tieso como si te hubieses hecho una cresta con jabón Lagarto, es necesaria) y vuelta a la autocaravana la cual está rodeada de pequeñas solfataras que surgen alrededor del aparcamiento.

Toño está más bien que quieras y ni se ha percatado de nuestra prolongada ausencia. Eso sí, nos indica que deberíamos buscar un lugar donde pasar la noche en el cual haya asfalto o similar ya que aparcar el vehículo sobre tierra puede deparar sorpresas. Por el tema de las columnas de vapor y demás. Así es que bajamos al pueblo a orillas del lago y allí aparcamos en una de las calles para pasar la noche.

Cenamos fabada que nos trajimos de España, embutido islandés y algún valiente se atreve con el bacalao desecado que hemos comprado en el súper y que saca pintas de estar más seco que la mojama. Aparte, unos supuestos bollos de canela adquiridos por Lemus y que no son sino minipizzas para calentar en el horno y que el insiste que pueden ser comidas así, en crudo. Como se puede comprobar llevamos una alimentación muy equilibrada. Menos mal del skyr, el kilo de bolas de queso, las uvas de Murcia y la cerveza Tuborg capada a 2º porque si no a lo mejor morimos de inanición.





Jueves, 22 de agosto. Hoy hay que llegar hasta Akureyri, o más allá. De hecho la idea general es llegar más allá puesto que el viernes hay que estar en Reykjavik. Yo me mantengo en mis trece de hacer noche en Akureyri, quien sabe si porque lo he leído en blogs, en las guías de viaje o por inspiración divina. Alguno se me mirar raro, como si todo lo que hubiera que ver ya estuviese visto y tan sólo restase ir de fiesta a la capital pero por alguna extraña razón yo quiero parar en la ciudad más importante del Norte y que no es más grande que Barbastro. 



Con esta idea partimos hacia el lago Myvatn. No tenemos una idea muy precisa de qué ver, o mejor dicho no tenemos una idea muy precisa de qué es prescindible. Finalmente optamos por la parte quizá más prescindible aunque, bueno, todo no podía ser perfecto. Contemplamos unas vistas generales del lago, con sus pseudocráteres que surgen del agua como pequeños promontorios cubiertos de vegetación. En la orilla, en la parte oriental hay una serie de caminos por los que caminar entre unas formaciones rocosas con forma de chimenea surgidas de manera parecida a los pseudocráteres del agua.





Por entre los agujeros que no son sino la marca dejada por gigantescas burbujas surgidas mientras este material afloraba desde las profundidades de la tierra, aprovechamos para sacar bastantes fotos haciendo poses artísticas. Lo de poses y lo de artísticas es un decir. Más paseos entre las chimeneas y los árboles de los que surgen algunos pajaricos y vuelta a la cafetería del lugar para desayunar tarta de queso. Otra cosa no, pero los postres son deliciosos. Y allí nos volvemos a encontrar con Elena y familia con los cuales decidimos de común acuerdo, y entre risas, no volver a cruzarnos en lo que resta de viaje. Vosotros hacia el Este y nosotros hacia el Oeste.





Al enfilar hacia Húsavík cometemos otra equivocación ya que lugar de coger la carretera que rodea el lago nos vamos directos hacia el norte y además a través de una carretera de grava. Nos dejamos de ver la mitad oriental de Mývatn y además nos toca carretera mala. Siguiente destino, las ballenas de Húsavík.



Húsavík es un pueblo pequeñito como de juguete. La iglesia de hecho parece que sea de Playmobil. Pero es bonito. La bahía de Skjálfandi se extiende ante él y enfrente las montañas nevadas. En medio, en las aguas, multitud de cetáceos pueblan el lugar así es que durante los cuatro o cinco meses que el pueblo permanece conectado al resto del mundo se dedican a organizar tours de avistamiento de ballenas. El resto del año, en palabras de Kristjan, el dicharachero guía de nuestro barco, se pasa estudiando o leyendo, en el bar o encerrado en casa esperando a que la oscuridad y las nieves se disipen y den paso a otro verano.




Embarcamos en el Knörrinn, al parecer el barco decano del país en este tipo de menesteres. Fabricado a mitad de siglo XX en los astilleros de Akureyri para servir como pesquero parece ser que nació con ángel ya que en su primera singladura sobrevivió a una terrible tormenta que se llevó consigo a una decena de pescadores mientras el barquichuelo sobrevivía. Además de protagonizar alguna singladura entre icebergs bastante heroica. Un pitera, vamos. En la década de los noventa es reciclado en Húsavík como barco de entretenimiento y así hasta ahora. Alcanzando un porcentaje del 97% de éxito de avistamiento de cetáceos.



En este aspecto, y aún así considero que las 9000 ISK del viaje estuvieron bien pagadas, me parece que el amigo Kristjan y la patrona del barco cuyo nombre no recuerdo, le echan un poco de cuento al asunto. El barco sale del puerto y enfila todo recto hacia aguas abiertas, como seis o siete kilómetros mar adentro. Una vez allí dicen que van a buscar la senda de los bancos de peces puesto que detrás vendrá alguna ballena a repostar. Digo yo que si el radar localiza bancos de peces más fácil debe de ser localizar al bicho gordo pero bueno, como peliculeta no está mal. Le ponen ganas y generan un poco de intriga y de dolor de barriga.





Surge algún delfín, algún pez gordo hasta que a los tres cuartos de hora de viaje alguien da la voz de aviso de que allá, a lo lejos, ha surgido el chorro de aire acompañado de espuma de mar de un bicho grande respirando. Puede ser uno de los cuarenta compañeros de viaje que van con nosotros en el barco, o alguno de los otros cinco o seis barcos que pululan por la bahía o alguna de las dos zodiacs que realizan la misma faena. Una vez dada la voz de alarma el barco se dirige hacia la zona donde se encuentra la ballena.



Por lo general llega tarde y para cuando lo hace, el cetáceo ya ha hecho sus tres o cuatro inspiraciones y se ha metido de nuevo hacia el fondo pero el lugar sirve de referencia puesto que las ballenas no pueden estar más de once o doce minutos sin salir a la superficie a respirar y además suelen ir en grupos. De manera que tan sólo resta esperar un máximo de diez minutos para que de nuevo salga algo a la superficie. De ahí en adelante se pasa una hora y media más o menos en la que es un no parar ya que estos animales son agradecidos y cumplen la norma del amigo Kristjan a rajatabla.



Lo malo es que una vez te salen a babor y otras a estribor, cuando estás en un lado salen por el otro, te mueves como puedes para tomar una buena foto y entonces cuando te has colocado la patrona del barco lo gira y resulta que la ballena se pone en el costado en el que estabas sentado de buen principio. A la tercera le coges el tranquillo y te dedicas a jugártela a un sólo lado del barco como ves que hace un tío que saca pintas de americano y que no se cantea en todo el viaje.



Realmente no se ve más que la lomera del animal y la cola cuando tras realizar la última inspiración se pone en posición vertical y enfila hacia el fondo del mar pero como espectáculo está bien. El entorno es bonito y el bamboleo del barco si previamente te has empapuzado dos biodraminas es hasta divertido. Eso sí, el sol pega en la cabeza de manera inclemente, corre la brisa del mar y hace fresquete pero lo peor es el sol que a la que te descuidas te pega un viaje que no veas.




Tras ver a unas ocho o diez ballenas se da por finalizada la sesión y el barco se dirige a puerto. Es entonces cuando el amigo Kristjan saca un perolo con chocolate caliente y una bandeja de bollos de canela y se pone a repartir al personal. El chocolate está pagado y bien pagado con las 9000 ISK, 1800 duros del viaje, pero es un buen detalle. Mientras te lo tomas ahí bien calentito al sol te explican las clases de ballena que se han visto, te muestran un bigote de los cientos que pueblan la boca de esos inmensos seres y te desgranan algún detalle más de la fauna de la bahía, así hasta que llegas a puerto y tras 3 horas de viaje te sueltan en la tienda de souvenirs para que les sigas dejando algo más de dinero a esas gentes que en cuestión de tres meses van a estar de nieve hasta las orejas. La ruta del Knörrinn, pinchando aquí.



Comemos en la autocaravana unos sandwiches de queso Ostur, jamón de la marca con símbolos masones y skyr. Al menos no es hamburguesa, algo es algo. Todo ello enfrente de la farmacia-ambulatorio del lugar que no deja de recibir visitas en el rato que estamos allí comiendo. 




Después de comer partimos hacia Goðafoss, que nos pilla de camino hacia Akureyri. No se trata de la cascada más grande ni más espectacular. Sin embargo es famosa porque en ella uno de los primeros señores de aquellas tierras tiró aguas abajo diversas estatuas de antiguos dioses cuando se convirtió al cristianismo. Y el salto en forma semicircular, aunque no muy alto, es bonito de ver. Durante el trayecto hasta allí me he echado una pequeña siesta y mientras estos se acercan a un pequeño saliente de roca desde donde ver la cascada en todo su esplendor, voy dando palos de ciego intentando llegar hasta allí brincando de piedra a través de unas pequeñas charqueras que se interponen entre donde estoy y el mencionado saliente.



Como no lo consigo doy media vuelta y voy detrás de una familia de italianos que va hacia la cabecera del salto a echar unas fotos. Como sólo se trata de caminar para eso no tengo ningún problema y puedo observar el curso de agua, muy parecido al de Gullfoss, aproximándose al salto. Veo que ha llegado un autobús de abueletes y que todos se van directos al saliente rocoso y aprovecho para unirme a los viejetes a ver si siguiéndoles soy capaz de llegar. Y después de muchos esfuerzos lo consigo, voy realmente dormido, aunque cuando llego estos otros ya se han ido.

Me vuelvo a liar de mala manera para volver por el laberinto de piedras y cuando ya estoy decidido a mojarme los petetes aparece otro abuelo y repito la secuencia que ha seguido él previamente para salir de ese infierno. 

Volvemos a la caravana y ponemos rumbo a Akureyri. Lemus se pasa a la parte trasera a dormitar puesto que le duele la cabeza, Toño sigue con su sesión de siesta. Nacho se pone a conducir aunque tampoco va muy bien y yo me pongo de copiloto con un creciente dolor de tripas. La insolación que llevamos cortesía de las tres horas de avistamiento de ballenas es buena. La idea que había pululado a primera hora de la mañana consistente en parar en Akureyri a merendar y luego seguir hasta un punto indeterminado para acercarnos lo máximo posible a Reykjavik se va extinguiendo por causas de fuerza mayor. Se decide de común acuerdo hacer noche en el camping de la capital del Norte, pegarnos una buena ducha, e ir a cenar de restaurante (y a poder ser sin hamburguesas de por medio).

La aproximación a la localidad es espectacular puesto que la carretera discurre por una bahía quedando al otro lado Akureyri. Una vez se ha rodeado toda ella se accede a la ciudad, la cual, como ya se ha dicho, es la segunda en importancia del país puesto que es la más grande de toda la región Norte. Con algo más de 15.000 habitantes está enclavada entre el mar y la montaña y en sus calles en cuesta se encuentra, posiblemente, el jardín botánico más septentrional del mundo.



Vemos por primera vez en varios días más de dos carriles en la carretera y hasta semáforos, con forma de corazón además, y tras dar algún rodeo llegamos al camping donde tras estirar las patas media hora parece que nos vamos recuperando poco a poco de nuestros males. Lemus y Toño proponen ir a echar cervezas por el pueblo antes de cenar sin embargo Nacho y yo hemos reparado en que la piscina municipal está en la calle paralela al camping así es que decidimos dividirnos.






El comando cervecero acude al Jardín Botánico y se pasea por las calles escalonadas del pueblo. El comando piscinero acude al Sundlaug Akureyriar, como es lo que viví es lo que narraré. La piscina municipal de este recóndito lugar tiene sus similitudes y sus diferencias con la piscina municipal de, por ejemplo, nuestro querido pueblo.

Se trata de una piscina al aire libre, y dispone de abonos y entradas de día. Tiene toboganes y una piscina para nadar. Posiblemente ahí terminen las similitudes así es que empecemos por el principio. Nachete y yo entramos al recinto y que, como suele ser habitual en ese país, aparte de estar hecho con gusto está impoluto. Una amable señorita nos vende las entradas al increíble precio de 550 ISK. La primera impresión es que con lo caro que es el país, manda huevos que la entrada de la piscina valga menos que en España.



Entramos a los vestuarios de los Karlar, esto es de los Hombres, vestuario que se halla sin mácula. De nuevo como el día anterior hay que ducharse con agua y jabón antes de acceder al recinto. A diferencia de en las piscinas del día anterior somos seguramente los únicos extranjeros del lugar. Los señores islandeses miran un poco extrañados ya que cantamos bastante. Somos los más morenos del lugar pero con mucha diferencia. Tras las friegas enfilamos para fuera.

Cual es nuestra sorpresa que la piscina se adentra en el vestuario. Como esta piscina está abierta todo el año, repito, esta piscina al aire libre está abierta todo el año, han pensado que quizá sea buena idea meterse en el agua caliente antes de salir al exterior. Porque sí, el agua está caliente, muy caliente. Lo de no tener que pagar calefacción porque sale tal cual de la tierra es lo que tiene.

Salimos fuera y vemos varios vasos de piscina. Unos son más profundos y otros más pequeños. Las temperaturas del agua oscilan entre los 36º C y los 42º C según rezan los carteles. Parece haber una poceta con agua fría y que no nos atrevemos a probar y una sauna a la que sí entraremos. No hay césped aunque estos tienen excusa (cómo van a poner césped allí si la mitad del año estaría cubierto de nieve) aunque el suelo es de tartán. Blandito y confortable es una gozada caminar sobre él.

El tobogán es de los que están cubiertos y giran sobre sí mismos en espiral, accediendo a la entrada por unas escaleras de caracol. Tiene hasta un semáforo para evitar accidentes y por dentro el agua está calentita. A sus pies hay una zona de chorros que caen justo en la espalda mientras uno se sienta sobre el tartán. Ahí nos pegamos con Nacho al menos un cuarto de hora mientras a dos metros una parejeta se nos mira un poco con cara de susto, primero porque hablamos raro y segundo porque le estamos viendo todo el culo a la zagala que está tumbada boca abajo. Como nosotros no estamos por la labor de movernos al final la parejeta de islandeses, muy educados ellos, deciden marcharse a la piscina de nadar.

Se oyen unos gritos allá a lo lejos que quebrantan la paz del lugar. En el tobogán. En concreto se escucha "esto está de puta madre". Un matrimonio de españoles que nos hemos encontrado ya un par de días y que nos ayudan a no ser los únicos elementos exóticos del lugar. Aunque eso no evita que cuando llegues al jacuzzi las conversaciones de los lugareños cesen y se dediquen a mirarte por el rabillo del ojo al mismo tiempo que un grupo de zagaletas, las Konur, de quince años se ríen de nosotros. No sé qué les hace tanta gracia, si la marca moreno paleta de ir en bicicleta, que vamos sin afeitar desde hace cinco días y parecemos pordioseros, mi enorme narizota cruce de todas las razas que han pasado por la península ibérica totalmente diferente a sus arias facciones, la coleta de Nacho o nuestras pintas de norteafricanos-sudeuropeos.

Tras recorrer todas las piscinas decidimos dar por finalizada la visita al Sundlaug Akureyriar. Si surrealista es salir de la piscina de verano y vestirse con botas, vaqueros largos, camiseta, forro y chambergo para ir a la calle más lo es el encontrarse con un cartel en la puerta de la piscina que indica la distancia al Círculo Polar: 97 km. Con Nacho no podemos por más que reirnos de semejante circunstancia.



Vamos a reencontrarnos con Toño y Lemus a través de la calle que baja hacia el centro del pueblo. Pasamos junto a la iglesia principal y dejamos a mano izquierda un edificio con símbolos masones y estrellas judías que todavía no hemos sabido desentrañar a qué culto o asociación está dedicado. Hablando de masones, no son los únicos símbolos que vimos a lo largo del viaje ya que aparte de graffitis de pirámides masónicas en la propia Akureyri, el envoltorio del jamón york de los supermercados Netto llevan estos símbolillos. Islandia es así.




Llegamos a la calle principal la cual está plagada de comercios alguno de ellos similar en cuanto estilo a la iglesia de Husavik y tras una ardua deliberación decidimos ir a cenar al restaurante Bautinn.

El mencionado restaurante ofrece una carta sencilla aunque resultona. Un primero de buffet libre a base de pasta, arroz o ensalada, unas perolas de sopa para que la gente se sirva a discreción y un segundo plato a elegir. En un comedor acristalado situado en chaflán con vistas a la calle principal van sentando a los comensales y a juzgar por la clientela compuesta por yankis, asiáticos o árabes parece que no hemos hecho mala elección.

Los árabes se decantan por el cordero y casi el resto del mundo mundial por el plato estrella: la ballena. Las camareras, que aparte de rubísimas y guapísimas saben latín, se aprestan a retirar los platos del buffet para que uno no se cebe demasiado y pase directamente al segundo plato. En otras circunstancias se les hubiera echado en cara este gesto de pillería. Tras la deficiente alimentación que llevamos durante toda la semana, el plato de sopa y el de arroz ha obrado maravillas y no nos hace falta repetir. Además cuando una moza tan guapa te retira el plato te callas y punto. Los hombres somos así de simples.




Los cuatro que estamos allí sentados pedimos ballena además de cerveza nacional Einstök. La cerveza, para qué engañarnos, no es muy buena. La ballena, pues tampoco. Pero después de haber ido tirando de hamburguesas (que por regla general estaban muy buenas), embutido y comida enlatada, un trozo de carne con salsa, patata, un poco de ensalada y demás se agradece. La ballena sabe a atún o a bonito pero tiene la textura un poco tirando a la ternera aunque más fibrosa. Está demasiado especiada y hay que ayudarse de la patata y de las salsas de arándanos y barbacoa para ir pasándola. He comido cosas mejores. El postre a base de tarta de queso está bastante mejor, son unos grandes reposteros en este país.

Al final salimos un tanto desilusionados por el plato de ballena porque no nos ha gustado mucho, pero nos ha encantado todo lo demás. Es más, con ese nivel de camareras podrían dar de comer aliagas y la gente saldría contenta igual, al menos en cuanto a la clientela masculina se refiere. Creo que pagamos unas 4500 ISK por cabeza, 27 eureles, 700 duros. Bien pagados están.




Nos vamos a echar una cerveza por el pueblo y caemos en el Café Amour, así se llama el garito. Lo que reza el cartel de la entrada con lo que encuentras luego dentro no tiene mucho que ver pero bueno. Básicamente es como si al traspasar las puertas sufrieses un viaje astral a alguna localidad del pirineo oscense. Las mesas están atestadas de zagales y zagalas, karlar y konur, de unos veinte años para abajo. Los karlar vestidos con chaquetas de cazador o con ropa anchota y gorras de skater. O una mezcla de ambas vestimentas. Las konur bien vestidas y arregladas. La barra regentada por un señor que se parece a Irvine Welsh y que por un micrófono va haciendo preguntas de una especie de Trivial para que los zagaletes se entretengan. El premio del que gane será empifolarse (más). No hay que saber islandés para entender eso.

En la barra hay una ruleta de la suerte. Las zagalas acuden a Irvine Welsh y le pagan por una tirada a la ruleta. Tiene el "tire otra vez", el "lo sentimos", y el "ha ganado cinco chupitos". La gente tira y tira y bebe como animales. Y gritan y montan una escandalera de dios es cristo. ¿Estos son los hijos y los nietos de los viejales de la piscina que no levantan la voz ni lo más mínimo? No puede ser. Para que no se nos vaya de las manos decidimos dejar lo de la ruleta para otra ocasión y sacar unas cervezas Viking. 1000 ISK por cabeza, 6 euros, un billete verde de las antiguas pesetas.

Los zagales de la gorra de beisbol (que podría ser de Copaga o Agroseguro si el bar estuviese en Aínsa en lugar de en Akureyri) se empiezan a rutir a base de bien mientras se zumban varios litros de cerveza en un mini barril portátil. Rutido va, eructo viene. Al lado las mozas, tan finas ellas, intentando conversar. Y no son ni las 12 de la noche. Decididamente son unas gentes bien curiosas estos habitantes del Norte.

Lemus se va a dormir porque le duele aún la cabeza y el trío lalalá nos vamos a otro garito por cambiar. Nos vamos al polo opuesto. Un local de estos todo forrado de madera ubicado en semisótano con música en directo. Pasamos de ser los más mayores del bar (con permiso del dueño) a ser los más jóvenes. Un grupo está tocando, sentados en sillas, interpretando folklore islandés que por momentos se parece bastante al irlandés. La clientela, sentada,  también es curiosa. Un yayo el cual dudamos que vea, si es invidente o va ciego ya es otra cuestión, al que acompaña la hija o la nuera y que se emociona sobremanera con la interpretación de los músicos. A su lado el que podría ser su hijo y que lleva una toña importante. Baila como un poseso los acordes de las canciones que sin duda reconfortan y alegran su corazón, pero baila sólo con la cabeza. Pega unas capuzadas de espanto. Al borde del desnucamiento.

Y luego el típico borracho del pueblo que pulula de mesa en mesa intentando hacer amigos. Cuando al fin llega a la nuestra es el momento de levantar el vuelo, volvemos al Café Amour pero ya han cerrado. De cómo semejante horda de gremlins ha podido ser disuelta e Irvine Welsh ha cerrado el bar no tenemos ni idea pero tras contemplar el follón que tenía allí montado hace una hora parece cosa de extraterrestres.

Los extraterrestres, por cierto, están relacionados con Akureyri ya que circulan vídeos en youtube en los que se ve descender una bola de luz desde el cielo hasta el centro del pueblo. Explicaría algunas cosas.

Marchando al camping debido a que los bares estaban cerrados no vimos ovnis pero sí un conato de aurora boreal. La mejor época para verlas es el invierno aunque a finales de agosto ya se puede empezar a ver alguna. Pues nosotros vimos una, muy pequeñita pero la vimos. No era más que una especie de mancha blanca en el cielo, como una nube alargada o la estela de un avión. La vía láctea no era puesto que la mancha estaba mucho más concentrada, además de buenas a primeras tras verla durante unos minutos, desapareció y de golpe volvió a aparecer en dirección perpendicular a la inicial.

Al preguntar a la recepcionista del camping nos miró extrañada y como si estuviésemos locos. Posiblemente el aspecto de Toño la desconcertó o estaba medio dormida. Al día siguiente nos confirmaron que lo que habíamos visto sí era una aurora pero eso ya sería al día siguiente. Ahora tocaba dormir después de haber pasado una tarde-noche memorable en Akureyri y prepararnos para el fin de fiesta en Reykjavik.

Y en el próximo capítulo... Desmadre en Reykjavik: tercio maratón, una tarde en el museo y nuestro amigo Arnold.


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