jueves, 15 de mayo de 2014

Un día de estos me compro un tanque

Hoy he salido con la bici con la intención de subir hasta el puente de Colungo y dar allí media vuelta hasta casa. Pero a la altura de Castillazuelo he dicho basta y he vuelto por donde he venido harto de lo que estaba ocurriendo.

Por una parte ha comenzado a levantarse un viento nada agradable. Lo podría expresar de manera más elegante, seguramente, pero para los cuatro gatos que entran en este engendro de blog no creo que les haga daño a la vista y si no que se tapen los ojos o que vayan saltando párrafos. En resumidas cuentas y hablando pronto y mal, estoy hasta las pelotas de las dichosas aireras.

Es ponerse a dar pedales por el arcén de la carretera y notar pequeños bandazos en las ruedas. El año pasado hizo viento pero al menos, o eso parecía, soplaba a una velocidad constante. Este año es racheado y con una mala baba que saca de quicio.

Por si esto fuera poco, también han salido a jugar los malditos mosquitos. ¿Y qué ocurre cuando se va siguiendo el curso de un río? Que te encuentras auténticas nubes de estas criaturas las cuales van chocando contra brazos, piernas y cara. En el km 7 llevaba los brazos plagados de insectos. Además de la sustancia blanquiñosa que sueltan los chopos. Eso ya ha provocado el definitivo hinchamiento de huevos que me ha decidido a dar la vuelta en cuanto llegase a Casti.

Aparte, y para rematar la faena, ha habido la contribución de tres o cuatro gilipollas de esos que pasan con el coche sin cambiar un ápice su trayectoria cuando te adelantan. De los que la regla de la distancia de metro y medio respecto al ciclista les suena a chino. De esta gente a la que cuando te pasan a 120 km/h a escaso medio metro levantas un brazo y les saludas aludiendo a su cornamenta y su mechón debajo de la mandíbula inferior propio de los machos cabríos o les mentas al supuesto oficio de su desventurada madre.

Llevo un tiempo elaborando cierta teoría. Cuanto más grande, voluminoso, caro y veloz es el auto en cuestión más se arriman. Si el conductor es un abuelo que va a regar la huerta con un ford fiesta de hace 30 años, se pasará al otro carril para adelantarte a escasos 60 km/h. Pero si el conductor es un gilipollas con un BMW de esos que no sirven ni para ir por un camino ni para ir por una autopista, pasará a escaso medio metro todo lanzado. Y ojo, que ni todos los que conducen estos autos son gilipollas ni todos los gilipollas que conducen llevan estos autos pero la teoría antes mencionada es bastante fiable.

Así es que entre diversos exabruptos y cagamientos varios he culminado la vuelta a Barbastro para desde allí hacer unas subidas a Burceat. Por una carretera más tranquila, con el mismo viento pero sin mosquitos y lo que es más importante, sin gilipollas al volante. Los dos escasos coches con los que se puede coincidir en el transcurso de los 5 km de subida ocupan el carril izquierdo para adelantar, más que nada por una mera cuestión de espacio, y lo hacen a una velocidad adecuada.

Al final he hecho algún kilómetro menos de los que me había propuesto pero los he hecho más tranquilo. Porque lo que pasaba por mi cabeza por la carretera de Castillazuelo era algo más o menos como esto...


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