martes, 4 de octubre de 2016

Petrechema, 2.371 m

El pasado mes de julio acudimos a este punto singular de la geografía oscense mi hermano Jesús, su perro Turbón y yo. Para celebrar el comienzo de las vacaciones (las mías) nos levantamos un lunes a eso de las 4:30 h de la mañana aproximadamente poniendo rumbo al refugio de Linza, algo más allá de la bonita villa de Ansó.


¿El porqué de tan temprana puesta en marcha? Bueno, en verano se camina mejor por el monte con el sol bajo pero luego comprenderán porqué salimos tan pronto. Una vez llegados al refugio después de unas buenas dos horas y pico de coche escuchando durante el rato que cazamos emisoras de más allá de la frontera hasta rumbas euskaldunes (buenísimas, oiga) aparcamos entre una multitud de coches llegados de Navarra y el País Vasco y comenzamos la caminata. Durante el primer kilómetro se trata de una rampa recta y constante en la que rápidamente se gana altura pero que no tiene ninguna complicación añadida salvo seguir la senda que cruza la pradera.



Nada de piedras, nada de estorbos. Y una vez superado ese primer kilómetro bastante puñetero, una pendiente bastante más moderada que transcurre entre algún subebaja incluso. En líneas generales se trata de una subida sencilla y que no plantea casi ninguna duda en cuanto a su seguimiento. Por donde se pierde la senda trazada en la pradera existen mojones a la vista. Se trata de esas ascensiones que mi amigo Fari, consumado montañero y escalador, denomina como "excursiones de tías". Todo sea dicho de paso que para él casi todo lo que no sea ascender un tresmil, encordarse o ponerse crampones es una "excursión de tías". Y yo hace muchos años que decidí que lo de subir demasiado alto no era lo mío siempre que pudiera contemplar algo parecido desde altitudes más asequibles. Vamos, que me van esas excursiones "de tías".



Antes de llegar al collado de Linza (1.920 m) la pendiente se acentúa pero tampoco es algo exagerado. Allí es donde el camino se bifurca entre el que conduce hacia la Mesa de los Tres Reyes (Hiru erregen mahaia) y el del Petrechema. La Mesa era el antiguo trifinium de tres reinos de ahí su nombre. ¿Y qué es un trifinium? Pues es una palabreja aprendida en una blog de geografía llamada Fronteras muy interesante. Interesante para gente que con ocho años miraba mapas en lugar de Mortadelos, pero bueno, el caso es que para mí es muy interesante. Pues un trifinium es un punto en el que confluyen tres fronteras de tres estados. En el caso de la Mesa, en tiempos allí se juntaban los reinos de Navarra y Aragón y el vizcondado del Bearn que fue una entidad independiente unas veces y vasalla otras de Francia, Inglaterra y hasta de los dos reinos antes mencionados. O sea que cuando los bearneses no tuvieron dependencia ni de Pamplona ni de Jaca ahí hubo un trifinium. Y hoy en día pues ahí confluyen las provincias de Navarra y Huesca con Francia. Es decir, que es un minitrifinium provincial y regional aunque no estatal.



Nosotros tomamos el camino del Petrechema, que tan sólo sirve de frontera entre Huesca y Francia, yendo algunos ratos con un señor mayor que parece ser de la zona de la Ribera navarra por la forma de hablar y de renegar cuando la pendiente se le apodera. Él dice que ya no está para estos trotes pero se le ve subir seguro. Lento pero seguro. Mientras Turbón va a la suya y transita por la vaguada que separa los caminos entre el Petrechema y la Mesa. Persigue sarrios, bucos, cabras y todo aquel bicho con dos cuernos que se pueda perseguir. De cómo consiguió destrepar por donde un sarrio le chuleó sacándole veinte metros de ventaja en veintidos (cuasi verticales) es algo que escapa a la comprensión de la ciencia. Al rato tras vociferarle que hiciera el favor de regresar volvió. Cansadete pero volvió.



La pendiente se va acentuando otra vez a medida que la senda se confunde con el terreno de alrededor hasta que no queda más remedio que acometer una prolongada pala de piedras. Con tranquilidad se sube sin mayor dificultad a pesar de que conforme nos aproximamos a la cima la aguja se va estrechando aunque justo en la cima se ensancha lo suficiente para albergar en ella a un buen número de personas. El Petrechema debe su nombre a que es la antecima de una aguja gemela un poco más alta que queda completamente separada y a la que tan sólo se puede ascender escalando. Por tanto son dos piedras gemelas, pietregema, Petrechema. Las vistas son muy chulas y su calidad/precio, que en este caso  podría ser comparable a calidad/esfuerzo, es muy elevada.

La France bajo la boira. ¿Qué hace el símbolo de Kappa pintado en el mojón?
La Mesa al fondo

Vista este por el otro lado de la aguja de Ansabere

¿El Acherito?

Aguja de Ansabere

En algo más de dos horas hemos recorrido los 1.000 m de desnivel y 6,5 km que separan el refugio de Linza de la cima del Petrechema. Al este la Aguja grande de Ansabere, o la otra piedra gemela, y la France. Al norte la Mesa. Al sur el Acherito. Y al oeste Navarra. Tras comer un bocadillo, conversar con las numerosas gentes vascas y navarras que pululan por la cima acerca de tal o cual cima y hacer unas fotos iniciamos el descenso. Aunque allá arriba se está en la gloria.



El descenso es por el mismo camino que el ascenso. Y salvo que es más rápido que la subida y Turbón está más cansado de modo que inicia menos persecuciones el resto es tal cual se ha descrito anteriormente. A excepción de una incursión en un pequeño nevero que aguanta estoico las acometidas del verano. De modo que a eso de las 12:30 del mediodía estamos de regreso en el aparcamiento. ¿A casa? No.



Enfilamos con el coche hacia el valle del Roncal (vía Zuriza) al establecimiento en el que los Tuercepedales hicieron historia al ser los únicos participantes, aparte de unos señores de Tudela, que tuvieron los santos cojones de parar a devorar unos bocadillos de chistorra en la última marcha cicloturista PaxAvant celebrada hasta la fecha. La Venta de Juan Pito. Postrarse.



Ahí en la barra, después de dos años sin hacerle aprecio, ahí está el camarero sonriente. ¿Hay sitio para comer? Hombre, pues claro. Qué saber estar, qué arte. Casi como en esos establecimientos en los que parece que hay que dar las gracias o pedir perdón por franquear el umbral de la puerta. Así es que nos acomodamos en esos bancos corridos de madera en el salón comedor. El menú es sencillo aunque contundente y exquisito.



Migas. Así, sin más. Ni chistorra ni chorizo ni hostias. Migas a secas. El plato a caramuello y con bien de manteca para engrasar. Deliciosas.

De segundo costilletas de cordero a la brasa. Con bien de patatas. Seis o siete pizcas por cabeza. Decir que están deliciosas sería deshonrar esa fuente de rica carne. Sólo existe una palabra que las defina a la perfección. Acojonantes.
Y de dulce, cuajada a la piedra con miel. O de cómo alguien a quien no le gusta ni la miel ni la cuajada se zampa esa mezcla con suma avidez y delectación. Y pa forro bota con regusto a piedra quemada. Es un puñetero manjar.


¿El porqué del regusto a piedra quemada? Pues porque en tiempos recogían la leche de oveja para hacer la cuajada en recipientes de madera de abedul de modo que cuando querían calentarla durante el proceso de elaboración no podían poner el recipiente directamente al fuego. Así que introducían en la leche piedras incandescentes para calentarla. Y así cogía la leche ese sabor característico. Demos gracias a la primera cabecita pensante que en lugar de sacar la leche del perol de madera para ponerlo en una lechera de hojalata decidió echar unos pedrolos rusientes para ver qué pasaba. Grande.



Con el regusto de la piedra flotando en el paladar marchamos para el llano no sin antes realizar una transacción económica con el pastor que vende quesos al borde de la carretera que conduce a Isaba. La primera vez que tuve el placer de entrar en su humilde establecimiento me dio la impresión de estar ante un genio. Esta segunda vez se reafirmó la impresión. Tras darnos la bienvenida una moza que simplemente saluda y pregunta Hola, ¿qué será? Pues querríamos comprar unos quesos mientras va montando el tenderete para llevar a cabo la venta y avisa al señor pastor quien está en la trastienda.



Marcha la moza y aparece el caballero y pregunta otra vez ¿Qué queréis? Pues unos quesos (nos ha jodido mayo con las flores, qué vas a querer en una quesería). Ah, perfecto, os los puedo cambiar por dinero, decidme cuánto estáis dispuestos a pagar y yo os diré cuánto estoy dispuesto a daros. Tras esa entradilla propia de película de Indiana Jones, divaga acerca de la conveniencia de no cortar los quesos por la mitad ante la perspectiva de largos viajes por carretera. Un queso entero te aguantará más y mejor, afirma mientras sopesa uno de ellos con la mano. Tras decirle de donde somos recula magistralmente hasta una posición conveniente y satisfactoria para ambas partes. Se embolsa una suma suficiente que compensa la interrupción de su sagrada siesta sin que los compradores deban acarrear una cantidad de queso que dure hasta el día en que se forme gobierno en este país. Pero el señor pastor deja bien a las claras que a alguien de Albacete le cuela el palet entero de quesos aduciendo que los quesos ni deben partirse por la mitad ni deben viajar solos. 

Una vez realizada la transacción marchamos a casa para llegar comenzada la tarde. Todavía dio tiempo de subir a la piscina de la Rana a tumbarse a la bartola y realizar un análisis pormenorizado de la actuación de Fruman (por Froome) en el Tour de Francia o de Lingurín (por Higuaín) con el amigo Goyito. Pero eso ya son otras historias que requerirían entrada aparte.

2 comentarios:

  1. Babeo al leer el menú que os jodisteis. Bien merecido lo tendríais.
    ¿Os llevasteis el queso a la piscina?

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