martes, 14 de octubre de 2014

Sagas de Islandia (IV): Glaciares, icebergs y un kilo de bolas de queso


Martes, 19 de agosto. Abro los ojos. A pesar de haber estrenado la cama que resulta de desmontar una de las mesas del centro de la autocaravana y poner tres cojines en su lugar, una cama demasiado pequeña para mis piernas, he dormido como un tronco. La luz se cuela por el parabrisas que queda justo en frente. Hay un sol como si fueran las 10 de la mañana en España, pero en realidad son en torno a las 7 lo cual es una muy buena noticia ya que hemos descansado y tenemos todo el día por delante.


La noche anterior se veía lo justo como para no llevárnoslo por delante pero el caso es que estamos aparcados junto a un pequeño merendero así es que aprovechamos para desayunar allí fuera. Hace frío pero el sol calienta, se está muy bien allí sentados. Es un desayuno frugal y mucho más rápido que el del día anterior pero aún así quedamos encantados con la leche islandesa que nos ha traído Inés y que nada tiene que ver con la de España, que por otra parte hace años que desterré de mi dieta puesto que me provoca mal de tripa, además también tenemos galletas de la zona. Son como esas que tienen pepitas de chocolate pero más grandes y esponjosas, son deliciosas.

Desde allí nos desplazamos hasta la cercana playa de Dyrhólaey, de hecho hemos dormido en uno de sus entraderos, y se puede decir que somos los primeros visitantes del día. Es un sitio alucinante como sacado de las novelas de "Juego de Tronos", de hecho parece bastante probable que el insigne George R. Martin debió de pasar una buena temporada en Islandia documentándose para escribir su particular saga. Autor con el que me siento identificado puesto que él se propuso escribir seis libros de su "Canción de hielo y fuego" y yo seis capítulos de Sagas de Islandia. Él es muy descriptivo en sus prólogos acerca de lo mucho que le ha costado acabar cada libro, y a mí me empieza a pasar lo mismo con estas sagas. Pero las acabaré.

Al Norte se alza el glaciar Mýrdalsjökull, el cual parece una montaña cubierta por azúcar glasé o helado. Bajo ese manto de hielo se esconde el volcán Katla, uno de los volcanes más activos y potentes del país, un lobo con piel de cordero puesto que nadie se imaginaría que debajo de esa blanca capa se puede desencadenar un infierno. Una verdadera canción de hielo y fuego. 


Al Sur, la playa. De un color grisáceo, casi negro, compuesta por piedras redondeadas del tamaño de peladillas. Salió un día despejado, sin nubes y un sol radiante. Posiblemente en un día lluvioso la playa parezca la mismísima morada de Lord Greyjoy, señor de las Islas del Hierro. Así y todo el paisaje resulta espectacular. El blanco del glaciar de fondo, el azul del cielo y del mar, el negro de la playa y el verde de los acantilados forman una mezcla difícil de olvidar. Las fotos no le hacen justicia.








Nos desplazamos hacia la playa vecina de Reynisfjara, la cual se encuentra cerca de los dientes rocosos que sobresalen del mar y que se ven a lo lejos desde lo alto del acantilado. En esta segunda playa hay multitud de frailecillos volando por el cielo. Estos pájaros de aspecto simpático con una cabeza hiperdesarrollada en relación a su cuerpo, tamaño similar a un pollo, con pico y patas rojas y plumaje blanco y negro al estilo de los pingüinos, tiene copada toda una ladera de una pequeña y verde colina en cuya base hay unas extrañas columnas basálticas que enmarcan una pequeña cueva. Además, en la pendiente según se adentra hacia el interior de la isla se ven grupos de ovejas. Ovejas que siempre o casi siempre van de tres en tres.







La cueva antes mencionada aparece en la parte final de la película "Noé" de Darren Aronofsky, así como el conjunto de la playa. Creo que no destriparé el final de la cinta si cuento que el arca de Noé termina varada en una montaña. Pues bien, la montaña de la película está ubicada en esta playa. Así como la montaña en la que pastan las ovejas que se utilizó para otras localizaciones del film, como por ejemplo el lugar donde habita el abuelo de Noé, Matusalén. En la realidad por allí hay unos wc que sí, son de pago, pero aparte de estar como los chorros del oro tienen la última tecnología en cuanto a báteres se refiere. 

Resulta un contraste muy extraño contemplar las ovejas pastando en las verdes y empinadas laderas y que de repente estas pendientes mueran en la playa. Inés y Nacho trepan por las columnas de basalto para ver mejor a los frailecillos los cuales pese a que tienen unos movimientos algo torpes son difíciles de fotografiar. De nuevo las fotos no hacen justicia ya que la ladera estaba plagada de estos curiosos seres.

Tras echar un chocolate caliente y una de esas galletas gigantes en la cafetería del lugar, al lado de los báteres del futuro, nos desplazamos pasando por Vik hacia un pueblo con un nombre tan largo como extraño. Este no es otro que Kirkjubæjarklaustur (o Klaustur para los amigos) cuyo impronunciable nombre se podría traducir al castellano como Iglesiagranjaclaustro. Así se las gastan poniendo nombres allá arriba.


En Klaustur había en tiempos un convento con monjas y al parecer estas subían hasta la cabecera del salto de agua que cae en el pueblo para aprovechar las balsas de agua allí presentes y bañarse mientras contemplaban la costa por un lado y el Vatnajökull por el otro. El ascenso se realiza atravesando un pequeño bosque que contrasta con el paisaje de alrededor ya que este no es un país donde abunden los árboles. En primer lugar porque por latitud hay extensiones cubiertas por una especie de tundra y segundo porque los bosques que había en tiempos fueron esquilmados por los primeros pobladores. De algún modo tenían que calentarse... De ahí que los pocos árboles que se logran ver sean de repoblación.

Arriba donde las balsas de agua hace un sol bien bueno. Dan ganas de echarse una cabezada pero una vez más (y las que quedan) vamos con el tiempo justo así es que no hay lugar para este tipo de caprichos. Unas fotos y una visita al proclamado árbol más alto de Islandia, que se encuentra en el bosquecillo de bajada, para llegar de nuevo a Kirkju'stur.




Allí se puede ver uno de tantos vehículos que se acostumbran a usar en esa zona. Una pick up sobredimensionada con ruedas gigantes. A veces además de gigantes están montadas sobre doble eje trasero o como ruedas gemelas (4 ruedas por eje). Eso se debe a que el Invierno es largo y las carreteras y pistas permanecen durante mucho tiempo cubiertas de nieve. Uno se pregunta cómo en esas granjas y aldeas pueden pasar tantos meses prácticamente aislados del resto del mundo. No ya sólo para un tema de suministros sino por el simple hecho de no ver a nadie más y vivir la mayor parte de la jornada envueltos en la oscuridad. Tienen que estar hechos de otra pasta.


Continuamos por la Ring Road, la carretera que bordea todo el país, y nos vamos acercando más y más al inmenso Vatnajökull. La vegetación va desapareciendo al igual que el terreno se va convirtiendo en más llano. Campos de lava o zonas amplísimas donde se han ido depositando cenizas y sedimentos. Zonas tan sólo perturbadas por los ríos que nacen en el glaciar y que están como desparramados, como si no tuviesen un cauce bien definido dando sensación de inestabilidad, de cambio constante.




Las granjas, cuando las hay, se encuentran pegadas a las laderas de las montañas, si las hay, como si salir a campo abierto fuese una temeridad a la vista de esos incontrolables cauces de agua. Todo esto son impresiones que van surgiendo mientras viajamos. Son muchas horas de carretera y aparte de jugar a las cartas, charrar de idioteces, sacar fotos o repasar mapas también da tiempo a elaborar este tipo de teorías.

La mole del glaciar impone respeto, hay un momento en la que la carretera se dirige derecha hacia allí y, es curioso, se hizo el único silencio de todo el viaje dentro de la caravana. De hecho no hay ninguna foto de aquel momento que pudo durar unos cinco o diez minutos durante los cuales sólo veíamos la carretera recta, la nada a los costados y un grandioso montón de hielo al frente. Como si el glaciar nos hubiese hipnotizado. Más tarde la carretera se acerca a las lenguas del glaciar y comienza a bordearlo pero la visión de toda esa masa delante es impactante.


Es en una de esas lenguas donde nos toca decidir. A la izquierda el desvío al parque de Skaftafell con su cascada Svartifoss la cual dejaremos a un lado por culpa del maldito tiempo. Un poco más adelante el desvío por pista a la más cercana lengua de Svinafellsjökull. Una lengua de glaciar no es sino el lugar donde la mole se acerca hacia, en este caso, el litoral. Son por así decirlo los tentáculos del glaciar, aunque lo más apropiado sería denominarlo como un río de hielo, y por donde el glaciar va perdiendo masa en forma de icebergs que se desprenden y caen directamente al mar o a pequeños lagos.


El vértigo me impidió disfrutar más a fondo del lugar. Inés y Lemus en especial saltaban de roca en roca bordeando la cortada que había hacia el lago primero y la lengua después. Pero a mí la pequeña altura que había y la inmensa capa de hielo que tenía delante me mareaba así es que tenía que ir chino chano. En cualquier caso merece la pena ver semejante espectáculo aunque, como ya he dicho, puede abrumar.


Tras visitar el glaciar, parada en una gasolinera a repostar y comer un poco. Hamburguesa, nuestra dieta en Islandia no es lo mejor del viaje. Sin ser mala, se compone de comidas rápidas y a matacaballo pero es lo que hay.

Siguiente destino, Jökullsarlon. Se trata de uno de esos lagos en los que el glaciar deposita sus icebergs y que hace de puente entre este y el mar. Es un lago reciente pues se formó a mediados del siglo XX y quien más quien menos lo ha visto alguna vez aunque no sea consciente de ello puesto que sale en varias películas de Batman o James Bond por ejemplo. Volviendo al tema de las películas, el otro día me dio por mirar cuantas se habían rodado en este país. Seguramente me dejaré alguna pero encontré un mapa donde se indican las localizaciones.


Aparte de las mencionadas Noé, James Bond, Batman y Juego de Tronos otra que ha utilizado varios parajes es "La vida secreta de Walter Mitty" (la versión de 2013, no la original de 1947). Aparece la cascada de Skogafoss, trozos de las inconfundibles carreteras y el glaciar Vatnajökull como si fuese parte del Himalaya. Este aparece mientras el protagonista echa una pachanga de fútbol en Afganistán aunque lo que se ve al fondo bien pudiera estar rodado desde el punto en que tomé la siguiente foto.



Dejamos las películas y retornamos a Jökullsarlon. Tiene como dos partes, una menos turística donde paramos en primer lugar y donde Nacho e Inés se dieron un baño y todo. De escasos segundos pero baño al fin y al cabo. Nacho incluso pegó unas brazadas para adentrarse a tocar un iceberg y volver a la orilla.



Más adelante se encuentra la zona turística del lago, hay mucha más gente y agencias de viajes que surcan el lago mediante zodiac o vehículos anfibios por la "módica" cantidad de 6000 ISK la hora. Lo cierto es que a pesar de haber más gente la vista es mejor puesto que hay más icebergs y el Vatnajökull se ve mejor al fondo. Lo malo es que Inés se tiene que marchar en el coche de línea Höfn-Reykjavik puesto que al día siguiente trabaja. Le prometemos que haremos todo lo posible por llegar el viernes a la capital para salir con ella y su amiga Silvia de fiesta y nos despedimos.







Acudimos a la cercana playa que está separada del lago por un pequeño canal de de pocas decenas de metros por encima del cual pasa la Ring Road. En la playa de arena negra hay icebergs varados. Son suaves al tacto, quién sabe cuántos años, o siglos, han podido pasar desde que el agua que los forma se depositó allá arriba en lo alto del glaciar. Poniéndonos menos metafísicos impacta ver a un gacho con la típica furgoneta de jipi en la playa preparando la tabla de surf. Desconozco si esa playa es propicia para la práctica del surf, y he visto a gente intentando surfear en Biarritz en días de perros pero ver a ese tío, que además tenía las pintas típicas de surfero, con el glaciar al fondo y la playa negra delante trufada de bloques de hielo es cuanto menos curioso.



De allí nos desplazamos a Höfn. Yo pensaba que el nombre del lugar se pronunciaría algo así como Jofen (como si fuese alemán). A Lemus le dio por empezar a llamarlo Jonfff (pongo tres efes porque era muy gracioso oirle pronunciar Höfn) basándose en que la efe con la ene es impronunciable y entonces ha de tener más sentido el ponerlas al revés. Lo triste es que nos acabó pegando el Jonfff para el resto del viaje. Según se lee en varios sitios la pronunciación correcta del nombre de ese lugar es algo así como Jepen. O sea, todos estábamos equivocados.

Tras una jornada deambulando por vastas extensiones desiertas y deshabitadas llegar a Höfn/Jofen/Jonff/Jepen es en cierto modo una especie de alivio. El pueblo está enclavado en una pequeña península que se adentra en el mar, rodeada de montañas nevadas y verdes colinas. Se vuelve a ver vida en forma de granjas, almacenes para aperos agrícolas, casas e incluso campos de fútbol. Y gente.

Höfn/Jofen/Jonff/Jepen es un pueblo de unos dos mil habitantes y la ciudad/pueblo/localidad más importante del sudeste islandés. Para que se hagan una idea de cómo funciona ese país. Es un lugar pequeño pero que dispone de todos los servicios básicos, una piscina bien maja y supermercados grandes y bien surtidos. La distribución de las casas es similar a la de Keflavik. Parece un pueblo de colonización o a medio hacer aunque en este caso el entorno es mucho pero que mucho más bonito.

Y encima hay camping. No es ni grande ni espectacular pero por un módico precio, este sí, uno puede dejar allí la autocaravana, enchufar la toma de corriente, conectarse al wifi e incluso ducharse. A lo de ducharse luego volveremos. Todo ello tras una de esas conversaciones con la amable recepcionista del camping a las que el bueno de Lemus nos tiene acostumbrados. Salvo que fue en inglés y lo que pongo en paréntesis no se dijo aunque lo podían estar pensando la cosa fue más o menos tal que así:

- Buenas tardes
- Buenas tardes 
- Mire usted, mis amigos y yo acabamos de llegar en autocaravana a Jonfff y estábamos pensando si sería buena idea estacionar el vehículo en el camping para pasar la noche
- ... (silencio de la recepcionista; cara de póker; 50% impostada, 50% pensando "¿este tío ha dicho Jonfff? ¿qué es eso?")
- Y bien...
- Pues que no, que no me parece muy buena idea (y como vuelvas a decir Jonfff te echo del pueblo)
- ...
- (Amplia risotada) Pues claro, hombre, esto es un camping y para eso estamos

Al final, gracias a las hábiles gestiones de Lemus, conseguimos no sólo estacionar el vehículo sino hasta wifi para los móviles creo recordar que pagando. Vamos, lo que todo hijo de vecino. Aparte de que cada vez que pasábamos por recepción las dos mozas se partiesen la caja al vernos. También nos dejaron usar las duchas, previo pago en un temporizador que daba paso al agua y desprendimiento de ropa interior que comenzaba a estar pegada cual papel de madalenas.



 Antes de la ducha fuimos a comprar al supermercado. En teoría cosas para desayunar y algo de comida. En la práctica compramos toneladas de Skyr y un kilo de bolitas de queso. 1000 g de bolitas de queso, 999 ISK. Contemplamos uno de los atardeceres más impresionantes que recuerdo en el que no se distinguía el cielo, de las montañas, el glaciar del mar. La estrecha franja de tierra sobre la que se asienta Höfn/Jofen/Jonff/Jepen tenía al frente la playa, el mar, una franja de montañas, más mar detrás de esas montañas, y el glaciar detrás de la segunda franja de mar. Una lasaña bastante interesante, bonita, bonita.

Volvemos al camping, nos duchamos y nos cambiamos para ir a cenar a un restaurante especializado en lobsters. Los lobsters (acepción cogida del inglés) son algo así como una mezcla entre cigalas y langostas. Tenemos que salir del camping para llegar al restaurante pero el atardecer que lleva más de hora y media arrojando unas estampas memorables nos obliga, más bien a Toño y a mí, a subir una pequeña loma situada frente al camping a contemplar el espectáculo. Hipnótico espectáculo.




Se nos va un buen cuarto de hora allí embobados y para cuando llegamos al restaurante ya no queda ningún sitio. Hace un frío que pela y sopla el viento aunque eso no impide que los críos sigan jugando en la calle y montando en bici. Algunos van tapados pero otros van en pantalones cortos y camiseta de manga corta. Nosotros con dos mangas largas y el chambergo. Intentamos cenar en una especie de hamburguesería pero también está hasta los topes así es que se decide volver a la autocaravana y cenar unos sandwichs de jamón york y queso y skyr. Con buena charrada de por medio, no es una mala cena. Y hay bolitas de queso para un regimiento.

Y así transcurre otra intensa jornada en Islandia. Nos espera una dura jornada al día siguiente, de hacer muchos kilómetros y con pocas cosas atractivas por ver o hacer. Bueno, o eso pensábamos porque Islandia depara sorpresas y tras dos días de ver parajes espectaculares estábamos a punto de pasar dos días de situaciones curiosas y entretenidas. De hecho, lo que quedaba de viaje iba a ser un no parar de situaciones surrealistas y divertidas. Pero eso ya será en el siguiente capítulo.

Próximo capítulo: Piscinas, ballenas, fiordos y las zagalas de Akureyri

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